España es un país al que le gusta presumir de sus triunfos culturales. Sin embargo, esta regla tiene excepciones, entre ellas la llamada ‘ruta del bakalao’, una explosión antielitista de creatividad musical en los ochenta y noventa, que nunca se ha valorado al mismo nivel que ‘la movida’ o que las discotecas de Ibiza.
Mientras ‘la movida’ saturaba programas de televisión, radios públicas y portadas de revistas, un fenómeno como ‘la ruta’ era visto como problema de orden público al que Rafael Vera, secretario de Estado socialista, prometió poner fin. Tras años de lenta y tímida rehabilitación, esta semana se ha anunciado que Atresmedia financiará la Ruta, una serie de televisión sobre el fenómeno realizada por Caballito Films, la productora de Rodrigo Sorogoyen, director de las alabadas El reino (2018) y Antidisturbios (2020). Las tensiones culturales que desató el ‘bakalao’ pueden palparse en el legendario reportaje Hasta que el cuerpo aguante (1993), emitido por Canal +, uno de los pocos testimonios en caliente del periodo.
Joan Manuel Oleaque, profesor de periodismo y autor del premiado libro En èxtasis: drogas, música bakalao y baile (2004), recuerda así el ambiente de aquellos años: “Durante una época, los discjockeys hacían lo que les daba la gana. La gente iba con la mente abierta a escuchar lo que les pusieran. Eso lo he visto en muy pocos sitios. 'la ruta', además, modernizó mucho a los pijos. Llegaban a esos locales y se daban cuenta de que allí no eran los protagonistas. Toda la atención era para quienes más arriesgaban con el 'look' y los gustos musicales. Esas discotecas fueron espacios interclasistas, algo que no se da tanto ahora. El ambiente era muy horizontal, con un montón de gente de los pueblos y sin los clásicos piques entre tribus urbanas que podías ver en otras capitales. El público tenía claro que iba allí a divertirse", destacaba al recordarlo hace siete años.
Lo que pasó en Valencia en los 80 fue una democratización del ocio nocturno, que antes era patrimonio de la burguesía", señala Vicente Pizcueta
Algo parecido explicaba Vicente Pizcueta, que fue relaciones públicas en 'la ruta' y hoy trabaja en la patronal del ocio nocturno. "Nunca me gustó la expresión 'ruta del bakalao'. El nombre viene de un artículo en la revista de la Guardia Civil. Ellos titularon 'las espinas del bakalao' para referirse a las drogas. Coloquialmente, la expresión 'hay bakalao' significa que 'hay ambiente’. En realidad, lo que pasó en Valencia en los años ochenta fue una democratización del ocio nocturno. Antes era patrimonio exclusivo de la burguesía, un espacio pensado para que los hombres pudieran estar con mujeres distintas de la legítima. ¿Qué opciones había cuando no existían estas discotecas? 'Boites' de costumbres trasnochadas y algunos locales hippies relacionados con el jazz”, recuerda.
Transición cultural
¿Por qué fue importante esa explosión? “Lo que pasó en Valencia es que nacieron espacios de liberación, impulsados por personas que no venían sólo del mundo de la noche y de la frivolidad. Allí encontrabas desde estudiantes de filosofía (como yo) hasta hijos de represaliados republicanos. Igual que en este país hubo una transición política, esto fue una especie de transición cultural”, ha señalado Pizcueta.
También podemos decirlo de otra manera: durante el largo periodo franquista, divertirse era más bien cosa de señoritos, pero 'la ruta' consiguió abrir el ocio nocturno a los jóvenes de clase trabajadora. La aristocracia ochentera de 'la movida', personajes como Almodóvar, Antonio Banderas y Victoria Abril, acudían a Valencia de forma asidua para divertirse porque les daba algo que no ofrecía Madrid.
"En 'la ruta' te podías pasar un fin de semana entero pasando de una discoteca a otra, bailando, tomando drogas y conociendo gente de viernes a lunes", recuerda un habitual
A mediados de los 2000, busqué a algún fiestero de infantería que me contase con detalle el ambiente de aquella época. Lo encontré, aunque me pidió no usar su nombre. Le entrevisté a fondo en la desaparecida revista Salir. “Comencé en 'la ruta' a los dieciséis años y estuve más o menos hasta los diecinueve. No recuerdo haber tomado la decisión de ir, más o menos era lo que hacía todo el mundo. Fue un fenómeno masivo. En Valencia había una discoteca, el NOD, que en principio era un nombre más, pero también eran las siglas de No Olvides Drogarte. Acabé yendo a toda 'la ruta': el Chocolate, el Puzzle, la Barraca, el famosísimo Spook… En 'la ruta' te podías pasar un fin de semana entero pasando de una discoteca a otra, bailando, tomando drogas y conociendo gente de viernes a lunes”, celebraba.
La palabra clave de este periodo cultural es “desborde”, la sensación de que la popularidad del fenómeno estaba fuera de control. Las discotecas no podían con toda la clientela, así que la fiesta se expandía. “Mi primer recuerdo es bajar a Valencia y ver el parking del Spook. Era gigantesco. Los parkings eran hervideros donde se hacía la vida social, a los coches de al lado se les llamaba "vecinos". Había discotecas con bafles en los aparcamientos. Si no te sacaban la música, poníamos los Pioneer a toda tralla. Si había cerca un equipo mejor que el tuyo te acercabas y te ponías a bailar. Las rayas de 'speed' se hacían en el capó y siempre invitabas o te invitaban. No se entendía tomar la pastilla sin meterte luego tres o cuatro rayas de 'speed'. Se hacía así, directamente en el capó, si pasaba el segurata nunca te decía nada. El principal efecto del 'speed' era potenciar las pastillas. Por cierto, eran pastillas marrones, más pesadas y mejores que las que hay ahora. Imagínate chavales de dieciocho años, con toda la energía concentrada, con las drogas y con una música que no aflojaba nunca. La única vez que decrecía el ritmo era cuando el DJ te preparaba para un subidón triple”, recordaba.
El reverso tenebroso
El ambiente era de extrema fraternidad. “Te pisaba alguien y le dabas un abrazo. Los tíos, cuando no podían más, se cogían de la mano de dos en dos. Muchas veces el ‘pedo’ te había superado, pero no podías quedarte atrás. En la calle, flipabas cuando veías un coche con todas las pegatinas de las discotecas a las que ibas. Te ponía de buen humor: ‘Mira, otro fiestero’. Si paseabas por Alicante con una camiseta de la Zentral lo más seguro es que alguien te parase, te diera la mano y te dijera: ‘Nos vemos el finde’. No existía el tema de ‘tú no comes pastillas para poder conducir’. Nos daba igual que estuviese drogado y le agradecíamos mucho que hiciese el esfuerzo de llevarnos y arriesgarse a un accidente. Conducíamos a ochenta. Tardábamos cuatro horas hasta Valencia en vez de dos. Me acuerdo de Sergi que decía que se guiaba por la raya continua de la carretera. No sé cómo llegábamos…”
La heroína no hizo mella en el prestigio cultural de 'la movida', mientras que en 'la ruta' las pastillas eclipsaban el reconocimiento de cualquier aportación
Por supuesto, también hubo un reverso tenebroso de la fiesta. La diferencia es que la epidemia de heroína no hizo mella en el prestigio cultural de 'la movida', mientras que en 'la ruta' las pastillas eclipsaban cualquier aportación cultural. Los excesos pasaron factura, sobre todo en la etapa más decadente del fenómeno.
“Estuve una vez en el Heaven cuando murió una persona y los porteros le pusieron una manta encima y lo dejaron ahí. Murió a las cinco de la tarde, no querían cerrar la discoteca y la gente siguió bailando. Muchos acabaron desquiciados. He conocido personas que perdieron la relación con sus padres para luego irse a vivir con el primero que se lo propusiera. De pronto te encontrabas a una chica que era de Valencia y estaba en Alicante con cien pastillas. Se las había robado a su novio y estaba por ahí de fiesta sola. Con ese cargamento se tiene para vender y vivir. Yo era de los mejor educados y también robé a mi padre. Cuanto más dinero, mejor era la fiesta. Mucha gente se quedó muy colgada con los tripis. Conozco a un chico que literalmente se ha quedado retrasado. Se comía dos o tres tripis cada finde. No teníamos referente de cuál era nuestro nivel de tolerancia. La gente se comía seis o siete pastillas por fin de semana. Pocos llegaban a la Universidad, todo el mundo se ponía a trabajar para pagarse las pastillas. Las drogas principalmente se manejaban en los pueblos. Los de la ciudad pasábamos de traficar, porque queríamos llegar a la Universidad. En los pueblos se barrieron todas las aspiraciones académicas y laborales”, lamentaba.
Delirios decadentes
En esa etapa de máxima decadencia artística y popularidad comercial, los discjockeys atravesaron experiencias extremas. Las explicó, por ejemplo, Paco Pil en una entrevista a corazón abierto con El Mundo en enero de 2019. ¿Titular? “Era un James Dean sin control”. ¿Dato económico relevante? Entre 1993 y 1997, la discográfica Max Music, con la que tenía contrato, facturó nueve mil millones de pesetas. El texto es una cascada de anécdotas dignas de una clásico de Scorsese, desde encerrarse durante días con tres chicas y un cargamento de drogas en la suite de hotel hasta sobrevivir con trabajos basura en Miami, pasando por la experiencia de que una banda de traficantes ofreciera una recompensa por matarle. “Me colé por la puerta de atrás en un camping y me instalé con mi coche, escondido, al lado de una roca. Allí dormía con un tronco de madera a modo de almohada. Estuve así dos meses. Piensa que al poner precio a mi cabeza, cualquier motorista o miembro de la banda podía liquidarme. Había recompensa por mi muerte. Pasé auténtico pánico”, recordaba en la charla.
Los puristas consideran que está etapa final es una degradación, que no tiene mucho que ver con la explosión espontánea original. Tienen parte de razón, pero es algo que ocurre con todos los fenómenos musicales, desde el punk al house. ‘la ruta’ pasará a la historia de la música popular por su extrema creatividad, hedonismo y apertura de miras. Así lo ha explicado Luis Costa, autor del libro ¡Bacalao!: historia de la música de baile en Valencia 1980-1995. “Cuando irrumpe la figura de Fran Lenaers en Spook, la escena da un salto exponencial revolucionando la técnica de pinchar, introduciendo las mezclas largas de músicas de diferentes estilos. Algo que imitarían una década más tarde los celebérrimos 2ManyDjs. Habrá que esperar hasta 1987, en The Haçienda, con su DJ residente Mike Pickering, para ver algo parecido, pero Valencia ya iba unos pasos por delante y tenía multitud de discotecas y pubs multiplicando el fenómeno”, subraya. Todo esto fue el bakalao: la mayor fiesta y la peor resaca de los boyantes ochenta y noventa. ¿No pega todo un 'revival' para celebrar el fin de la pandemia?