Vivimos tiempos en los que el malestar tiene hashtags, los diagnósticos circulan en memes y la tristeza se confunde con marca personal. La salud mental ha dejado de ser un tabú para convertirse en trending topic, en contenido. Todo el mundo parece tener una respuesta, una teoría, una experiencia transformadora o una solución mágica. Las emociones se exhiben en carruseles de Instagram y los falsos gurús prometen una felicidad que se puede comprar, agendar o visualizar.
Daniel Jiménez (Madrid, 1981) ha escrito un libro incómodo, valiente y profundamente humano que aborda todas estas aristas. Conocido por su impactante novela 'Cocaína', vuelve ahora con 'El incidente', un libro que bucea en las aguas turbias de la salud mental desde un lugar poco común: la honestidad. El punto de partida es un enfrentamiento en la planta de psiquiatría de un hospital entre Ricardo Montesinos, jefe de la unidad, y Manuel Alejandro, un joven paciente ingresado por tercera vez. Lo que a simple vista parece un accidente clínico se convierte en una red de contradicciones, silencios y versiones enfrentadas que un escritor, ingresado en ese mismo lugar veinte años atrás tras sufrir un brote psicótico, decide investigar.
Entre la realidad y la ficción, ‘El incidente' es también el relato de una herida que no se cierra: el autor-narrador no sólo recoge más de 40 testimonios para reconstruir lo ocurrido, sino que en el camino se enfrenta a sus propios fantasmas. Diagnóstico de trastorno bipolar, ingresos psiquiátricos, la pérdida de su hermana... Jiménez disecciona la narrativa oficial de los problemas de salud mental y desmonta la simplificación con la que hoy se aborda el sufrimiento psíquico, tanto desde el sistema sanitario como desde el discurso popular.
Pero esta novela no busca culpables. Más bien cuestiona la necesidad de encontrarlos. A través de múltiples voces y capas narrativas, el autor compone un juicio sin sentencia, donde todos los personajes tienen razones, heridas y contradicciones. Una historia que interpela a quien la escribe tanto como a quien la lee. Porque al fin y al cabo, “nadie tiene la culpa. Estas cosas pasan. Solo fue un incidente”.
En Vozpópuli, hablamos con el autor sobre el proceso creativo de su nueva novela y los desafíos que enfrenta el sistema de salud mental en España.
P. ¿Qué le llevó a escribir ‘El incidente’? ¿Hubo algún detonante específico?
R. Pues el detonante más claro fue tener conocimiento de ese incidente. De hecho, es una idea que tenía desde la pandemia. Tenía la intención de escribir sobre salud mental, porque se empezó a hablar mucho del tema a raíz del confinamiento y a causa de los desajustes que nos provocó a todos. Además, en esas fechas empecé a tener relación con gente del ámbito de la salud mental, porque mi pareja trabaja en ello. Así que la mezcla de todos estos factores hizo que comenzara a investigar tanto el incidente en sí como a los implicados. Ya no solo el entorno que lo había vivido, sino también la gente que, de alguna forma, formaba parte de este boom mediático en torno a la salud mental. Siempre es positivo que se hable del tema, pero al mismo tiempo me parecía que se estaba dando una perspectiva muy individualista, o menos poliédrica, de lo que podría ser.
P. En la propia novela habla de ese boom de libros sobre salud mental, y sin embargo se anima a sacar uno. ¿A qué se debe?
R. Claro, el problema es que yo quería hacer otro libro más sobre salud mental, pero intentaba que fuera diferente o que tuviera algunas cualidades de las que, en mi opinión, carecen otros libros. Por supuesto, cada uno tiene un enfoque distinto, pero sí que hay cierta tendencia a simplificar y a ver las cosas desde una sola perspectiva, obviando todo lo que las rodea o lo que puede enriquecer una obra sobre salud mental. Yo creo que eso es, precisamente, contrastar y confrontar diferentes testimonios.
P. ¿Su propia experiencia en un ingreso psiquiátrico influyó en la manera en que narró la historia?
R. Pues sí, seguramente sí. Porque mientras escribía el libro y me acercaba a las vidas y procesos de otras personas, inconscientemente, e irremediablemente, revivía un poco mi propia historia: la de mi ingreso, la de mi hermana y todo lo que sucedió después. Lo he dicho en alguna entrevista: al principio quería desmarcarme de esa tendencia de contar mi propio caso, por lo que comentaba antes sobre el boom de libros de salud mental, pero me estaba metiendo tan de lleno que creo que hacer un espejo con mi situación personal enriquecía el libro. No era gratuito que yo, como personaje, como autor y como persona, contara también mi experiencia. Servía para equilibrar los demás testimonios e intentar entenderla. Porque es algo que estuvo mucho tiempo silenciado. Hace 20 años de eso, y tener un brote psicótico entonces suponía un estigma muchísimo más grande, y dañino, que ahora. Ni siquiera yo mismo lo había hablado con mucha gente. Lo sigo tratando en terapia, pero nunca lo había escrito, y eso que he escrito mucho sobre lo que me ha pasado. Por eso consideré que compartirlo iba en favor de la trama del libro y de la comprensión del fenómeno de la salud mental.
P. ¿Qué diferencias encontró en el proceso de escritura entre ‘El incidente’ y ‘El plagio’?
R. Pues, sobre todo, que en ‘El plagio’ directamente no había ficción. O sea, era tal cual recordaba yo mi vida y la de mis padres y mi familia en torno a ese otro suceso, que es el plagio, y cómo nos marcó. Lo que hice fue escribir descarnadamente sobre lo que yo había vivido, sobre lo que recordaba y sobre lo que nos pasó. No intenté ni exagerar, ni minimizar, ni ficcionar.
En ‘El incidente’, sin embargo, de primeras no quería ser un personaje. Quería hablar de los demás porque me parecía que tenían muchas más cosas que decir que yo. Y durante el proceso me di cuenta de que, al final, sí que podía resonar un poco mi experiencia en la de Manuel Alejandro, en la de Ricardo Montesinos y en la de los otros entrevistados. Pero además de ese ejercicio de recopilación de información y documentación, también me permitía el hecho de ficcionar. Cuando había algo que no encajaba o que a mí no me servía con el objetivo que tenía de a dónde llegar, pues lo podía modificar, porque estaba haciendo una novela y ya no era una realidad inexpugnable.
P. La novela tiene 40 testimonios, ¿cómo manejó tanta información?
R. La verdad es que eso es lo que más me ha costado, porque además los testimonios no son estancos. Hay cosas que me han dicho unos personajes que se las he puesto a otros. Hay cosas que yo sabía que se las he introducido a ciertas personas. No ha sido una transición directa de todas las entrevistas que tenía, sino que ha habido que manejar toda esa información, dosificar, cortar y pulir.
Hay entrevistas que duraban dos horas y luego se han quedado en un capítulo de cinco páginas. La verdad es que ha sido un proceso bastante arduo, pero al mismo tiempo muy estimulante.
P. En el libro aborda el estigma de la enfermedad mental. ¿Qué cree que sigue fallando en la sociedad respecto a este tema?
R. Pues es difícil, porque pueden ser muchas cosas, y desde luego no son fáciles. Se puede señalar lo que falla, pero a veces no solo es cuestión de decirlo, sino también de intentar proponer soluciones. El problema de escribir sobre esto es la sensación de que tienes que tener argumentos muy claros para entenderlo o para criticarlo. Y yo, precisamente en algunas entrevistas, pues me voy de la boca y digo alguna cosa demasiado sentenciosa… cuando ese era, precisamente, mi miedo. Por eso escribí un libro que se contradice en muchos postulados.
Hay personas muy respetables que defienden una postura y otras que defienden otra. Entonces, al final, ¿qué falla? Pues, seguramente cualquier cosa que te diga son síntomas de que algo general está yendo mal. Por una parte es la simplificación del tema, otra parte es cierta soledad, que en redes sociales parece que aumenta, aunque dé la sensación de que nos conectan más. Falta apoyo institucional, falta formación, falta paciencia… faltan muchas cosas. Pero, aun así, el otro día me decía, por ejemplo, un escritor, Juan Tallón, que ha leído el libro y le gustó mucho; que el libro le parecía un ejemplo de lo que es España: que siempre está todo a punto de derrumbarse.
En este caso, el sistema de salud mental, que no sabes muy bien cómo, pero se sostiene. Y esa es una de las ideas que le había generado el libro. Y yo creo que es así: que si el sistema de salud pública se deshace, que si España se rompe, que si todo se va un poco al garete... y, de alguna forma, como nos mantenemos y como la cosa fluye, pues nos quedamos satisfechos, o lo más satisfechos que se puede en este contexto. Y yo creo que eso, a nivel político, a nivel cultural, a nivel social y a nivel de salud mental, es una buena forma de entenderlo. A lo mejor es eso: que todo está a punto de romperse, pero que, al final, de alguna forma aguanta.
La gente no nace buena y mala, todo depende de las circunstancias”
Daniel Jiménez (escritor)
P. Habla de la “permanente visibilización” de la salud mental y el riesgo del exhibicionismo. ¿Dónde cree que está el equilibrio entre visibilizar y banalizar?
R. Para cada persona, su caso es lo más importante que hay. Y, sobre todo, depende del momento en el que te encuentres: si lo estás viviendo, si estás pasando por una mala fase, por una depresión, por un duelo, por un malestar muy grande… es muy difícil decirle a alguien que lo está sintiendo en ese momento que relativice. Pero el problema no es que la gente tenga la legitimidad de su propio sufrimiento, que la tiene, sino cuando ese sufrimiento se convierte en algo instrumentalizado. En esa necesidad de exponerlo, de exhibirlo, de que nos refrenden.
En este mundo casi paranoico de las redes, parece que todo tiene que verse, comentarse, validarse. A lo mejor es que ya soy mayor y me he pillado tarde este fenómeno, pero creo que lo que lo convierte en banal es eso: que puedas subir una foto del brunch y, por la noche, publicar que estás atravesando una depresión o al borde de una crisis. Esa contradicción, esa necesidad de transmitirlo todo al mundo en forma de post, es lo que lo hace incompatible.
P. En este sentido, ¿cree que existe la industria de la felicidad?
R. No es que lo crea yo, es que lo dicen muchos de los entrevistados, y se puede ver a diario. A modo de ejemplo: como he tenido que ir pinchando en diferentes artículos sobre estos nuevos gurús de la felicidad, que hay muchos y muchas, y que además venden libros porque, por lo visto, convencen a la gente, ahora cada vez que abro Google son las primeras noticias que me recomienda.
No creo que sea solo por las cookies. Todos los días se genera muchísima información sobre estos expertos en crecimiento personal o en “sanar emociones”. Ese es el problema industrial de la felicidad: que, de alguna forma, te ofrece la posibilidad de cambio… y te la da a ti. Como si estuviera en tu mano ser feliz. Pero no solo no está en nuestra mano: hay muchísimos factores que influyen.
P. ¿Siente que hay una brecha entre la teoría y la práctica en el tratamiento de los trastornos mentales?
R. Totalmente. Lo que he descubierto, y también lo he aplicado a mi propia experiencia y a la de otras personas, pacientes o profesionales, es que esta forma de entender la psicología y la salud mental, que es más diversa y más compleja, muchas veces se choca con la realidad.
Y la realidad es que no hay tiempo material para atender a todas las personas como se merecen. En parte, porque hay un déficit de psicólogos y psiquiatras. Pero también porque, con esta simplificación y banalización de lo que es el malestar, hay demasiada gente pensando que lo que necesita es un psiquiatra… cuando quizá lo que necesita es ir a un sindicato, a una asociación vecinal, o simplemente hablar con su familia de lo que le preocupa.
Como comenta uno de los psiquiatras en el libro, hay gente que llega a consulta buscando crecimiento personal. Y eso genera confusión: se mezclan la felicidad, las emociones, el desarrollo personal y la psicopatología. Por eso quería explicar más en detalle, y con más profundidad, qué hace un psiquiatra, qué hace un psicólogo, qué hace un auxiliar en una planta, qué pasa cuando tienes un brote. Dar más herramientas para que las personas puedan enfrentarse a su vida, no solo guiarse por lo que ven en la tele o por lo que dice cierta gente en redes.
Lo que hace la salud mental banal es decir, en un mismo día, que vas a un brunch y por la noche que estás al borde de una crisis"
Daniel Jiménez (escritor)
P. ¿Cómo equilibró las perspectivas de pacientes y profesionales sin inclinarte demasiado hacia uno de los lados?
R. Fue muy difícil. Tuve que ser muy consciente en todo momento de no caer en los maniqueísmos típicos: víctima-verdugo, agresor-agredido, bueno-malo. Necesitaba huir de esos clichés que funcionan en otro tipo de novelas, y que también usamos a veces para solucionar conflictos de manera impulsiva o inmediata. Pero frente a ese comportamiento simplificador, tenía que tener muy presente que las personas actúan en base a sus circunstancias. Lo dice también un personaje del libro, que puede parecer extremo, pero tiene razón: la gente no nace buena o mala. Todo depende de cómo ha sido educada, de cómo ha sobrevivido, de cómo ha salido adelante. El que actúa bien suele haber tenido un entorno favorable. Y quien actúa mal… quizá no tuvo las herramientas, o actuar mal le resultaba más útil.
Eso es lo que pasa también en el libro. Si no te colocas siempre como víctima o como “el bueno de la historia”, te ves obligado a ponerte en el lugar del otro. Y eso es algo que la propia psiquiatría necesita. Cuando vas a terapia, depositas una confianza enorme en alguien que, la mayoría de las veces, ni te conoce. Y esa persona también tiene que hacer ese ejercicio de empatía.
Creo que una relación terapéutica sana parte de ahí: de que el vínculo sea emocionalmente sano. Y el libro, en cierto modo, representa eso. Es como un juicio, pero sin culpables. Un investigador entrevista a las dos partes implicadas, y la “sentencia final” no busca culpabilizar a nadie, sino entender una corresponsabilidad. Tanto en el incidente como en lo que pasa en la sociedad.
P. De hecho, el personaje de Manuel Alejandro es bastante complejo
R. Sí, por eso necesitaba que hablara, y por eso tiene su diario: para que podamos entender cómo ve las relaciones y cómo funciona su cabeza. También escuchamos a su madre, a su padre, a su hermano, a sus amigos del taller de escritura, al profesor… y vemos cómo esas interacciones pueden acabar siendo enfermizas sin que haya, necesariamente, un trastorno de base.
A veces, los conflictos no vienen porque haya una enfermedad mental, sino porque se desarrollan a raíz de ciertas relaciones. Si fuera tan sencillo, a Manuel Alejandro le darían un diagnóstico y ya está. Pero a veces los diagnósticos también marcan un camino: “Tú eres así, te pasa esto”. Y hay personas a las que eso les reconforta. En el libro se ve: hay quien abraza su diagnóstico y se siente mejor. Pero hay otras, y creo que es el caso de Manuel Alejandro, que lo viven como algo limitante. Y eso también quería mostrarlo.
P. ¿Cómo ha sido la recepción del libro en comparación con sus expectativas?
R. Ya no me creo muchas expectativas, la verdad. Para mí, lo mejor de un libro es escribirlo. Claro que compartirlo, que se publique, que la gente lo lea y dé su opinión… es bonito, siempre que no te destruyan el trabajo. Pero, sinceramente, lo más emocionante para mí siempre es el proceso de escritura. Es lo que más disfruto.
Si me pusiera a pensar que todo este esfuerzo va a acabar en cien ejemplares vendidos y nada más, o que voy a vender cien mil y podré pagarme unas vacaciones, entonces ya no estaría disfrutando del libro. Ni estaría dentro de él, que es lo que más me emociona. Así que intento no pensar en la repercusión. Publicarlo en Seix Barral, que es una editorial con mucho recorrido, y recibir buenas reacciones de gente que conozco y respeto, para mí ya es suficiente.
P. ¿Qué aprendió sobre sí mismo al escribir esta novela?
R. En el último capítulo hay como un cierre de esa aventura del narrador, que soy yo mismo, y creo que ahí se resume bastante bien la respuesta. Si aprendí algo, fue a tolerar mis propias incoherencias y contradicciones. A intentar convertirme, por el camino, en mejor persona, mejor compañero, mejor padre. A entender cosas que no entiendo.
Básicamente, aceptar que no hace falta estar siempre de acuerdo o en contra, no hay que estar todo el rato tomando postura ni creyendo que tenemos la razón. También hay que tolerar no saber. No entender. Y eso está bien. Hay que transitar esa fase. Eso es lo que yo he hecho escribiendo este libro. Y, de esa fase, salen ciertas conclusiones, ciertos anclajes. Y con eso basta. No hay que tener siempre claro lo que pensamos, lo que sentimos o quiénes somos.