El 23 de mayo de 1618 es una fecha grabada en la mente de la Europa del Este, ya que marcó el inicio de la Guerra de los Treinta Años. Los representantes protestantes de los estados de Bohemia -actual República Checa- lanzaron por la ventana del castillo de Praga a los gobernadores católicos del emperador Fernando II. Este episodio pasará a la historia como la Defenestración de Praga, que citará en los campos de batalla a los europeos en una guerra civil que no tendrá fin hasta la paz de Westfalia, 1648.
En estos Treinta Años se vivieron en el continente escenas de tanta miseria que la población del Sacro Imperio Romano descendió en dos terceras partes. El canibalismo fue una práctica en la que tuvo que incurrir una sociedad oriental europea que experimentó el terror de las luchas fratricidas, no solo por la religión, sino también por motivos políticos que utilizaron los credos como excusa oficial para sus ansias de poder.
Geoffrey Parker rescató la frase escrita por una campesina de Suabia en 1647: “Vivimos como animales, comiendo cortezas y hierba. Nadie podía imaginar que fuera a ocurrirnos algo semejante. Mucha gente dice que no hay Dios”.
Los Habsburgo
Según la historiadora checa, Jitka Mlsová, había muchos países asustados por la “influencia de los Habsburgo”, sobre todo Francia e Inglaterra. Esta dinastía, que debió su poder en Europa gracias a su política de matrimonios, se dividió en dos ramas tras la muerte de Carlos V: la española y la austríaca. El vínculo familiar entre Madrid y Viena conllevó un apoyo mutuo de ambas facciones por la defensa del catolicismo en Europa.
La razón oficial de esta guerra fue la libertad religiosa. En el este de Europa, el emperador Fernando II no dejó practicar otras doctrinas más allá del catolicismo. Esta causa fue aprovechada por reyes y príncipes para protestar contra el absolutismo de los Habsburgo. La religión fue usada como arma política entre una élite que reclamó más independencia respecto a las administraciones imperiales.
Según el coronel Juan Bautista en su obra España estratégica: “Dos concepciones del mundo -Reforma y Contrarreforma-, chocaban por fin en un conflicto decisivo”.
Gustavo II Adolfo de Suecia en la Batalla de Breitenfeld en 1631, de Jean Jacques Walter
Los estados de Bohemia pidieron ayuda
Después de la Defenestración de Praga, los estados de Bohemia (la propia Bohemia, Moravia y Silesia) se convirtieron al protestantismo y pidieron ayuda exterior en busca de aliados. La ristra de países que se adhirieron a la empresa durante el conflicto fue extensa: el reino de Dinamarca y Noruega, el Imperio sueco, la joven República Holandesa, Francia, Inglaterra, los príncipes protestantes del Sacro Imperio Romano e incluso el Imperio otomano, a través de la Transilvania del líder Gabriel Bethlen.
“Los españoles peleaban como diablos, y no como hombres”
El imperio en auge en aquel momento era el sueco, con su rey Gustavo Adolfo. Este fue pintado como “el salvador de los protestantes europeos” y el azote de las tropas imperiales católicas en los campos de batalla. Según Mlsová en su entrevista para Trincheras Ocultas, no solo fue la religión la única razón que movió a este monarca escandinavo, pues el cardenal francés Richelieu “le ofreció dinero para luchar contra los Habsburgo”.
España en la guerra: la batalla de Nördlingen
Muchos de los reyes y emperadores habían crecido en la corte española en Madrid. Los españoles enviaron apoyo financiero, diplomático y militar. Aunque fuese una contienda alejada geográficamente de la Península, una derrota de los familiares de sus soberanos podría acarrear el aislamiento de España en Europa.
La contribución española fue determinante para frenar la hegemonía de Suecia. La batalla de Nördlingen (1634) marcó el cambio de signo de la guerra en favor del emperador. El encuentro entre la preponderante caballería sueca contra la infantería española de los Tercios supuso el enfrentamiento entre los ejércitos con las técnicas militares más innovadoras del momento.
Las milicias suecas habían invadido Múnich y amenazaban Austria. El ejército hispano arribó en el Sacro Imperio para unir fuerzas con las tropas imperiales y evitar el colapso de la dinastía Habsburgo. La batalla duró varias horas. Según cuenta Fernando Martínez Lainez, autor de Vientos de Gloria (ESPASA, 2011), un coronel sueco relató de esta forma el encuentro con los españoles: “Nunca nos habíamos enfrentado a un soldado de infantería como el español. No se derrumba, es una roca, no desespera y resiste pacientemente hasta que puede derrotarte (…) sin duda alguna, la infantería más fuerte con la que he luchado nunca”.
En la batalla destacó el tercio de Martín de Idíaquez. El cronista Diego de Aedo y Gallart describe en su Viaje, sucesos y guerras del infante Cardenal don Fernando de Austria (1637) que estuvieron “seis horas enteras sin perder pie, acometidos dieciséis veces, con furia y tesón no creíble; tanto que decían los alemanes que los españoles peleaban como diablos y no como hombres, estando firmes como si fueran paredes”.
El mito de la invencibilidad de la caballería sueca quedó destrozado por la supremacía de los infantes españoles de los Tercios. Este suceso fue determinante para reforzar la posición de los Habsburgo en la Guerra de los Treinta Años, aunque provocó que Francia se involucrara más en la guerra. Esto desencadenará en la batalla de Rocroi y la posterior firma del tratado de Westfalia, donde la dinámica de imperios chocó con el nuevo concepto de naciones libres. Esta pugna fratricida asoló una Europa que demostró no estar preparada para estar unida, concluyendo en una división histórica entre el norte y el sur (todavía presente), que fue capaz de sentarse a negociar en busca de la paz en el continente.