Pero de aquella embajada ante el feroz turco-mogol nos ha quedado una historia. O quizás una leyenda, que les paso a contar. Al parecer, una vez que los embajadores castellanos lograron ser recibidos en el año de nuestro señor de 1404 por Tamerlán (a González de Clavijo le acompañaba además Alfonso Páez de Santamaría, maestro en Teología y con conocimientos de latín, griego, italiano y árabe), Tamburlec, como le denomina el castellano en su crónica posterior al viaje, se propuso sorprenderle mostrándole las excelencias de su capital, Samarcanda, tanto en lo que a defensas militares se refiere por sus poderosas murallas, como a las maravillas ornamentales por la riqueza de sus edificios.
Sin embargo el embajador no se impresionaba con nada de lo que se le mostraba. Tamburlec pareció sorprendido ante la impasividad del castellano y fue entonces cuando don Ruy le explicó: “Mi Señor: el gran león de España, don Enrique, tiene una ciudad que se llama Madrid que está cercada de fuego y edificada sobre agua, y entran en ella por una Puerta Cerrada, y más, sepas imperial Señor, que la ciudad de mi rey está gobernada por alcaldes que son gatos, y los procuradores son escarabajos y, finalmente, los muertos andan por las calles”.
Es de suponer la estupefacción del oriental ante tamaña descripción de una ciudad castellana. Cuentan que a partir de ese momento desistió de sorprender a su huésped, pues cualquier alabanza de su ciudad quedaría pequeña ante las características, casi mágicas, de aquel Madrid lejano.
Ustedes se habrán quedado tan sorprendidos como yo de la descripción de aquella villa madrileña, e intentarán deducir de dónde había discurrido el embajador tal descripción. Pues no se apuren que la explicación la da el propio don Ruy cuando da cuenta de su embajada al monarca que, incluso, se mostró molesto ante lo que consideró un embuste de considerables proporciones. Pero don Ruy le aseguró que solo había dicho la verdad: “Señor, yo no he dicho más que la rigurosa verdad. Madrid está cercada de fuego porque sus muros son de piedra pedernal de donde se saca la chispa para hacer fuego, y está edificada sobre agua porque en cualquier sitio que escarbemos aparece un manantial lo que demuestra que estamos sobre agua. Y es cierto que quienes gobiernan la ciudad son los Gatos, pues varios de sus alcaldes y munícipes pertenecen a la familia del linaje de los Gato, y los vecinos de Madrid suelen llamarse a sí mismos gatos. Y una de las entradas a la villa se llama precisamente Puerta Cerrada, pero se suele entrar por ella. A una familia de ilustre letrados, por apellidarse Carbajo, se les llama “escarabajos” y finalmente varios soldados madrileños fueron apresados por los moros de Granada en una batalla y aquí se creyó que eran muertos, aunque estaban prisioneros. Cuando al cabo de un tiempo regresaron se les llamó “los muertos” y así andaban y vivían con este apellido, y tuvieron casa solariega en calle que se llamó Muertos, junto a calle Preciados”.
Como siempre en estas cosas que sucedieron siglos atrás, se mezcla la Historia con la leyenda, aunque sea bien traída. Cierta es la embajada que Enrique III, en la persona de don Ruy González de Clavijo, enviara a Samarcanda, capital del imperio del turco-mogol Tamerlán. Hoy, en Uzbekistán, donde está Samarcanda, se recuerda dicha embajada dando nombre a una avenida como la de “Rui Gonsales de Klavixo”, y como “Madrid” a una pequeña villa, hoy ya barrio, de la misma capital uzbeca.
De la embajada y su viaje escribió el propio don Ruy una crónica (aunque la autoría es hoy atribuida a su acompañante don Alfonso Páez de Santamaría), llamada “Embajada a Tamerlán”, de lectura agotadora por su especial puntuación, y en ella nada se refiere sobre este episodio. Lo curioso es que la anécdota la refiere nada menos que don Juan López de Hoyos (1511 – 1583), maestro que fuera de don Miguel de Cervantes, creyéndola a pies juntillas. Igualmente la recoge, pero en tono ya de mofa, el cronista por excelencia de Madrid, don Ramón de Mesonero Romanos en su El Antiguo Madrid.
Cuando menos resulta dudosa la presentación. En primer lugar porque no es creíble que en aquella época, González de Clavijo dijera eso de “el león de España” refiriéndose a su rey, que lo era de Castilla. En segundo lugar, porque resulta muy atrevido el querer quedar “por encima” (perdón por la expresión) de un Señor Natural y de un pueblo con costumbres bastante crueles, incluso para la época. Para un embajador muy diplomático no quedaba vaya.
Lo cierto es que el linaje de los Gato existió y llegó a Madrid con las huestes de Alfonso VI, siendo uno de ellos el que, al escalar rápidamente las murallas, con desprecio de lo que el moro le arrojaba, dio origen al mote para los madrileños de “gatos”, pues tal felino parecía por su rapidez en la escalada, siendo tal remoquete dado por el propio don Alfonso.
Igualmente cierta es la existencia, desde el Siglo XII, de la conocida Puerta Cerrada, llamada primero de la Culebra o de la Sierpe, por el dragón esculpido en su arco (que durante un tiempo también blasonó el escudo de la Villa y Corte, y muchos de ellos están hoy ignorados por todos decorando y aún volando por la Capital), y que pasó a llamarse “Cerrada” por haberse adoptado la decisión de cerrarla por las noches por los asaltos y disturbios que se producían por sus inmediaciones.
Del mismo modo es cierta la existencia del callejón de los Muertos, hoy calle de los Trujillos, entre las calles de Flora y de Veneras, muy cerca en efecto de la de Preciados, y que debe su nombre, entre otras leyendas, a la referida por don Ruy. Por último, el lema de Madrid es “Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son; este es mi emblema y blasón”.
Con todos estos mimbres alguien, no se sabe quién, elaboró el cesto de la leyenda de la presentación de Madrid al turco Tamerlán por don Ruy González de Clavijo que, de esta forma, se convirtió en el mejor embajador que la villa de Madrid haya tenido nunca.