Rodeado de periodistas, Gregorio Morán dice no ser un papa ni un mandarín. No ha venido aquí para juzgar ni salvar a nadie. Sin embargo, el libro que tiene entre las manos y que ha conseguido publicar, al fin, es una especie de lista de ejecución de ochocientas páginas: nadie sale ileso de ella. En ellas él es el francotirador, el hombre con la mira, el que se reserva la última bala, aquel que aprieta el gatillo.
Polémico por naturaleza, el escritor y periodista Gregorio Morán ha sido siempre una voz disidente. Primero con el comunismo en su libro Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 1939-1985; luego con la transición, cuyo coste él tasó sin regatear un céntimo, en El precio de la transición (1987); siguieron Ortega y Gasset, retratado en el durísimo libro El maestro del erial (1998) y Adolfo Suárez, al que no le concedió ni por asomo el azúcar con la que muchos convirtieron su obituario en un merengue. Ahora toca el turno a la cultura en España en El cura y los mandarines. Historia no oficial del bosque de los Letrados, un libro censurado por Planeta y que ahora publica el sello Akal.
“Estaba a punto de imprimirse, hasta que alguien llegó hasta el penúltimo capítulo y dijo: ¿no os habéis dado cuenta de esto?”
“Faltaba dar al botón. Estaban listas las segundas pruebas, la portada hasta el índice onomástico. Faltaba, insisto, dar al botón, hasta que alguien, ¡alguien!, de las ochocientas páginas que no se había leído nadie, llegó hasta el penúltimo capítulo y dijo: bueno, ¿no os habéis dado cuenta de esto?”, dice Gregorio Morán con los ojos abiertos, ensayando una mueca perpleja –a él, lo damos por hecho, pocas cosas le pillan por sorpresa- al referirse a Todos académicos, el capítulo número 33 del libro, en el que carga tintas contra Víctor García de la Concha, cabeza actual del Instituto Cervantes y exdirector de la Real Academia, pero también contra académicos como Juan Luis Cebrián, Luis María Ansón o Antonio Muñoz Molina…
Para todo aquel que permanezca ajeno a la polémica, que no se asome muy a menudo al sanedrín cultural, la pregunta sería… ¿Y qué? ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? Pues toda la que parece y más. “El cura y los mandarines saldría en la misma fecha que el diccionario de la RAE (23ª edición, publicada por Espasa, sello de Planeta) ¡Comenzaron a sonar a las alarmas! Del diccionario se colocan 450.000 ejemplares de salida… ¡Eso es un dineral! Y claro, cuando descubrieron que el penúltimo capítulo iba contra la RAE, lo pararon. Eso sí, en la historia del grupo Planeta nunca se había llegado tan lejos con un libro. A punto estuvo de ir a imprenta”, dice Gregorio Morán en una rueda de prensa que terminará en entrevista, minúsculo compartimento de diez minutos en una conferencia de prensa de noventa, y en el que Morán asegura, sin pensarlo, que de no haber surgido en España tal cosa como Podemos, habría sido necesario inventarla.
Mandarinato de café con leche, sotana y pedorreta
En el Café Comercial hay por lo menos una docena de periodistas convocados. Esperan todos, sentados ante un platito con bollos y churros, a que comience la que puede que sea la rueda de prensa más esperada de la semana. No son todavía las once de la mañana y una especie de expectación reina en el aire. Gregorio Morán toma asiento, también, pero ante una mesa que se eleva sobre una tarima. El libro del que lleva hablándose al menos algo más de un mes desde que estalló la polémica, está al fin en sus manos. Es blanco y grueso, muy grueso: 800 páginas en las que se destripa la vida cultural española y de la que los presentes no han tenido ocasión de leer ni un solo folio. Morán está contento, claro, por todo: por el volumen al fin publicado; por la bella edición, dice él; y por el lugar escogido para presentarlo: "En los tiempos del cólera, el Café Comercial era underground sin saberlo. El Gijón en cambio era el lugar del mandarinato de café con leche", dice no para romper el hielo, sino para fundirlo mientras calienta motores.
Gregorio Morán, un hombre del que casi todos destacan su rigor y lucidez, así como su implacable elegancia para desbaratar capillas (del tipo que sean), tiene esta mañana un no sé qué entusiasta. Ligeramente elevado gracias a la tarima travestida en púlpito, el periodista –y en este caso referirse a él así tiene un doble porqué- esparce, veterano, titulares que harían lo que el maíz con las gallinas; saca de un zurrón invisible, trozos de grasa restante separada de un solomillo imaginario, que Gregorio Morán arroja con intención: “Se podría decir que el adversario me ha hecho la campaña”. “Me consta que los medios en papel y los grandes medios de comunicación tienen instrucciones de no publicar nada”. “Planeta ha librado un pulso con los grandes medios porque los elefantes sólo tienen miedo a otro elefante”. “No es la primera vez…”
En la rueda de prensa, Morán esparce, veterano, titulares que harían lo que el maíz con las gallinas…
En la presentación de su libro, insiste Gregorio Morán en el periodismo acobardado y que se hace la vista gorda; en el periodismo tenaz y punzón de otros años que ahora desluce sin filo, cual pobre cucharilla plástica; en el periodismo sin peso; en el periodismo malo y cobarde; en el periodismo venido a menos; en el periodismo… (ninguna de éstas son suyas, pero algo en estas palabras resuena, una inyección de mala leche que se cuela en el café servido en blancas y coquetas tazas). Una reportera alza la mano y pregunta a Morán de dónde surgió la chispa; porqué eligió a Jesús Aguirre como hilo conductor de un libro que atraviesa la cultura en España desde 1962 hasta 1996.
Morán da un largo y enjundioso rodeo: asegura que no existe acontecimiento en la historia de España desde el año 1962 en el cual Jesús Aguirre no estuviese presente: su apoyo a las huelgas mineras del 62; aquella misa, la única en España, que él ofreció en memoria de Julián Grimau e incluso la escurridiza carambola que lo llevó del celibato a la casa de Alba. Aguirre tiene, según Morán, todos los “aspectos humanos que los identifica como un apersona representativa de la posguerra”. Pasa de una orilla a otra; olvida; corrige; salta de la radicalidad a la nobleza; del fuste al mimbre.
“Jesús Aguirre no era jesuita, sino un cura de aldea. Su entrada en la editorial Taurus ocurrió a partir de un hecho tan singular como ser el confesor de la señora de Urquijo. La capacidad de financiación de Jesusito, como le decían entonces, era infinita. Pasó de la lucha armada a ser Duque de Alba; fue el hombre el hombre Pio Cabanillas, formó parte de El País”. Se detiene Morán y alude al Grupo Prisa, del que, tiene la certeza, sólo por el capítulo El País como falso intelectual colectivo no reproducirá sus palabras. No ha terminado Morán de pronunciar la frase cuando la periodista que ha preguntado le interrumpe para aclarar que ella es la reportera que El País ha enviado a cubrir la rueda de prensa. Ya los churros llevan rato frío en los platos. “Por favor, no confunda a los trabajadores de un medio con sus directores”, apostilla otro de los periodistas.
-He sido trabajador en los medios –responde Morán.
-Es solo un matiz, para que sepa -replica el reportero.
-Durante más años que tú he sido un machaca. No te preocupes, sé de lo que hablas. Y te digo, la posibilidad que tiene ahora un macha de filtrar información es todavía menor que en mi época… y entonces era ya muy poca.
“Durante más años que tú he sido un machaca. No te preocupes, sé de lo que hablas”
Morán guarda un momento su bolsa invisible de maíz y grasa, para de cebar titulares. Mientras explica lo que, para él, es la falsa gloria de la Transición, Morán describe a Aguirre como la mejor metáfora del “mandarinato cultural”, alguien que fue despreciado por los popes, entre ellos Camilo José Cela –a quien se refiere como un abuelo golfo que hacía pedorretas a la hora del postre- y que sin embargo se alza como metáfora de un tiempo que para Morán se detiene en 1996.
Por qué no continuó en el tiempo, por qué se detuvo allí, en 1996; insisten muchos periodistas. Morán responde: él, a su edad, ya no está para esto. Que sean otros, más jóvenes, los que cuenten los años más cercanos. Acaso porque él, Morán, ya vio bastante. “EL PSOE llegó al poder de manera absoluta en octubre de 1982 y con una concepción absolutamente ilustrada del siglo XVIII. Aquellas idea sobre lo que sería la Transición, que Alfonso Guerra explicaba en una pizarra, se acabó”. Y es justo ahí, en el papel que jugaron los intelectuales en esos años, es en donde Morán hinca los dientes: “El PSOE consiguió comprarlo todo, incluso voluntariamente. Los medios de comunicación y los intelectuales se volcaban con ellos. Luis María Ansón se mesaba los cabellos porque el PSOE subvencionaba las obras de teatro, por cierto malísimas, de Fernando Savater que se estrenaban en los teatros de Madrid. La llegada del PSOE en una sociedad no muy habituada a la crítica fue un cáncer cultural y fue entonces cuando pasó lo que pasó”
Marcaje uno a uno tras 90 minutos subiendo por las bandas
La presentación de El cura y los mandarines se disuelve de a poco, como un azucarillo grueso en un café que se ha quedado frío. El pesado libro pasa de mano en mano: blanco, blanquísimo, como un aparato de papel que habrá de estallar de un momento a otro. Han transcurrido exactamente 90 minutos en los que Morán ha hecho de delantero, ariete, centro del campo, defensa, portero, linier… y hasta de hincha de sí mismo.
Es difícil conversar con un solicitadísimo Gregorio Morán que tiene el tiempo contado. Hay muchos periodistas, muchas preguntas y poquísimo tiempo. Sin embargo, Morán –tranquilo- permanece sentado en su tarima mientras los reporteros pasan, de uno en uno, a aclarar el baño con manguera que el autor de El cura y los mandarines acaba de dar. Toca regatear sobre la realidad, allí donde aparecen las rencillas que no prescriben; los polvos de los que vinieron estos lodos.
Han transcurrido 90 minutos en los que Morán ha hecho de delantero, ariete, portero, linier… y hasta de hincha de sí mismo.
-¿Ésta es su última gran pelea?
-Ojalá. Pero esta pelea no la he decidido yo.
-No hablo de la polémica ni la censura. Hablo del libro. ¿Esto es un ajuste de cuentas? ¿Con quién las está saldando?
-Claro que es un ajuste de cuentas… con el pasado de mi país. Este libro es lo que no se ha contado antes y justamente porque no lo ha hecho, otro gallo hubiese cantado. Este libro es un ajuste de cuentas, sí, pero no es una venganza.
-Hay una generación entera a la que estos contubernios le pillan muy lejos. Los privilegios fueron pocos para ellos. ¿No le parece?
-Para ellos el libro será como arqueología, pero esa generación está condiciona en el campo de la cultura por esa otra generación. Se lo digo: yo intenté que en la presentación hubiese un escritor de menos de cuarenta años. Fracasé. Ninguno estaba dispuestos. Tenían demasiadas presiones de sus editoriales.
-La Transición se cae a pedazos. Con ella mueren grandes figuras: desde Adolfo Suárez, Emilio Botín o Isidoro Álvarez. ¿No es acaso el momento de la renovación?
-Falleció Botín, y quién le sustituyó… ¡su hija! Ese no es un fenómeno de la Transición, es anterior a ella. El valor de la transición es limitado, por eso no la venden tanto. Es como si unos hubiesen cambiando de piel, y no fue así, ni está siendo así.
-Me está empujando a preguntarle por Podemos y su denuncia de la 'casta'.
-Podemos rompe el miedo, que es una característica dominante de la generación que aparece en este libro. Cuando alguien tiene miedo tu actitud frente al poder está entre el temor y el agradecimiento y esto ahora no ocurre. El efecto podemos hay que analizarlo desde la perspectiva del adversario. No es tanto lo que son cuanto el miedo que les tienen, que todas las viejas glorias del mandarinato hayan salido preguntando quiénes era, esa especie de desprecio de casta intelectual, catedráticos corruptos hasta la médula que dicen: ‘No tienen programa’. Ajá, ¿y alguien se ha leído alguna vez el programa del PSOE?
-¿Está siendo indulgente con Podemos? En alguien como usted eso sorprende.
-Lo soy, sin duda. Me pilla ya muy mayor. Pero en una sociedad como ésta, si no existiera Podemos habría que inventarlo. Yo no sería un votante de ellos, porque no creo en eso, pero entiendo que hay gente dispuesta a barrer y eso es necesario.