La publicación del informe Doing Business del Banco Mundial la pasada semana (donde salimos como siempre relativamente mal) junto con la investidura del candidato popular y hasta entonces presidente en funciones (Rajoy) con el apoyo de uno de los partidos que más interés ha mostrado en plantear reformas económicas (C’s) me ha llevado a pensar en que es buen momento para escribir estas líneas.
España es un país que crece a pesar de todo. Y digo a pesar de todo porque a veces, más bien muy a menudo, observo lo que me rodea, escucho a la gente, sus quejas y me sorprende que este país, de un modo u otro, funcione
Y es que España es un país que crece a pesar de todo. Y digo a pesar de todo porque a veces, más bien muy a menudo, observo lo que me rodea, escucho a la gente, sus quejas y me sorprende que este país, de un modo u otro, funcione. Tengo familiares y amigos autónomos, alguno empresario con varios empleados e incluso hay quien dirige una multinacional. Todos son gente de calle. Empresarios que en todos los casos empezaron, y alguno aún sigue, en una oficina de 20 metros cuadrados. Son valientes que contratan, que dedican muchísimo tiempo a su empresa. Son gente que crean valor añadido. Muchos de ellos no se dedican a actividades tradicionales. Otros sí. Alguno en sectores punteros. Pero todos tienen algo en común: se quejan amargamente de que en España ser empresario es a pesar de todo.
En España hay tres tópicos: el toro, la muñeca flamenca y las gestorías. Por supuesto, estoy forzando la broma, es indudablemente una hipérbole, pues no es cierto que ni los toros ni las flamencas pertenezcan al imaginario hispano en todas sus expresiones geográficas. Pero me atrevería a decir que el último sí lo está. Todas y cada una de las empresas que anhelan sobrevivir dentro de una maraña administrativa que la invade como si fuera una hiedra, necesita de la ayuda de un profesional que conozca el ecosistema en el que les ha tocado sobrevivir. Necesitamos ayuda para comprender toda una regulación que condiciona a la empresa y su actividad y, que no pocas veces, puede llegar a lo absurdo.
Hace no muchos años, un colega socio del Observatorio Económico de Andalucía, Ramón Iglesias, vino a darnos una charla en nuestro habitual foro sobre las vicisitudes y experiencias que tuvo que sufrir para poder abrir una bodega de vinos en Medina-Sidonia, cerca de un precioso pueblo gaditano de nombre armonioso, Vejer de la Frontera. Por cierto, a los pocos meses, el mismo Ramón tuvo la oportunidad de contar en el programa Salvados, de Jordi Évole, aquello mismo que quiso compartir con nosotros. Pues bien, la sesión fue de risas y, en ciertas ocasiones, hasta hilarante. Ramón, al que invité años antes a una de mis clases para dar una charla sobre emprendimiento, es de esas personas de compleja alocución, pero paradójicamente de fácil entendimiento. Su acento andaluz, cincelado con una cierta nobleza, le da esa característica capacidad de contar historias con el sentido de humor que un andaluz puede manejar con maestría. Nos habló de los kilómetros que tuvo que hacer andando por lo pueblos de Medina-Sidonia, de Vejer, por las ciudades de Cádiz, Sevilla o la mismísima capital del Reino. Describió su penosa peregrinación a las distintas administraciones que por una razón u otra tenían, o no, competencia sobre el asunto, que les recuerdo era permitir abrir una bodega. Para que se hagan una idea de la amargura de su andadura, les debo informar que pasear por Vejer de la Frontera puede llegar a ser una experiencia mística, no solo por la belleza del pueblo, inmensa, sino por sus empinadas y largas cuestas.
Por más que él les dijo que no había una sola vivienda en más de 2,5 kilómetros a la redonda, no pudo convencer a los técnicos de que tal informe era innecesario
Lo más cómico llegó cuando nos contó la visita de los técnicos de la Junta de Andalucía que debían valorar el impacto medioambiental, acústico, de su actividad. Entre otras cosas, tuvo que abonar un informe que avalara que su actividad no tendría un impacto sonoro que pudiera perturbar el descanso o la placidez de las buenas gentes cuyas viviendas colindaran con su parcela. Por más que él les dijo que no había una sola vivienda en más de 2,5 kilómetros a la redonda, no pudo convencer a los técnicos de que tal informe era innecesario. Además de la tasa que debía abonar, por supuesto. Para más inri, deben saber que su bodega, si algo hacía, no era precisamente ruido. Por cierto, cuando los técnicos se iban de la finca le hicieron notar que no debía tener gallinas sueltas por la parcela por algo de no sé qué de aguas subterraneas. Tuvo que encarcelar a sus dos pobres albinas gallinas para que sus desperdicios no quedasen esparcidos aleatoriamente por aquí o por allá y poder así cumplir la normativa sobre animales sueltos en parcelas rústicas, que por supuesto desconozco.
Se quejaba además Ramón de que, en tiempos anteriores a su interés de ser bodeguero, cuando era uno de los mayores promotores de parques industriales de Andalucía, debía tener al menos tres personas atentas a cualquier cambio de la regulación que pudiera afectar a su actividad, y que no escaseaba precisamente. La misma queja la he escuchado de otros numerosos empresarios cuando hablan del apetito regulatorio de unas administraciones que a veces pareciera que no encuentran algo mejor que hacer que imprimir hojas de BOE, BOJA, BOP,…
A estas alturas pensarán que esta queja emerge de mi conversión en algo parecido a un ultraliberal. No, no es así ni es la impresión que quiero difundir. Defiendo el papel de lo público, necesario y deseable, en muchos ámbitos de la actividad económica y humana. Les recuerdo, con el simple ejemplo del dilema del prisionero, que el mero acuerdo entre dos partes privadas a veces no lleva al óptimo eficiente, ese que Wilfredo Pareto se encargara de hacer famoso. Que la mano invisible a veces se topa con espinos y púas impidiendo impulsar el bienestar como muchos creen, y otros alaban. No, no soy tan “liberal”. Pero tampoco creo en la necesidad de influir de forma tan determinante ni masiva en la actividad económica hasta tal punto que un buen hombre como es Ramón iglesias, tuviera que dedicar más de dos años de su vida a gestionar la apertura de una empresa. Ah, y más de 30.000 euros.
Existen ventanillas únicas que por obra y gracia de cualquier alumno de Hogwarts se convierten o multiplican en ventanillas múltiples. Impuestos por aquí y por allá. Administrativos que te mandan y te devuelven por dónde has venido sin una explicación coherente
Por ejemplo, en la actualidad aunque existen cuatro modalidades básicas de contrato de empleo, sus “cláusulas específicas” los convierten en casi cinco decenas. Existen numerosas desgravaciones, bonificaciones, tarifas planas y no planas, por comunidades autónomas, municipales, a nivel nacional. Existen ventanillas únicas que por obra y gracia de cualquier alumno de Hogwarts se convierten o multiplican en ventanillas múltiples. Impuestos por aquí y por allá. Administrativos que te mandan y te devuelven por dónde has venido sin una explicación coherente. Todo eso no solo desincentiva la actividad sino que eleva los costes de las mismas, repercutiendo en el bienestar y en la riqueza, y que algunos han estimado entre el 3,6 y el 4,6 % del PIB. Reducir estos costes no necesariamente implica la eliminación de derechos o la desaparición de administraciones, aunque no haya que descartarlo, sino regular más claro y transparente. Hablo de integrar. Hablo de coordinar.
No hace mucho tiempo inicié un trabajo donde intentaba con unos coautores medir el efecto de los partidos políticos en el crecimiento económico regional de España. Los resultados no eran concluyentes pero sí interesantes. Me guardo parte de estos. Pero para controlar por varios factores, introdujimos variables de control en las ecuaciones que estimaban y explicaban el diferencial de crecimiento de una región respecto a la media nacional. Una de ellas era la variable “páginas de boletín autonómico” y publicadas desde el inicio del ejercicio de las diferentes competencias que actualmente poseen las CC.AA. Esta variable fue tomada del trabajo de Juan Santaló y Francisco Marcos. Pues bien, el resultado era sorprendente. Por cada diez mil páginas de boletín autonómico publicado, el diferencial de crecimiento de una región con la media nacional se reduce entre un 0,2 y un 0,3 % anual. Encontrábamos así un efecto marginal negativo del aumento de la regulación, al igual que Santaló y Marcos, que igualmente encontraron un efecto negativo sobre crecimiento y productividad de dicho exceso de regulación.
El exceso regulatorio es nocivo para el desarrollo económico y para la riqueza nacional. El objetivo no es tanto desregular. El objetivo debe ser simplificar, aclarar y facilitar
Y es que según el informe “Doing Business” del Banco Mundial, España ocupa el puesto 85 de una clasificación de 212 países en facilidad de apertura de una empresa, con un coste sobre capital invertido del 5% (en Estados Unidos es el 1,1%) y 13 días de media (5,6 en Estados Unidos).
Resumiendo, el exceso regulatorio es nocivo para el desarrollo económico y para la riqueza nacional. El objetivo no es tanto desregular, aunque en algunas parcelas pueda ser producente. El objetivo debe ser simplificar, aclarar y facilitar. Los servidores públicos son eso, servidores, no inquisidores de sellos y anagramas. La competencia entre administraciones no debe ser la de buscar mayor notoriedad mediante una mayor regulación. Es urgente que este país se simplifique. Se vuelva sencillo. Necesitamos menos gestorías y más tipos como Ramón Iglesias.