Alain Tanner dejó de rodar películas cuando aún no habían irrumpido las plataformas, cuando los cines aún eran lugares sagrados, abarrotados de personas dispuestas a ver y escuchar sin ninguna otra distracción, sin pantallas más pequeñas multiplicadas en el cuerpo, sin relojes iluminados, sin poder comunicarse con nadie más allá de la película proyectada, solos o acompañados, pero absortos en la historia, lejos del lugar al que la tecnología parece desplazar a las creaciones culturales hoy en día.
El pasado domingo fue un día triste para la cultura con la noticia de la muerte del escritor y gran cinéfilo Javier Marías, a quien se le atribuye una mirada certera y única a los sentimientos desde la palabra, motivo probablemente por el que en la prensa generalista española quedó diluida casi por completo la desaparición de otro genio de la observación desde la imagen, Alain Tanner, un cineasta a quien se debe, entre otros logros, la renovación del cine europeo.
Tanner formó parte del denominado "Grupo de los cinco", que fue creado en 1968 junto a otros cuatro nombres del cine suizo: Michel Soutter, Jean-Louis Roy, Jean-Jacques Lagrange y Claude Goretta. Juntos, otorgaron otra identidad al cine de autor y fueron responsables de hacer resurgir la mirada cinematográfica de su país. El cine de arte y ensayo, como se denominó entonces a las películas con capacidad de innovación y experimentación, no podía concebirse sin tener en cuenta sus obras.
El cineasta fallecido detuvo su actividad en 2003 con la película Paul s'en va, y su muerte trae consigo una invitación a redescubrir una larga carrera cinematográfica que aparentemente había quedado en el olvido en el imaginario colectivo, salvo por algunos homenajes y retrospectivas que han servido en los últimos años para reivindicar el valor de sus obras maestras.
En cincuenta años, de hecho la segunda mitad del siglo pasado, pasé por lo que probablemente fue el período más apasionante del cine, con el cuestionamiento de las viejas formas, la ruptura de las viejas estructuras y la llegada de la modernidad", señaló el director
Entre ellas, cabe citar Charles, vivo o muerto (1969), La salamandra (1971), Jonás, que cumplirá los 25 en el año 2000 (1976), Messidor (1979) -considerada precursora de Thelma & Louise, de Ridley Scott-, A años luz (1981) o En la ciudad blanca (1983), así como una película rodada en español, El hombre que perdió su sombra, protagonizada por Paco Rabal y Ángela Molina, entre sus más de 20 largometrajes.
"Nadie elige su fecha de nacimiento. En cuanto a mí, tuve suerte. En cincuenta años, de hecho la segunda mitad del siglo pasado, pasé por lo que probablemente fue el período más apasionante del cine, con el cuestionamiento de las viejas formas, la ruptura de las viejas estructuras y la llegada de la modernidad", señaló Tanner, nacido en Ginebra en 1929, tal y como recoge la asociación que lleva el nombre del director, y que anunció este domingo su muerte.
Alain Tanner: en busca de armonía
Además de ser un creador inquieto en un momento de transgresión formal y de subversión temática, Tanner destacó por hallar en sus películas la armonía entre el cine que mantenía como "objetivo el discurso y el concepto", y aquellas cintas que partían del "material, de las emociones, del comportamiento y de los lugares".
Para muchos, Tanner fue un náufrago del 68, comprometido y activista político, que supo compaginar su militancia con la fuerza de un cine que fue cobrando importancia más allá de sus fronteras, que se acercó a los postulados de la Nouvelle Vague -aunque también mantuvo cierta distancia- y que fue galardonado en festivales como Cannes, Locarno, Venecia o San Sebastián.
En 2018, la Filmoteca Española recuperó sus trabajos y le dedicó la mayor retrospectiva realizada hasta entonces, en la que participó su hija, la actriz Cécile Tanner, y el cineasta español Jonás Trueba, hijo de Fernando Trueba, que fue bautizado así en homenaje a una de las películas más importantes del director suizo, tal y como él mismo deja entrever en un artículo escrito para la ocasión y como ha revelado en otras ocasiones a la prensa.
En el texto que Trueba escribió con motivo de esta retrospectiva, el español destaca lo "sinceras" y "transparentes" que son sus obras, que dejó de producir justo en el momento en el que se "avecinaba" una época en la que no quiso "involucrarse demasiado". Y de todas las virtudes que enumera el director de La virgen de agosto, destaca su "independencia", esa que no perdió porque sabía moverse en los "márgenes" al tiempo que intentaba no desaparecer, construir un "mundo propio" sin doblegarse ante los "vaivenes de la industria".
El Alain Tanner más político y también el más poético resuena en unos personajes en contradicción con el mundo que les rodea, que experimentan crisis de las que se quieren escapar y que acercan al espectador a la manera que el director tenía de comprender el mundo.