Hace poco tuve la suerte y el honor de conversar con dos de mis columnistas culturales favoritos: Lorena G. Maldonado (El Español) y Alberto Olmos (El Confidencial). Andaban dando vueltas a diversos temas que han inspirado el próximo libro de Olmos (estoy impaciente por tenerlo en mis manos). En determinado momento sostuvo él que cuando alguien se da a conocer a través de un tema o aspecto en específico le quedará para siempre el sambenito colgado (especialmente si la etiqueta no le ha caído de modo casual, sino que ha sido escogida de forma, por decirlo de alguna manera, estratégica).
Soy de esas personas a las que la respuesta adecuada se le ocurre horas o días después. Debería haber replicado al compañero que Julio Iglesias hacía sus pinitos como portero profesional en el Real Madrid antes de que una lesión le pusiera una guitarra en las manos. En aquel momento sólo supe plantear a Lorena y Alberto objeciones desde mi caso particular: me gustaría haber estudiado Bellas Artes y, como Aznar con el catalán, pinto y dibujo en la intimidad. Lo de escribir en prensa vino por sorpresa -todavía me pregunto por qué me pagan por exponer mis ocurrencias-, así que le planteé a Olmos si no cabía la posibilidad de que se me ocurriera exponer mis cosillas, que a la gente le gustaran y empezar a ser conocida más por mis dibujos que por mis escritos. Jarro de agua fría por parte de Alberto: "No. Tú eres columnista, de ahí ya no sales". Me quedé perpleja, es el efecto que suele tener la sinceridad, especialmente cuando daña el ego: como juntaletras no dejo de ser el montón y, de momento, lo único por lo que la gente está dispuesta a pagar es por mis escritos. Esto deja a mi verdadera vocación -la expresión pictórica- en agua de borrajas. Columnista más o menos aceptable (de momento), dibujante mediocre. Gracias, Olmos.
El agradecimiento no es en absoluto irónico. La verdad, aunque al principio duela, te libera. La cita no es únicamente evangélica, en general encontramos esa conexión entre los dos conceptos a través de la historia del pensamiento y la literatura. Ver las cosas con claridad, dejando egolatrías al margen, nos permite ubicarnos mejor en el mundo. En mi caso me libera de la vanidad del artista exitoso y me permite disfrutar sin presión de cada pintura o dibujo que decido abordar.
Al no depender tampoco mi economía doméstica de los resultados, puedo recrearme en lo que hago sin presión alguna. Lo mismo podría decirse de otra afición, pero el caso de cualquiera de las bellas artes es diferente, pues lo que motiva la creación es una búsqueda previa. Amor hacia lo que uno ve, vive, observa, sentimientos que desbordan el alma y necesitan ser plasmados o expresados de una forma u otra: un arpegio rasgado en una guitarra, unas cuantas pinceladas, un par de versos sueltos, arrojados al mundo al margen de su calidad literaria.
Artista es aquel bendecido por los dioses con dos dones: la sensibilidad ya descrita unida al talento para ejecutar con maestría
En esto último encuentro yo la diferencia entre arte y artesanía, entre arte y oficio o técnica. Uno puede pasar horas al piano, ser pianista titulado a través del conservatorio. Se puede dibujar y pintar con precisión fotográfica, tener un absoluto dominio de la volumetría, la tonalidad y el color, pero nada de esto convierte exactamente a alguien en artista si lo que hace no es resultado de unas ganas irrefrenables de dar salida al torrente de sensaciones y sentimientos que provoca en uno la realidad -objetiva, figurada, imaginada, interna o externa- en quien está atento a ella, la busca, se pierde en ella, la ama y, por tanto, trata de asirla de algún modo.
No pretendo con esto enmendarle la plana a Alberto, pues, aunque él no lo sabe -porque no ha visto mis dibujos y pinturas- yo sí soy consciente de que no poseo un talento especial para plasmar en un lienzo o en un papel ese cúmulo de vivencias y, por tanto, no me atrevería nunca a considerarme artista. Artista es aquel bendecido por los dioses con dos dones: la sensibilidad ya descrita, unida al talento para ejecutar con maestría. No sólo no soy artista, sino que además estoy resultando cursi y afectada al tratar de describir lo que otros han hecho de formas más acertadas y bellas. Pero he tenido la necesidad de agradecer públicamente a Alberto que, de forma en cierto modo inconsciente, me haya abierto los ojos a mi realidad y, por tanto, me permita gozarla con mayor plenitud. Gracias, Alberto. Y feliz Navidad.