Las tardes envejecen y las lápidas de familiares se liberan de un año de telarañas. En el puente de Todos los Santos es también obligatorio ver una película de miedo. Las plataformas de series y películas ya han adaptado sus portadas para ofrecer la producción terrorífica del año que caerá en el olvido para la temporada siguiente. En un género de ver y olvidar, sorprende la vitalidad de Häxan, una película que acaba de cumplir un siglo de vida.
El director danés Benjamín Christensen mezcló géneros, una especie de falso documental y película de terror para plasmar una historia de la brujería. En un año fecundo del cine clásico de terror con el lanzamiento de Nosferatu y cuando el expresionismo alemán estaba en pleno auge con cintas como El doctor Mabuse, Häxan fue la película sueca más cara de la historia. Su estreno estuvo acompañado de recortes y censuras en varios países como Estados Unidos. Estas prohibiciones, su contenido, y su impactante lenguaje audiovisual la convirtieron en una cinta de culto.
Häxan, “la bruja” en sueco arranca con una explicación didáctica de la brujería a lo largo de la historia con una sucesión de rótulos explicativos e imágenes teñidas en rojo con un fondo musical misterioso. La serie de grabados alemanes medievales de mujeres ordeñando un hacha, encantando un zapato, lanzando maleficios, provocando incendios en pueblos, y profanando iglesias con la ayuda de Satán, captan la atención y logran que el espectador actual aguante y se meta en la historia.
Tras esta introducción didáctica llegan las recreaciones con brujas, dignas de los cuadros más oscuros de Goya. Son planos al mismo fuego lento que el de las pócimas que elaboran las hechiceras y con unos evocadores interiores góticos. Haxän ofrece al espectador todos los tópicos del mundo brujeril: las maliciosas pócimas, el propio aspecto grotesco de las brujas, la transformación de estas en gatos, y la elaboración de infusiones curativas con el cadáver de un ladrón. Pócimas con ranas vivas, excrementos de gato, corazones de paloma… Y por supuesto los vuelos en escoba. Estos son los mejores y los más recordados planos de la cinta. Jugando con dobles exposiciones, Christensen logra plasmar, recordemos que estamos en 1922, un vuelo de las brujas por encima de una ciudad, con una magistral textura espectral provocada por el juego de las múltiples exposiciones.
Tras ver el modus vivendi de las brujas, la mitad del metraje sigue los pasos de la Inquisición, con datos exageradísimos, llega a afirmar que se quemaron 8 millones de personas, y se recrea en los instrumentos de tortura de la misma forma que lo hacen los museos actuales, muchas veces con maquinaria inventada. Aparecen las confesiones obtenidas mediante tortura: “Y una comida de sapos y niños sin bautizar fue preparada por Karna", dice una mujer mientras vemos en pantalla cómo dos grotescas brujas introducen a un recién nacido en una olla. "Confieso que he dado a luz a hijos engendrados por el diablo", dice otra. Y los castigos del tribunal: “Entonces te quemarán doncella como ejemplo para los hombres, como dulce aroma para Dios. Y una pira tras otra arde en la plaza de la ciudad, hasta que se van los jueces…”
En la expresividad de los gestos y especialmente las miradas vemos el posicionamiento del director, desde la supuesta bruja suplicante que se retuerce durante las torturas a la del rabioso y obeso religioso que ordena las torturas mientras bebe vino en un cáliz. La expresividad se mantiene en la presentación de los elementos de tortura, los ganchos, cepos, collares con pinchos metálicos, cadenas en los tobillos, los retuerce pulgares… El último capítulo de la cinta reflexiona sobre situaciones actuales comparándolas con aquellas viejas supersticiones: “Ya no quemamos a las viejas y pobres, ¿pero acaso no suelen sufrir amargamente?”. En estos días de exaltación del inframundo uno desearía volver una centuria atrás, sin todo el lenguaje audiovisual heredado, entrar en una sala y contemplar por primera vez el aquelarre y el vuelo de las brujas de Häxan.