Durante cuatro décadas, desde la revolución política de Reagan y Thatcher en los años ochenta, la meritocracia ha sido un argumento clave para legitimar las economías de libre mercado. A pesar de su prestigio y calado institucional, este concepto comienza a ser cuestionado desde distintos sectores, de manera más contundente después de cada crisis del sistema o de cada burbuja especulativa (desde las punto.com a las subprime, pasando por la deuda soberana). Este mismo mes, el Financial Times publicaba un artículo titulado “Por qué la meritocracia no funciona”, un repaso a varios ensayos recientes -en tono crítico- que abordan este conflicto.
Hay señales de un evidente rechazo a esta narrativa social, por ejemplo el hecho de que Donald Trump celebrase su victoria de 2016 proclamando “amo a la gente con bajo nivel de estudios, son los más inteligentes y los más leales”. Se trataba de dar un bofetón en la cara a las tesis del Partido Demócrata, que se había olvidado de los trabajadores para legislar pensando en las élites académicas estadounidenses. ¿Otra señal de que el relato meritócratico no funciona? El pasado 1 de septiembre, por primera vez desde 1947, un miembro de la familia Kennedy perdía las elecciones en Massachusetts. La derrota llegó tanto por su programa como por el estigma de ser considerado un “príncipe del privilegio”, cuyo brillante currículum académico no ocultaba que lo había tenido todo mil veces más sencillo que los demás, debido al patrimonio familiar y a una densa red de relaciones personales tejidas desde los años cincuenta.
"La movilidad social aumenta cuando aumenta la igualdad general, no mejorando los procesos de selección de las élites", defiende Rendueles
Entre los detractores del concepto ‘meritocracia’, en España destaca el filósofo y sociólogo César Rendueles, que estos días publica Contra la igualdad de oportunidades. Un panfleto igualitarista (Seix Barral). Esto opina de la situación: “En su versión más positiva y bienintencionada, la meritocracia y la igualdad de oportunidades pretenden que la gente consiga desarrollar sus talentos con independencia de su situación de partida. O sea, que cualquier pueda llegar a ser ingeniero o médico aunque haya nacido en una familia sin estudios. La realidad es que eso ocurre mucho más a menudo en aquellos países en los se ha hecho un mayor esfuerzo por reducir la desigualdad final, es decir, en aquellos lugares donde hay menos diferencia entre los que más tienen y los que menos. La movilidad social aumenta cuando aumenta la igualdad general, no mejorando los procesos de selección de las élites. Wilkinson lo resumía con una frase genial: ‘Si quieres vivir el sueño americano, deberías mudarte a Dinamarca’”, explica. Wilkinson es Richard Wilkinson, economista y epidemiólogo formado en la London School of Economics, coautor del ensayo clásico Desigualdad: Un análisis de la (in) felicidad colectiva (Turner, 2009). En sus páginas, se argumenta que la desigualdad económica también tiene consecuencias negativas para los ricos.
Familismo amoral
Otra voz autorizada es Luis Enrique Alonso, catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma, especializado en valores corporativos. Su última publicación es Poder y sacrificio. Los nuevos discursos de la empresa (2018), firmada junto a Carlos J. Fernández Rodríguez. Así ve el campo de batalla en nuestro país: “Históricamente, la empresa española ha estado muy lejos de los valores meritocráticos puros, aunque lógicamente en las últimas décadas han tomado mayor presencia. El tradicionalismo de la cultura empresarial española ha limitado mucho el funcionamiento de la meritocracia típica de las culturas frías, anglosajonas y más racionalizadas. La modernización tardía y en muchos casos bloqueada de la economía y la sociedad española, ha permitido la persistencia lo que los antropólogos clásicos (Banfield) ha denominado 'familismo amoral', típico de las sociedades del sur de Europa. Me refiero al predominio redes familiares y de afinidad amistosa próxima, movilización de intereses personales, etcétera. El marco del tradicionalismo cultural familístico está muy presente -y es muy persistente- en la sociedad española, incluso en ámbitos administrativos y funcionariales. Todo esto propicia que se presenten como legítimos comportamientos de reproducción de influencias familiares y amistosas por encima de la lógica formal, finalista, eficaz y anónima típica de las organizaciones modernas”, destaca.
"Se presentar los méritos como individuales cuando son producto de grupos sociales y redes de interacción", destaca Luis Enrique Alonso
Resumiendo: el ideario meritocrático se instala en España a remolque y de manera parcial, lo cual no impide el actual rechazo académico y social. “Efectivamente: hay un cuestionamiento crítico de toda las teorías de la desigualdad que inciden en lo que el meritocratismo liberal oculta. Cuando digo 'lo que oculta' me refiero a la desigualdad heredada, la reproducción vía transmisión de capitales económicos, sociales, culturales y simbólicos. Estas réplicas abarcan desde las teorías neoweberianas hasta Bourdieu, Wacquant y Erik Olin Wright. Lo que se reprocha es presentar los méritos como individuales, propios y aislados, cuando en realidad casi siempre son producto de los grupos sociales de pertenencia y de las redes de interacción en las que ese individuo está incrustado”, subraya Alonso.
Hablamos de una polémica con más de un siglo de vigencia: “Existen otras líneas más ambivalentes, que se defienden en los discursos sobre la empresa creativa o libertaria, y que se podrían remontar al ensayo clásico de Michael Young, The rise of meritocracy (1958). Allí se trabaja más la idea de que una meritocracia basada en elementos formales de reconocimiento del mérito -títulos,credenciales, mediciones de coeficientes o cociente intelectuales…- acaba ocultando la valía real de los candidatos. En ese desplazamiento de fines, se pierde la capacidad de valorar los méritos de una persona pera realizar una función concreta en una organización específica”, lamenta.
Aristocracia customizada
Recapitulemos: hay quienes argumentan que la meritocracia clásica no funciona como debería y quienes rechazan de plano la igualdad de oportunidades, al considerar que es un sucedáneo de la igualdad, caso de Rendueles. “Creo que en España la meritocracia funciona a la perfección. Sirve para lo que tiene que servir, o sea, para justificar los privilegios de la élite económica y social como algo merecido. Y ese, en nuestro país, es un proyecto extremadamente exitoso que casi nadie cuestiona. Desde los griegos de Homero, los ricos y poderosos siempre han justificado la desigualdad por su méritos superiores. Hoy los méritos a los que apelaban los nobles feudales -el honor, la sangre, etcétera- nos parecen incomprensibles y ridículos, como dentro de algún tiempo a la gente le resultará incomprensible y ridículo que un directivo de una empresa crea que merece cobrar cincuenta veces más que el empleado medio a causa de sus misteriosas habilidades de liderazgo. Si te paras a pensarlo, ‘meritocracia’ es una traducción bastante exacta de ‘aristocracia’. En general, la ideología meritocrática lo que hace es cargar sobre las espaldas de los que peor están la responsabilidad de la reducción de las desigualdades”, denuncia.
Dos economistas publicaron un informe que mostraba que las familias más ricas de Florencia en el Renacimiento lo seguían siendo en 2011
Otro factor para que la meritocracia no cuaje plenamente en España es que se trata de un concepto anglosajón, poco compatible con nuestra tradición cristiana. El pensador católico Cristopher Lasch, atento lector de Ortega y Gasset, lo explicaba con inusual contundencia: “La meritocracia es una parodia de la democracia. Ofrece posibilidades de ascenso, en teoría, a cualquiera que tenga el talento de aprovecharlas. Pero la movilidad social no socava la influencia de las élites. En realidad, contribuye a intensificar su influencia apoyando la ilusión de que sólo se basa en el mérito. Sólo hace más probable que las élites ejerzan irresponsablemente su poder, al reconocer pocas obligaciones respecto a sus predecesores o a las comunidades que dicen dirigir. (…) Históricamente, el concepto de movilidad social sólo se formuló claramente cuando ya no se podía negar la existencia de una clase degradada de asalariados atados a esta situación de por vida”, escribía en La rebelión de las élites (1955), ensayo que contestaba a La rebelión de las masas (1930), de Ortega. Precisamente ahí se mueve el debate: entre unas clases trabajadoras obligadas a agarrarse a la meritocracia como remota posibilidad de avance social y unas élites que lo tienen todo de cara -capital, relaciones, educación...- para perpetuarse indefinidamente.
¿Un dato demoledor? En 2016, dos economistas italianos publicaron un informe que mostraba que las familias más ricas de Florencia en el Renacimiento seguían siendo aproximadamente las familias más ricas de Florencia en 2011, seiscientos años más tarde. Sin duda, mantenerse tanto tiempo requiere esfuerzo y mérito, pero también nos ayuda a hacernos una idea de lo complicado que resulta desbancar a quienes tienen los recursos y los contactos de su lado.