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Irene Montero, Bad Bunny y el feminismo burbuja

Una entrevista de verano en el podcast 'Carne Cruda' circuló estos días por las redes, exponiendo las disfunciones de la izquierda del PSOE con la cultura popular

Fue una entrevista mansa, casi un mitin asistido. Se habló de lo de siempre con resultados más previsibles que nunca. A pesar del muermo, los dos minutos finales resultan reveladores: el periodista Javier Gallego comenta a la líder de Podemos que le ha soplado un pajarito que "en su casa suena mucho Quevedo, Bad Bunny y compañía". ¿La respuesta de Montero? "En casa, no exactamente, pero es verdad que con las amigas, el tiempo que puedo disfrutar con ellas, pues sí… Es una muy buena forma de disfrutar entre compañeras feministas", contesta. Son unas pocas palabras, pero que revelan mucho.

El perreo, baile asociado al reguetón desde sus comienzos, nace en los barrios más pobres de Panamá y Puerto Rico, inventado por una juventud que solo tiene una posesión disfrutable: sus cuerpos. A primera vista, te acercas a una fiesta de este estilo y puede parecer que las chicas están asumiendo como propias las fantasías de los varones: bailarinas promiscuas, prestas a restregarse con cualquiera. Si examinamos esta subcultura (hoy masiva) con un poco más de atención, nos damos cuenta de que es justo lo contrario: las mujeres están desplegando y defendiendo el derecho a bailar de forma atrevida y silvestre sin que ello implique obligación de acostarse con el primer tipo que se les acerque (más bien gozan el derecho a escoger a quien quieran de entre la docena de candidatos con los que bailan cada noche).

¿En qué me apoyo para esta interpretación? Entre otras cosas, en letras tan explícitas como esta de Ivy Queen, pionera del género: "Yo quiero bailar/ Tú quieres sudar/ Y pegarte a mí/ El cuerpo rozar/ Yo te digo: ‘sí, tú me puedes provocar’/ Eso no quiere decir que pa' la cama voy". Unos versos después, lo deja todavía más claro: "Porque yo soy la que mando/ Soy la que decide cuando vamos al mambo/Y tú lo sabes/ El ritmo me está llevando / Mientras más te pegas, más te voy azotando/Y eso está bien". El reguetón es un triunfo de las mujeres porque lleva aparejados unos códigos que les permiten bailar de manera muy explícita sin que esto tenga las implicaciones que el sector más zoquete de los hombres le atribuye. Podemos decir que el perreo es una especie de empoderamiento femenino callejero que triunfa en las pistas de baile sin necesidad de teoría, solamente con práctica.

Irene Montero y la fiesta autista

Las palabras de Montero sobre perrear "con compañeras feministas" podrían ser un lapsus, o bien una explicación defectuosa, típica de las entrevistas en vivo. También pueden expresar una opción personal no aplicable al resto de mujeres. El problema es que coincide plenamente con los enfoques que aplica el Ministerio de Igualdad. En contextos lúdicos como los festivales de verano, la solución del feminismo podemita son los puntos morados: lugares donde pueden acudir las chicas a denunciar sus experiencias de acoso o incomodidad con el comportamiento de los hombres. Se trata, según la doctrina oficial, de proveer de zonas de amparo frente a esa piscina de tiburones machistas que suponen es el público de un concierto masivo (donde, en realidad, no suelen verse agresiones ni muchas escenas preocupantes).

La izquierda del PSOE tiene una concepción paranoica de la cultura popular: se trata de un territorio plebeyo y asalvajado al que solo se puede acudir como miembro de un safari

Sin embargo, en el Reggaeton Beach Festival (edición de Madrid) la estrategia era bien distinta. Lo que proponía el festival era un pequeño escenario donde se ofrecían clases de defensa personal al público femenino que acudía (la media de edad debía de ser de 19 años). Como padre de una niña de once, pensé inmediatamente en lo superior que era esta solución (ofrecer recursos) frente a lo del punto morado (ofrecer consuelo y amparo administrativo). Por no hablar de que antes también se podía acudir al personal de seguridad y de policía que cuida de nuestros festivales (donde siempre suele haber agentes femeninas, ya que un policía que sea hombre no puede efectuar registros corporales a las detenidas).

La izquierda española, especialmente la izquierda del PSOE, tiene una concepción paranoica de la cultura popular: se trata de un territorio plebeyo y asalvajado al que solo se puede acudir como miembro de un safari (con las amigas feministas) o como víctima potencial (el peligro de relacionarte con 'masas' que no comparten o ni siquiera conocen tus códigos). Cualquier persona medio inteligente sabe que unos de los mayores placeres de la fiesta radica en juntarte con personas muy distintas de ti y de tu grupo de amigos, enriqueciendo tu experiencia vital. Nuestra izquierda podemita, en cambio, transmite que la cultura popular solo resulta aceptable si primero se nos domestica con los enfoques culturales que ellos defienden (y no otros enfoques).

Termino con una aportación de la académica Camille Paglia, feminista contracultural de derechas que ya nos advertía contra estas estrategias monjiles de bailar solo con las hermanas de tu convento (aunque sospecho que la mayoría de las monjas están más abiertas al encuentro cultural con perfiles diferentes que el círculo social de Montero). Paglia exhibe como uno de sus mayores logros la lucha que mantuvo en los sesenta, en los dormitorios de su universidad, para que el rector no tuviese la potestad de decidir la hora a la que debían volver las estudiantes. Dice que ellas defendían su derecho a ser agredidas, incluso a ser violadas, frente al deseo de control de los hombres (fueran padres o rectores). Aunque la formulación sea muy provocativa, explica lo que está en juego: una feminidad consciente de los riesgos que corre y los recursos de los que dispone frente a otra con mentalidad de burbuja autorreferencial, que solo puede producir mujeres frágiles, aisladas de la vida en común. Por ejemplo, candidatas que concedan entrevistas en podcasts que solo escuchan los ya convertidos en vez de tratar de ganar nuevos electores exponiendo sus argumentos ante periodistas políticos que piensen distinto de ella.

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