Cultura

Javier Marías y la degradación del debate literario

La trayectoria del novelista sirve mejor que ninguna otra para comprender el abaratamiento de nuestros análisis culturales

  • El fallecido escritor Javier Marías.

Hubo un tiempo en que los cuestionamientos a Javier Marías tenían que ver con la literatura. Queda claro en párrafos como este: “Llama la atención el hecho de que ni un solo crítico o profesor universitario haya señalado que, al cabo de diez novelas -las llamo así para simplificar y hacerme entender-, no haya escrito una sola en tercera persona. Todas ellas lo están en primera. No niego en absoluto la licitud de hacer ese tipo de novela, pero sí señalo que el hecho de que un escritor solo las haga tales debería haber resultado enormemente sospechoso”, destacó el crítico y ensayista Manuel García Viñó.

Luego subía el voltaje: “Para mí, se ofrece como una prueba más de su impotencia expresiva. Toda su producción girando en torno a sus recuerdos, viajando en torno a su propio ombligo, inmiscuyéndose desangelada y pedantescamente en lo que tendría que ser por definición un ‘mundo otro’, una ‘realidad otra’, sin levantar una realidad en la conciencia del lector con la mayor densidad, bulto, consistencia y expresividad, que es la misión del lenguaje novelístico, lo descalifican no sólo como novelista, sino hasta como escritor, si no lo descalificara ya, antes, su pedestre utilización de la lengua”, remataba.

García Viñó se tomó muy en serio argumentar su postura y dedicó horas a destripar las disfunciones del estilo de Marías, como saben los lectores de su ensayo La novela española del siglo XX (Endymion, 2003). Quien quiera hacerse una idea de la minuciosidad de sus análisis puede descargarse de Internet el documento "Javier Marías, una estafa editorial", que consiste en veinticuatro páginas de frases de Marías que Viñó considera indignas de un escritor profesional. Con una lógica irrebatible, el crítico no culpaba de todo esto a Marías, sino que repartía la responsabilidad con los críticos literarios que le habían ensalzado (Ignacio Echevarría, Rafael Conte, Santos Sanz Villanueva, Darío Villanueva, Miguel García Posada y José Carlos Mainer) para luego señalar también a los jurados que le otorgaron sus numerosos premios.

Fueras admirador o detractor de Marías, los reproches argumentados de Viñó servían para propiciar una debate profundo sobre recursos y valores y literarios. Este tipo de critícas eran las dominantes hasta comienzos del siglo XXI: se acusaba a Marías de una prosa relamida que enfangaba la lectura, de vivir encerrado en la famosa torre de marfil literaria o metaliteraria y -el más frecuente- de que su devoción la literatura británica le hacía incorporar estructuras del inglés que terminaban deformando el idioma castellano. El caso es que, en algún momento, la corriente cambió y las acusaciones comenzaron a ser otras.

El nuevo paradigma del rechazo a Marías se aprecia perfectamente en una polémica de febrero de 2018. El escritor publicó en El País una columna razonada contra el movimiento Me Too, al que ponía sobre todo pegas jurídicas: “Dar crédito a las víctimas por el hecho de presentarse como tales es abrir la puerta a las venganzas, las revanchas, las calumnias, las difamaciones y los ajustes de cuentas. Las mujeres mienten tanto como los hombres, es decir, unas sí y otras no. Si se les da crédito a todas por principio, se está entregando un arma mortífera a las envidiosas, a las despechadas, a las malvadas, a las misándricas y a las que simplemente se la guardan a alguien. Podrían inventar, retorcer, distorsionar, tergiversar impunemente y con éxito. El resultado de esta ‘barra libre’ es que las acusaciones fundadas y verdaderas —y a fe mía que las hay a millares— serán objeto de sospecha y a lo peor caerán en saco roto, haya o no pruebas. Eso sería lo más grave y pernicioso”, lamentaba.

La estigmatización de Javier Marías

El chorreo de críticas hiperventiladas contra el artículo fue considerable (casi todas desde el campo feminista y progresista). Hace tiempo que Marías era acusado de “señoro”, de representante tardío de esos “hombres blancos muertos” que se alaban en todos los manuales de literatura (“hombres blancos muertos” es la expresión que usan los activistas universitarios estadounidenses para criticar el canon cultural occidental). El caso es que los insultos hacia ese artículo (“Ojo con la barra libre”) fueron tan intensas que en El País decidió hacer una entrevista para que se explicara. Las respuestas de Marías al interrogatorio fueron impecables, reconociendo que “el trato a las mujeres ha sido tradicionalmente injusto” y recordando a la entrevistadora que él había escrito columnas tan inequívocas como una titulada “El suplemento del miedo”, donde “hablo del miedo con el que una mujer vive toda su vida, y el hombre, no. Ha sido así siempre”, admitía.

La literatura ha dejado de ser aquella espléndida herramienta que utilizó la clase media occidental para situarse en el mundo y elevar su mirada cultural

Como era de esperar, el progresismo tuitero siguió tratándole como a una sus bestias negras. Recuerdo que, mientras seguía el linchamiento digital de 2018, me vinieron recuerdos de los años ochenta y noventa, un tiempo en que no hacía falta leer Babelia ni el ABC Cultural para enterarse del enorme éxito de Marías. Todo era mucho más sencillo: bastaba subir a un bus o vagón de metro para encontrar con bastante frecuencia a una o varias mujeres leyendo libros de Marías. Acusar de machista a un escritor que conectó tanto con la sensibilidad y los conflictos del sexo opuesto es caer en un análisis cultural tremendamente pobre. Machistas son más bien quienes no tienen en cuenta el criterio de las mujeres a la hora de escoger sus lecturas.

Esto es algo que sigue pasando: Belén Gopegui defendió la saga 50 sombras de Grey frente a quienes la acusaban de machismo, argumentando que aporta cambios como que "la heroína del folletín mantiene su trabajo, sabe defenderse de una agresión y disparar, y no necesita ninguna protección especial por ser mujer. Además, en las escenas de sexo existe el clítoris, ausente casi siempre de las historias de grandes narradores folladores y premiados". Cuando el público lector femenino encumbra a un autor o autora suele ser por buenas razones.

Pero volvamos a Marías: ¿cuándo y por qué se produce el golpe de timón en su estigmatización? Tiene que ver con procesos más profundos que la antipatía personal, sobre todo con el hecho de que que la literatura ha dejado de ser aquella espléndida herramienta que la clase media occidental utilizó para situarse en el mundo y elevar su mirada cultural. Uno de los mejores legados de la burguesía del siglo XIX y XX es su amor por las novelas y el mimo con el que trataron a la industria literaria. Desde entonces, las cosas han cambiado bastante: “Hoy ya nadie presume de ser ser culto, ha dejado de ser algo atractivo en el plano social. Tengas el dinero que tengas, hoy solo se presume de ser ser rico o de poder acceder alguna vez a las mismas cosas que ellos hacen”, me dijo hace un par de años Valerio Rocco, director del Círculo de Bellas, alguien que conoce bien nuestro clima cultural.

Cada vez tenemos menos tiempo para leer, cada nueva distracción tecnológica nos pone un poco más lejos de la literatura y cada año la industria editorial confirma su apuesta por la cantidad en detrimento de la calidad. Se han ido abandonando los debates humanos sustanciales y nos hemos enredado el trifulcas espasmódicas de un moralismo ramplón. Los programas literarios de televisión, los pocos que quedan, son cada vez más cuquis y menos profundos, mientras que los suplementos literarios de los periódicos (por desgracia) no han conseguido la renovación generacional de sus lectores. La relevancia social de la literatura dependerá, cada vez más, de las decisiones de compra de Netflix, HBO o Movistar+.

No quiero terminar en un tono tan triste, así que voy a ampararme en una frase de Borges que compartió algún tuitero para recordar a Javier Marías: “Cuando los escritores mueren se convierten en libros, que, después de todo, no es una encarnación tan mala”. Esperamos que la muerte de Marías traiga al menos una cosa positiva: que se le empiece a juzgar exclusivamente por sus méritos y deméritos literarios. Aunque quizá ya sea demasiado tarde para aspirar a cosas tan bonitas como esta.

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