La infodemia, las actitudes y patologías relacionadas con la búsqueda de información fueron diagnosticadas por psiquiatras de Estados Unidos durante la pandemia covid. La expansión del virus también nos dejó el debate en torno a la limitación de algunas libertades individuales, y el papel de los gobiernos y los medios de comunicación quedó muchas veces en entredicho."Sabemos que los medios tendemos al sensacionalismo, pero esto sucede porque gran parte de la sociedad es la que lo reclama", señala la filósofa y columnista de Vozpópuli Mariona Gúmpert en su última obra Infodemics, posverdad y la sociedad que viene, en la que analiza este y otros aspectos derivados de la pandemia. Gumpert también trata temas como el patriotismo, el feminismo, la posmodernidad y se muestra partidaria de un debate real sobre el aborto.
Pregunta: Menciona el control de nuestra información y privacidad y cita algunas ciudades o Estados que promueven un mayor control, incluso con elementos biométricos. ¿Ha merecido la pena tener las redes sociales, Google, gps gratuito, etc a cambio de la cesión de nuestra información?
Respuesta. En primer lugar, hay que tener claro que las herramientas son tan sólo eso, herramientas. De las personas depende el uso que queramos darles, en este sentido la tecnología nuclear es un buen ejemplo: igual sirve para la destrucción masiva que para producir energía limpia y segura. El caso de Internet no es distinto. Las oportunidades positivas que ofrece son infinitas. Yo misma no estaría escribiendo en medios si no fuera porque me di a conocer a través de las redes, por no hablar de todos los recursos de información y formación que ofrece.
Lo que ocurre con el tema de la cesión de datos no es nuevo: el derecho va siempre por detrás de las situaciones anómalas que se producen, entre otras cosas porque no se puede predecir a priori lo que puede llegar a suceder con cada cambio sustancial que se introduce en la sociedad. Estamos ahora sufriendo las consecuencias de la falta de legislación, pero ésta ya empieza a producirse gracias a investigadores y periodistas que han señalado este problema. A través de la legislación y la concienciación ciudadana se irán encauzando las cosas. Al menos eso espero.
P: ¿Sería mejor un Twitter con obligación de aportar el DNI para crear una cuenta?
R: Lo ideal sería que viviéramos en una sociedad en la que cada uno pudiéramos expresar nuestras opiniones de forma ponderada y educada, sin temor a ser censurados o castigados por ellas. La realidad está muy lejos de esta situación, y podemos comprobarlo con casos concretos y muy llamativos. EE.UU. nos brinda los ejemplos más sonados, pero en España tenemos también algunos, como la campaña de acoso y derribo que están sufriendo los autores de Nadie nace en un cuerpo equivocado. Otro ejemplo paradigmático es el que padecen los habitantes de regiones independentistas que no están alineados con ese clima asfixiante de pensamiento único y monolítico.
Mientras no lleguemos a esta cultura de las buenas formas cívicas tanto en Internet como en la vida real, habría que recordar a quienes prefieren mantener el anonimato por estos motivos que no se conviertan ellos, a su vez, en agentes amenazadores que torpedean el ágora pública que representa Internet. En resumen: anonimato, sí, pero sólo en defensa propia.
P: Es muy crítica con el papel de los medios durante la pandemia. ¿Qué se ha hecho mal? Menciona que los medios están perdiendo su “autoridad” como informadores. ¿Quién está ocupando ese lugar? ¿Qué responsabilidad tiene el ciudadano, el público, en esta situación?
R: Es difícil señalar culpables cuando se da una situación en la que hay una pescadilla que se muerde la cola y uno se da de bruces con la eterna cuestión: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? Sabemos que los medios tendemos al sensacionalismo, pero esto sucede porque gran parte de la sociedad es la que lo reclama. El cambio debería ser asumido por ambos lados, especialmente la televisión, que es el medio que más se presta a las simplificaciones.
¿Ejemplos con la pandemia? Cuando se negaba su existencia, Risto Mejide en su programa de TV propuso a su invitada dar dos besos a cada persona del público, sabiendo que una de ellas estaba infectada por coronavirus. Por aquel entonces yo ya sabía la magnitud de la situación, no porque sea especialmente lista, ni mucho menos, sino por algo tan sencillo que se explica a través de la globalización: mi hermano tenía un amigo trabajando en Wuhan y nos habló de cómo estaban las cosas por ahí.
El manejo de la información sobre los niños fue especialmente indignante: consultando a cualquier investigador en medicina podías saber que en anteriores epidemias por otro tipo de virus covid que los niños no eran los grandes contagiadores que nos quisieron vender. De traca fue el tema del pasaporte covid. Casi ningún medio se planteó las implicaciones éticas que esto suponía, ni tampoco las prácticas: dio una falsa sensación de seguridad en las personas vacunadas, que entendieron que por estarlo contagiaban menos.
Debería de ser el propio periodismo el que solucionara el asunto, y al menos es lo que intento yo desde mis columnas. La otra opción es que sean determinados influencers de internet quienes tomen el relevo, con el peligro que esto implica, a pesar de la buena labor que hacen algunos de ellos y que no puede ser negada. El ciudadano debería ser consciente de la situación y de su importancia, y premiar el buen hacer de los medios que se toman en serio su papel fundamental dentro de la democracia liberal.
Cuando vienen las crisis es cuando asoma la actitud del sálvese quien pueda y emerge el pequeño dictador que todos llevamos dentro y contra el que es complicado luchar
P: ¿Qué es lo peor que nos ha dejado la pandemia?
R: No sé si lo peor, quizá ha sido bueno recordar lo siguiente: en situaciones de bonanza todo el mundo tenemos comportamientos relativamente cívicos. Cuando vienen las crisis es cuando asoma la actitud del sálvese quien pueda y emerge el pequeño dictador que todos llevamos dentro y contra el que es complicado luchar. Lo positivo son los grandes ejemplos que nos han dado muchas personas. En las situaciones complicadas asoma siempre lo peor y lo mejor del ser humano. Tomemos nota de lo primero, para no caer en ello, y congratulémonos con lo segundo.
P: Critica que el debate sobre el aborto ha desaparecido de la escena política ¿Por qué cree que ha sucedido?
R: Los motivos son múltiples y se van sucediendo por sedimentación, sin que nos demos cuenta, como en esas playas en las que la marea sube muy lentamente. El espaldarazo definitivo fue su legalización en todo tipo de casos hasta la semana 12 de gestación. Normalmente asumimos que lo legal es legítimo, y en este tema es más sencillo que se asocien ambas cosas porque es muy delicado y con muchas implicaciones detrás.
P: ¿Cuál cree que debería ser el plazo para abortar libremente?
R: No tiene mucho sentido hablar de esto sin antes recordar dos cosas. La primera, que para la mayoría es un debate zanjado, cuando no lo es en absoluto, al menos en un sentido filosófico, que es de lo que trata en esencia el asunto y al que nadie suele prestar atención, convirtiendo el posible debate en una jaula de grillos. En este artículo, expuse la cuestión.
El segundo aspecto previo a destacar es el siguiente: los casos en los que en España se aborta por violación o por peligro para la vida de la madre son escasos. La mayoría de casos se acogen a la libre voluntad de la madre para hacerlo antes de las 12 semanas de gestación, lo que ha convertido el aborto en un método anticonceptivo más. Esta idea la refuerza el destacado número de mujeres que han abortado en más de una ocasión. No tiene mucho sentido iniciar el debate sin antes poner sobre la mesa este tema, que es la verdadera patata caliente que nadie se atreve a sostener.
Cada vez oigo más casos de vidas de hombres que han quedado destrozadas a raíz de una denuncia o un divorcio
P: También se ha retrasado la maternidad ¿Qué pesa más: las condiciones socioeconómicas o un cambio de mentalidad?
R: Yo creo que ambas cosas, no sabría muy bien decirte en qué proporción. No sólo los que están en edad y disposición de ser padres sufren de precariedad económica: también tienen complicada la contratación precisamente porque los empleadores no quieren bajas por maternidad y paternidad, ni medias jornadas, ni trabajadores que vayan a faltar al trabajo porque su hijo se ha puesto enfermo y ya no existe la red familiar de apoyo porque muchísimos hemos emigrado -de provincia o de país- para poder trabajar. No es de extrañar, entonces, que la maternidad se retrase.
También encontramos una serie de ideas feministas que influyen en la cuestión. Al nombrar estas ideas se nos viene a la cabeza la imagen de las mujeres que exhiben como un estandarte que han decidido no ser madres (como si nos importara un higo a los demás). Sin embargo, hay una cuestión más grave y que suele pasar desapercibida: las nuevas leyes contra la violencia de género han arrasado con la presunción de inocencia. Cada vez oigo más casos de vidas de hombres que han quedado destrozadas a raíz de una denuncia o un divorcio. Por fortuna, estos casos ya empiezan a aparecer en medios, pero esta situación no favorece que haya hombres que se atrevan a formar una familia: se está convirtiendo en un deporte de alto riesgo.
Infodemics, posverdad y la sociedad que viene
Editorial: Ciudadela
256 páginas
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