Uno de los mejores videojuegos de conducción de la historia -y esto no admite discusión-, Burnout, consistía básicamente en darse piñas y porrazos contra todos los obstáculos de las aceras y la carretera con los mínimos rasguños -esto es, mantener medio a salvo la carrocería y el motor- mientras uno transitaba a toda velocidad por las calles del circuito urbano que previamente había elegido. Derrapes, saltos imposibles y todo tipo de piruetas en la carrera más loca hicieron las delicias de quienes desde los primeros 2000 vivieron la adrenalina a través de la pantalla de sus televisiones o sus ordenadores.
Como ya hiciera en anteriores ocasiones, Fast & Furious, con Vin Diesel al frente, vuelve despertar en la nueva entrega que llega este viernes a los cines ese mismo gusanillo con un espectáculo visual que emula de nuevo el desenfreno que perseguían los jugadores con sus coches de colores tan vivos como el asfalto que pisaban. De nuevo, propone un juego de sobra conocido y no engaña a nadie. A excepción de unos breves minutos con una ligera carga sentimental y un pequeño toque de stevia, desde el inicio hasta el final, todo son fuegos artificiales en un banquete visual sin fin, o con un fin que es, en el fondo un continuará.
La acción de Fast & Furious X, la décima entrega de la famosa franquicia, comienza en Los Ángeles, hace diez años, cuando a los locos conductores protagonistas se les pasó algo por alto, un detalle que vuelve en forma de villano, alguien que regresa con una sed de venganza capaz de poner en peligro la familia, despertar un miedo desconocido y causar alarma en el mismísimo Vaticano. En ese flashback retocado no falta un homenaje a Paul Walker, que interpretó a Brian O'Conner, actor que falleció en 2013 en un accidente automovilístico.
El villano en esta ocasión es Jason Mamoa, ese actor de enormes proporciones y aspecto exótico que en esta ocasión da vida a un chiflado y socarrón tipo adinerado
El encargado de dar vida al malo malísimo de Fast & Furious X es Jason Mamoa, ese actor de enormes proporciones y aspecto exótico que en esta ocasión da vida a un chiflado y socarrón tipo adinerado y con ganas de volar cosas por los aires. No parará hasta que encuentre a Dom Toretto (Von Diesel), al que hace responsable de haberle dejado sin familia, y en su cruzada aportará el toque maligno extravagante a la saga que otras franquicias de acción ya poseen.
Fast & Furious X: la familia
Puede que para algunos este personaje resulte incluso molesto y que acapare demasiada atención con sus rarezas, pero para esta redactora de Vozpópuli el actor es la vuelta de tuerca que necesitaba esta saga para salir del día de la marmota en la que estaba instalada y ofrecer algo más que piñas, leña y saltos. Por momentos, incluso, parece encarnarse en la piel de un superhéroe aunque sin más superpoderes que una cuenta bancaria bien repleta de pasta con la que pagar a los minions que hacen posibles sus malas ideas.
Y la familia que a este malo alocado le falta es en Fast & Furious X el catalizador de todos los miedos y los deseos de los protagonistas. Vin Diesel, valiente e intrépido, pero siempre en su rol de cuidador y protector de los suyos, muestra como único signo de debilidad un terror a perder un ser querido y su hijo, a quien poco a poco entrena en las artes que domina.
Los Ángeles, Roma, Rio de Janeiro, algún rincón de Portugal o incluso la Antártida son algunas de las paradas de esta carrera que dejará sin aliento a un espectador demasiado preocupado, probablemente, por enterarse de qué está ocurriendo en cada escena de Fast & Furious X, demasiado barroca por momentos, en un derroche de superproducción y espectáculo digno de la mejor película de acción. Todo lo bueno es, a su vez, todo lo malo. Los mismos motivos que uno tuvo para ir al cine la primera vez y la misma satisfacción con la que salió de las salas. El mismo rugido delicioso de los motores y más gasolina.