En realidad el show de Pablo Iglesias, Carolina Bescansa e Íñigo Errejón, con sus lágrimas de cocodrilo, su bebé en ristre y sus petite phrase inescrutables, y demás tropa, con sus juramentos “creativos” de la Constitución, no son otra cosa que la apoteosis del Régimen del 78, la liberación de su esencia más íntima e inconfesable.

Fue un discurso equilibrado y comedido, prudente y temeroso. Ni espantó a los franquistas ni colmó las esperanzas de los demócratas. Hace 40 años, en un breve mensaje de apenas 12 minutos, Juan Carlos I abrió para España una rendija de los portones de la Historia. Su protagonista deambula ahora entre la discreción y el silencio, tras una renuncia 'exprés' que evitó el desplome de una institución que hoy lucha por su supervivencia.

Si hay alguien que se ha dedicado a levantar una historiografía cotidiana de España, ése ha sido Juan Eslava Galán. En esta oportunidad, el autor se emplea a fondo con Lujuria (Destino), la primera entrega de la serie Pecados capitales de la historia de España a la que seguirá la dedicada a la avaricia, también escrita por Eslava Galán.

Es el interrogante del momento: ¿Conseguirá Mariano hacer olvidar tanta miseria moral como afecta a la derecha en el poder, para lograr un nuevo mandato? La respuesta bronca de una mayoría es "no", aunque habrá que dar tiempo al tiempo. La ventana abierta a 2015 muestra un panorama tan atroz de pasado como ilusionante en futuro. Y preocupante. Todo por decidir. Desde el miedo más irracional a la esperanza más infundada.

El galardón, dotado con 20.000 euros y concedido por el Ministerio de Educación y Cultura, reconoce la labor de estudio e investigación histórica en temas relacionados con la historia de España. El libro, que lleva por título 'Los banqueros y la crisis de la monarquía hispánica de 1640', trata sobre la ruina de los Austria.

Contaba don Julio Caro Baroja que un día se anunciaba en una exposición un cuadro de su tío, don Ricardo Baroja. Fue a visitar la exposición y, tras ver el cuadro le dijo amablemente a la señorita encargada de las ventas posibles: “Le advierto que ese cuadro no es de Ricardo Baroja”. La encargada, muy hostil, le espetó: “¡Qué dice usted! Ha salido de su misma casa”. A lo que contestó el insigne historiador: “No lo dudo, pero el caso es que el cuadro no es de mi tío. Por una sencilla razón: porque lo he pintado yo”. A pesar de ello el cuadro se siguió exponiendo bajo la autoría de don Ricardo, y de nada valió la explicación dada de tan primera (y nunca mejor dicho) mano.

Don Jacinto Benavente, de descanso en el Parnaso, nos perdonará si empezamos nuestro chascarrillo histórico de hoy con su célebre frase con la que comienzan sus Los Intereses Creados: “He aquí, el tinglado de la antigua farsa”.