Cultura

El París que despertaba tarde, meca de la cultura y que hace 100 años celebró los Juegos con medallas para el Arte

En 1924 la capital francesa volvía a celebrar los Juegos Olímpicos rodeada de algunos de los artistas más famosos del planeta

Cartel de los Juegos Olímpicos de París de 1924.
Cartel de los Juegos Olímpicos de París de 1924.

Fueron los Juegos en los que el 'Tarzán' Johnny Weissmuller arrasó en el agua con tres medallas de oro y una de bronce en waterpolo; en la que los 'finlandeses voladores' triunfaron en las carreras, donde ‘participaron’ los corredores de Carros de Fuego; y los que sirvieron a Uruguay para que le convalidaran su victoria como su primer mundial de fútbol. Europa todavía supuraba por las heridas de la Primera Guerra Mundial, la guerra más mortífera hasta el momento que había dejado una generación prácticamente huérfana de hombres en muchas ciudades. Fueron juegos en los que se incluyeron disciplinas artísticas de arquitectura, literatura, música, pintura y escultura, en una ciudad que entonces era la auténtica capital mundial de cultura.

Un 27 de julio de 1924 concluían los Juegos Olímpicos de París, los últimos que fueron liderados por el fundador de las Olimpiadas modernas Pierre de Coubertin. El padre del renacimiento olímpico agitaba su sombrero orgulloso durante la vuelta olímpica, mientras varias delegaciones estrenaban el saludo olímpico, plasmado en los carteles de los Juegos, y que imitaba el falsamente atribuido saludo romano. Un gesto que desaparecería de las ceremonias olímpicas desde que comenzó a ser empleado de una forma casi idéntica por los regímenes fascistas, especialmente el nazi.
Entonces París era una fiesta, los artistas de todo el mundo acudían a los cantos de sirena de sus cafés, de sus drogas y su absenta. La mermelada verde era el sobrenombre del hachís que atufaba ricos salones donde también se pintaban rayas de coca. Chanel, Scott Fitzgerald, Hemingway, Weissmuller, Monet, Kiki de Montparnasse apuraban noches eternas en unos años que todavía eran felices. 

La mayoría de parisinos nunca vivieron aquella fiesta de absenta, ron y drogas

'París despertaba tarde'

En su última novela, el escritor y exministro de Cultura Máximo Huerta viajó a esa ciudad que “despertaba tarde, con las sábanas pegadas en la cara, marcada de maquillaje malo; y los adoquines sucios de restos de verduras, porquería, lluvia y barro”, decía uno de los pasajes de París despertaba tarde.

“París era deslumbrante, ingeniosa, insolente. Y los años veinte son una parte excepcional de la historia, después de una guerra. Era un tiempo en el que había un deseo loco de crear un nuevo mundo, y París tiene y ha tenido siempre ese imán. Fue la ciudad más cosmopolita, todo lo que pasaba, pasaba en París. Todos los pintores, escritores que querían hacer algo se iban a París. El cine, la moda… todo se convirtió en el sitio adecuado, en el momento adecuado para todos. Convirtieron a París en la ciudad de la cultura por delante de Londres, Berlín… Y no fue gracias al talento nacional, sino gracias a los inmigrantes. No eran franceses, pero eran parisinos”, señala Huerta en una entrevista con Vozpópuli. 

Pero aquel París en eterna fiesta era una muy excepción de un reducido grupo de burgueses privilegiados que podían emplear su tiempo en los placeres de la vida. El París real era el de las calles sucias, los mercados pobres y los trabajadores trabajando de sol a sol que despreciaban y no llegaban a comprender a sus ilustres vecinos. “Lo que estaba pasando en esos años no es la realidad. No era todo París. La gran fiesta, la experimentación, la locura no era de todos, muchos ni se enteraron de esos años locos. Esa es la paradoja, fueron unos años locos de unos cuantos porque obviamente también había olas conservadoras, olas de racismo. Había otros miedos que venían de la Unión Soviética, Italia con Mussolini naciendo. Pero muchos parisinos ni se enteraron de esta ola de libertades y para los que no se enteraron a toda esa pandilla de artistas les llamaban degenerados, apátridas, provocadores terroristas, estrafalarios, profesionales del escándalo. Un puñado de locos”.

Hoy París sigue siendo en parte heredera de aquellos chispazos de genialidad. Aunque ya no cuenta con el emblema de capital mundial de la cultura, parece que actualmente nadie la ostenta, sigue siendo la ciudad más visitada del planeta, con el cuadro más reconocible por toda la humanidad y con el monumento más emblemático. En la ceremonia de este viernes, Francia sacó pecho de su historia y su cultura, lució todos los tópicos, desde el acordeón a la Gioconda, combinándolos con la Francia más diversa de Aya Nakamura, tan francesa como Édith Piaf, ayer reencarnada en cuerpo y voz de la genial Céline Dion, broche de oro a una ceremonia que ni la lluvia pudo empañar. Durante 15 días París volverá a ser una fiesta.

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