El pasado 31 de julio, en un amplio reportaje de El País sobre Iván Redondo, destacaba una respuesta desafiante: el gurú de Pedro Sánchez prometía legislar “asuntos como la guerra cultural”. La expresión no es muy frecuente en la política española, ya que pertenece la tradición política anglosajona. Para hacernos una idea de lo que se nos puede venir encima, conviene analizar cómo funciona en los actuales enfrentamientos -crecientemente hostiles- entre Joe Biden y Donald Trump, que han llevado a su país a uno de los momentos más crispados que se recuerdan. El domingo se daba el pistoletazo de salida a la guerra cultural del PSOE con una entrevista -también en El País- a la vicepresidenta Carmen Calvo. Allí anunciaba que en "en un par de semanas" promulgarán una Ley de Memoria Histórica, con "un régimen sancionador muy importante" y que en unos días "se pone en marcha la orden de subvenciones".
¿Qué podemos esperar de este inicio de la guerra cultural dirigida por el Estado? Redondo maneja sobre todo referentes estadounidenses, la división entre progresistas y conservadores. Lo mencionó de manera constante en un famoso taller sobre narrativas políticas organizado por el PSOE en 2018, donde elogió el “Daisy Ad” (19964) de la campaña de Lyndon B. Johnson. El anuncio, que dura poco más de un minuto, identifica a los Demócratas con una niña contando los pétalos de una margarita y a los Republicanos con una explosión nuclear. “Está claro que fue un (misil) Tomahawk descomunal, es el miedo utilizado en campaña”, resumía. “La tres principales emociones con las que se puede jugar en una campaña son el miedo, el rechazo y la esperanza”, advertía. La guerra cultural consiste en cambiar las narrativas institucionales de unidad por las de división maniquea.
Redondo defiende que ya no funciona el famoso latiguillo clintoniano de 1992, ese que decía “Es la economía, estúpido”. Ahora ha cambiado por “Son las emociones, estúpido”. El asesor político lo resume así: “Entre otras cuestiones, yo antes me emociono y luego pienso. Primero siento y luego decido. Y esta es la manera de afrontar cualquier campaña electoral y cualquier cuestión en política”, explicaba en 2018 al auditorio. Su concepto de guerra cultural da preferencia al corazón sobre la razón. Este enfoque es especialmente útil en un contexto donde el gobierno de coalición tiene pocos logros sólidos que defender y le conviene apelar a las identidades, afectos y pasiones, así como a los defectos de los rivales.
Iván Redondo (@IvanRedondo__): "¡Son las emociones, estúpido! Yo antes me emociono y luego pienso. Primero siento y luego decido. Y esta es la manera de afrontar cualquier campaña electoral y cualquier cuestión en política".
El voto ya no se piensa, se siente.
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— Carlos G. Alcántara (@carloscompol) September 3, 2020
Divididos en mitad de los disturbios
Hoy la guerra cultural domina el debate público en Estados Unidos. Los Demócratas tratan de convertir las elecciones en una cuestión de justicia social, mientras los Republicanos sitúan el marco en la ley y el orden. Mientras tanto, se suceden los saqueos y hasta los asesinatos en choques calleeros entre defensores y detractores de Black Lives Matter. Con semejante escenario, encontramos numerosos artículos que explican que los Demócratas están cayendo en la trampa de menospreciar la necesidad de seguridad de los votantes. “Si los liberales no defienden el orden, los fascistas lo harán”, escribe Andrew Sullivan, refiriéndose a los paramilitares armados que acuden a defender negocios de la ira de activistas de Black Lives Matter. Esta es una lección que se conoce desde los disturbios en la Convención Demócrata de 1968, que contribuyeron a la primera victoria presidencial de Richard Nixon.
Los disturbios en Kenosha ha sido “un regalo” para Trump, según explica David Axlrod, gurú electoral de Obama
El error demócrata es tan evidente que Biden tuvo que salir a condenar los destrozos de los activistas. También denunció, al calor de la lógica de guerra, que las revueltas habían sido alimentadas por Donald Trump (acusación de la que no aportó pruebas). Hay consenso en que los Demócratas están perdiendo esta batalla, como admite el gurú David Axlrod, responsable de las triunfales campañas de Obama. “La misión de Trump en la convención republicana fue la de desviar la atención de la covid-19 y la tasa de paro del 10% hacia la ’ley y orden’. Para ser franco, el momento de los disturbios en Kenosha ha sido un regalo para esa misión”, reconoció. Un buen resumen de la guerra cultural son dos candidatos que se culpan mutuamente de las revueltas en vez de unirse para pedir calma al país. ¿Puede pasar esto también en España?
Vox y la izquierda de barrio
Aquí no tenemos grupos grupos paramilitares activos, tampoco antirracistas y ‘antifas’ destruyendo barrios. Lo que sí encontramos son llamativas coincidencias sobre algunos problemas. Hay paralelismos claros entre un polémico tuit de Rocío de Meer (Vox) y una columna del tertuliano de izquierda Quique Peinado. La dirigente de Vox escribió lo siguiente: “Estercoleros multiculturales. Lugares donde vosotros, los privilegiados, queréis condenar a los españoles más humildes a malvivir. Barrios obreros convertidos en infiernos que los acomodados no pisáis pero que los trabajadores más humildes sufren a diario”. Traducido: la izquierda se ha olvidado de los barrios pobres, en gran parte porque sus líderes ya no viven allí. Lo que no parece posible dentro de la mentalidad de "guerra cultural" es que dos partidos opuestos se sienten a diseñar un plan para mejorar la vida en esos barrios marginados.
Un cargo de Vox y un periodista deportivo comunista coinciden en señalar la desconexión de la élite de izquierda con los barrios pobres
Esto expone el artículo de Quique Peinado, con un titulo que deja poco margen a la diplomacia: “Hasta los cojones de la izquierda madrileña”. Sin abandonar sus principios políticos, coincide con el diagnóstico de la representante de Vox: “Lo que no sé si entiende la izquierda madrileña es que hay mucha gente que vive aquí, que va cada día a currar, y que está como yo: hasta los cojones de todos vosotros”, afirmaba. “Quizá las dos personas más mediáticas (Carmena y Errejón) que nunca ha podido presentar la izquierda madrileña a las elecciones demostraron, de forma clara y diáfana, que si no pillaban cargo, a nosotros que nos dieran por culo”, recordaba. “¿Se imaginan, cosa loca, que siendo Vallecas la zona de Madrid en la que tradicionalmente se ha sustentado ese partido -el PSOE-, fuera su agrupación una fuerza decisiva ahí dentro? Por dar una idea”, apuntaba. Además de Redondo el marco de la "guerra cultural" es usado de manera habitual por partidos como Vox y Podemos alejando el debate político del pragmatismo.
Estercoleros multiculturales. Lugares donde vosotros, los privilegiados, queréis condenar a los españoles más humildes a malvivir.
Barrios obreros convertidos en infiernos que los acomodados no pisáis pero que los trabajdores más humildes sufren a diario.
Os lo harán pagar. https://t.co/G9QPqOuNri
— Rocío De Meer ن (@MeerRocio) August 25, 2020
Correlación desfavorable
Redondo parece disfrutar la retórica bélica, pero el campo de batalla no se le presenta favorable. Una de las medidas estrella de la legislatura fue el Ingreso Mínimo Vital (IMV), que ya era cuestionado desde sus filas por falta de ambición, antes incluso de que se conocieran sus pésimas cifras de eficacia (llega a menos de un uno por ciento de los hogares que lo solicitan). “De pronto ya no eran 500 euros, después tampoco sería exactamente por persona, sino por ‘hogares y familias’, luego no para todas las edades, sino a partir de 23 años. A continuación, supimos que se tendría en cuenta la renta del ejercicio anterior y finalmente, aunque lo ocultaron, que el Ingreso Mínimo Vital no existía, sino que se trataba de un complemento a las rentas paupérrimas que una familia hubiera tenido durante el año anterior”, denunciaba Santi Fernández Patón, escritor y exconcejal de Málaga Ahora.
Las guerras culturales no necesitan de la realidad para alimentarse, en Estados Unidos crece la conspiranoia QAnon, que presenta a Trump como paladín contra pedófilos satánicos
El feminismo, otra fuerza social que el PSOE ha sabido capitalizar, vive hoy sus momentos de máxima división desde que empezaron a triunfar las manifestaciones masivas del 8 de marzo. Por un lado, las militantes 'trans' exigen que se reconozca plenamente su cambio de sexo, mientras muchas feministas de la vieja escuela señalan que la izquierda está permitiendo “el borrado de las mujeres”, ya que ahora puede serlo cualquiera que lo solicite. Los debates han llegado a tal grado de enconamiento que la vieja guardia feminista parece dispuesta a subir al autobús de Hazte Oír, ese que exhibía la frase “Los niños tienen pene y las niñas tienen vulva”. Es más fácil dirigir una ofensiva política que coser heridas culturales.
Conspiranoias y gonorrea
A estas alturas, toca recordar que las guerras culturales no necesitan de la realidad para alimentarse. En Estados Unidos, cada día gana protagonismo la 'conspiranoia' conocida como QAnon, que consiste en la creencia de que el presidente Donald Trump está librando una batalla secreta contra una red de progresistas satánicos -políticos, millonarios y estrellas de Hollywood- que mantienen una red pedófila internacional. Se trata de una fantasía calenturienta que a veces se entremezcla con casos judiciales reales como el de Jeffrey Epstein, amigo íntimo de Bill Clinton acusado de pagar a menores por sexo. Epstein falleció en su celda de máxima seguridad en misteriosas circunstancias, mientras esperaba juicio por -entre otras cosas- ser dueño de una isla donde presuntamente aterrizaban aviones con chicas jóvenes dispuestas a tener sexo por dinero con miembros de la élite global anglosajona.
España tiene los ingredientes para que estalle una guerra cultural cuya primera factura será la degradación del debate público
La revista política The Nation publicaba hace poco un extenso reportaje donde explicaban que tramas de ficción como QAnon sirven a los votantes republicanos para conciliar y perdonar cualquier disfunción o ridículo en los que incurra su actual líder. Además explicaban la ambigüedad del presidente respecto a esta teoría de la conspiración. “Si QAnon fuese gonorrea, cada vez más republicanos se estarían infectando, mientras los líderes del partido no hacen nada para detener la enfermedad”, lamenta el texto. Tanto Donald Trump como Kevin McCarthy, jefe de la minoría republicana en el Senado, apoyaron abiertamente a Marjorie Taylor Green, candidata por Georgia, a pesar de su historial de declaraciones antisemitas, racistas y de la promoción de la conspiranoia QAnon. Otros republicanos de Georgia como la senadora Kelly Loeffler y el congresista Doug Collins celebraron también la victoria de Greene.
Se calcula que en Estados Unidos existen más de mil grupos de Facebook dedicados al intercambio de información sobre QAnon, donde participan millones de personas. En España todavía no hemos llegado a esos extremos de delirio, pero todos hemos visto por televisión a las crecientes tropas del negacionismo viral, capaces de tomar las calles y de amargar la existencia a estrellas de televisión que hacen nada consideraban afines como Iker Jiménez. En el plano mediático, la consolidación de medios digitales como OK Diario y la aparición de La Última Hora confirman que en ambos bandos de la guerra cultural existen soldados poco dispuestos a escuchar argumentos contrarios a sus dogmas. Resumiendo: tenemos sobre la mesa los ingredientes para que estalle una guerra cultural a gran escala, cuya primera factura será la rápida degradación de nuestro debate público.