Cultura

Aristóteles, el 'skate' y los prusianos asquerosos

Por motivos de salud debo practicar todos los días un poco de ejercicio físico. Mi afección es crónica, pero todo el mundo debería incorporar el deporte a su rutina aunque

Por motivos de salud debo practicar todos los días un poco de ejercicio físico. Mi afección es crónica, pero todo el mundo debería incorporar el deporte a su rutina aunque esté en principio sano, nos lo recomiendan los médicos desde hace tiempo. No es nada novedoso lo que cuento. La cultura greco-romana otorgaba gran importancia a la formación atlética. Ya saben, mens sana in corpore sano. El vigor y la habilidad física son parte central del programa educativo platónico por el que debe pasar el futuro filósofo-rey. Si lo dijo Platón será por algo.

Por cansino, por plasta y por aguafiestas, por eso lo dijo Platón. Es lo primero que se me viene a la cabeza al despertar y recordar mi deber para conmigo y mi salud. Es una carga pesada lo de tener que hacer ejercicio día sí, día también, especialmente durante las rachas en las que empeoro y mi cuerpo me pide descansar 24 horas. Así de malditas son las enfermedades de tipo reumático. Y así de duro es mirar todo desde el enfoque del deber.

Las éticas del deber se centran en explicar qué normas, mandamientos, leyes o imperativos tenemos que incorporar a nuestras vidas. El representante por antonomasia de este tipo de planteamientos es Kant. Cada vez que me vence el desánimo y la pereza y me planteo saltarme la sesión de ejercicio del día evoco su famoso imperativo categórico:

“Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza”

No falla. Nunca. Inevitablemente, pienso “¿Pero qué ley universal ni qué niño muerto? Va a hacer ejercicio tu madre, prusiano asqueroso.” Y me vuelvo a meter en la cama. Claro, el problema sigue ahí por más que jure en arameo. Matizo, seguía ahí. Lo he solucionado, y estoy más feliz que una perdiz.

El enfoque cambia radicalmente si el objetivo que se persigue es ser feliz o simplemente cumplir con un deber

Hace unos meses descubrí el skate gracias a mi hermano pequeño, que me enseñó los rudimentos de este deporte. Es una afición en la que lo fundamental son el equilibrio y la velocidad, rasgos de mis deportes favoritos. Desde ese día quedé enganchadísima a la historia, sobre todo viendo el nivel de habilidad de mi hermano y lo que podía alcanzar si practicaba todos los días un poco. Ya sólo conseguir subirme en el monopatín y avanzar sin caerme me producía una sensación maravillosa. Desde ahí, cada pequeño logro ha sido una celebración.

Deberes y placeres

Y aquí aparece Aristóteles: su propuesta es una ética de la eudaimonía. Esto último es un palabro griego que significa felicidad y que resulta muy útil manejar cuando quieres parecer inteligente, como es mi caso en este artículo. El objetivo de esta ética no es cumplir con el deber, sino ser feliz. Ser feliz no se entiende aquí algo parecido al Hakuna matata; la película de Disney explica bien las consecuencias de esta actitud infantil, no hace falta que me explaye con esto.

Simplemente, quiero exponer que el enfoque cambia radicalmente si el objetivo que se persigue es ser feliz o simplemente cumplir con un deber. En mi caso, practicar skate es ahora mi momento mágico del día. Cualquier persona necesita tener tiempo para no ser ni empleado, ni pareja, ni madre, ni nada por el estilo. Gracias al monopatín he encontrado disfrute diario donde antes había solo tortura y deber.

La cosa no se queda aquí. Mi experiencia con el skate sirve para explicar de forma sencilla otro concepto fundamental de mi querido Aristóteles: el valor de la experiencia. Como ya he comentado, fue mi hermano quien me metió el gusanillo en el cuerpo, pero por desgracia él vive lejos y apenas tuve un par de horas para poder aprender de su mano.

Intenté después aprender tragando tutoriales de YouTube en bucle, como si no hubiera un mañana: coloca así los pies, las manos, la cadera; muévelos de forma sincronizada; inclina el cuerpo en este sentido o en este otro.

No podemos esperar sabiduría (ni vital ni deportiva) de quien no tiene experiencia

Objetivo conseguido: me bloqueé. Me obsesioné tanto con la teoría que, al intentar ponerla en práctica, lo único que lograba era caerme una y otra vez. Perseguí a mi hermano, perseguí a varios amigos que también hacen skate, para que me dijeran en qué fallaba. Me hacía vídeos, se los mandaba y les preguntaba dónde estaba el error, más allá de parecer un pato mareado. Todos me respondían lo mismo: “lo estás pensando demasiado. Súbete, y ve haciéndote con el movimiento. Con la práctica lo irás pillando”. Justo eso afirma Aristóteles en Ética a Nicómaco:

“El joven no es discípulo apropiado para la política, ya que no tiene experiencia de las acciones de la vida, y la política se apoya en ellas y sobre ellas versa”

Imagino que suena raro que saque la política de la nada, lo sé. Para los griegos la ética y la política eran dos caras de la misma moneda: el buen hombre es el buen ciudadano, y viceversa. El buen ciudadano es quien participa de forma activa de las cosas de la polis (la ciudad). De hecho, la palabra “idiota” proviene del griego idiotes, aquellos que se ocupaban sólo de sus asuntos privados.

Contra la juventud

Tanto la política, como la ética, como manejar un monopatín, son cosas que pertenecen al ámbito de la acción y no de la mera teoría, lógica o especulación. Así pues, no podemos esperar sabiduría (ni vital ni deportiva) de quien no tiene experiencia. En mi caso, pocas horas encima del skate.

La sabiduría práctica es algo que se aprende haciendo y, mientras se hace, se aprende. En la película El indomable Will Hunting nos lo enseñan mediante una escena memorable. Will Hunting (Matt Damon) es un muchacho superdotado y conflictivo al que su psicólogo, Robin Williams, le dice en un momento determinado:

"Eres un crío y en realidad no tienes ni idea de lo que hablas. Es normal, nunca has salido de Boston. […]

Si te pregunto por la guerra me citarás algo de Shakespeare: "De nuevo en la brecha, amigos míos". Pero no has estado en ninguna. Nunca has sostenido a tu amigo entre tus brazos esperando tu ayuda mientras exhala su último suspiro.

La juventud y la belleza parecen ser los valores que lo dominan y absorben todo, y lo nuevo se valora simplemente por el hecho de ser nuevo

Si te pregunto por el amor me citarás un soneto. Pero nunca has mirado a una mujer y te has sentido vulnerable. Ni te has visto reflejado en sus ojos. No has pensado que Dios ha puesto un ángel en la tierra para ti, para que te rescate de los pozos del infierno, ni qué se siente al ser su ángel. Al darle tu amor, darlo todo.

No sabes lo que es dormir en un hospital dos meses porque los médicos vieron que el término "horario de visitas" no va contigo. No sabes lo que significa perder a alguien. Solo lo sabrás cuando ames a alguien más que a ti mismo. Dudo que te hayas atrevido a amar de ese modo.

"Te miro y no veo a un hombre inteligente. Veo a un chico creído y cagado de miedo."

Qué sensación tan sublime cuando el arte nos toca el corazón en tan solo un par de minutos. Saber filosofía me ayuda a orientarme en el pensamiento y en la reflexión, a digerir y afrontar mejor las situaciones ante las que me voy encontrando. Cuando eso mismo lo logra transmitir alguien a través de una novela, una ópera, una película o una poesía, irremediablemente celebro la naturaleza humana y toda su grandeza. Sí, a pesar de la profunda iniquidad en la que somos capaces de caer.

Vivimos en una época en la que todo cambia con excesiva rapidez. La juventud y la belleza parecen ser los valores que lo dominan y absorben todo, y lo nuevo se valora simplemente por el hecho de ser nuevo. Por eso he querido aquí recuperar la sabiduría de aquello que nunca cambia, y por eso igual te aparece en una película de hace 20 años, que en un refrán (“Más sabe el diablo por viejo, que por diablo”) o en un tratado de Ética que escribió un señoro hace 1.500 años.

Confiemos en todo aquello que resiste el paso de los años.

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