Contaba don Julio Caro Baroja que un día se anunciaba en una exposición un cuadro de su tío, don Ricardo Baroja. Fue a visitar la exposición y, tras ver el cuadro le dijo amablemente a la señorita encargada de las ventas posibles: “Le advierto que ese cuadro no es de Ricardo Baroja”. La encargada, muy hostil, le espetó: “¡Qué dice usted! Ha salido de su misma casa”. A lo que contestó el insigne historiador: “No lo dudo, pero el caso es que el cuadro no es de mi tío. Por una sencilla razón: porque lo he pintado yo”. A pesar de ello el cuadro se siguió exponiendo bajo la autoría de don Ricardo, y de nada valió la explicación dada de tan primera (y nunca mejor dicho) mano.