En cuestión de pocos días, Mi reno de peluche, una miniserie de siete capítulos basada en hechos reales, se ha colocado en lo más visto de Netflix a pesar de no contar con ninguna campaña de promoción. El algoritmo primero y el boca a boca después se han encargado de situar en la cima de las producciones más vistas esta historia perturbadora e inquietante de Richard Gadd, autor y protagonista, que se sumerge en su propio trauma y lo deja a la vista de los demás.
Como presentación, y más allá de la historia que se cuenta y de sus coincidencias con la realidad -todas, según ha asegurado su creador actor principal-, esta serie cuenta con el mismo equipo de producción que The end of the f***ing world, aquella comedia dramática británica estrenada hace ya seis años, en la que se adaptaba la novela gráfica homónima de Charles S. Forsman. En ella, un adolescente psicópata se escapaba con una compañera de clase que, harta de todo el mundo, quería desaparecer. Encontrar ternura entre los pensamientos de un potencial asesino y una joven inestable la convirtieron en una de las ficciones más interesantes y atractivas de los últimos tiempos.
Ese mismo equipo está detrás de Mi reno de peluche, siete capítulos en los que el espectador asiste incrédulo e impotente al sometimiento de un camarero y aspirante a cómico, Donny, a una mujer diez años mayor con un aparente trastorno que le persigue hasta convertirse en su acosadora. Sin embargo, a pesar de los cientos de mensajes que recibe al día a través del móvil o el mail, o incluso las amenazas a sus amigos a través de Facebook, uno se da cuenta pronto de que ella es el menor de sus problemas y que incluso, por momentos, puede ser el repulsivo y el alivio a los traumas que acumula.
Este cómico frustrado encuentra en Martha a una mujer que, pese a contar un historial de acoso que asusta a cualquiera que la busque en la hemeroteca, le mira como él quiere que le miren. Es en su relación con una mujer que a todos ojos es mentalmente inestable, donde uno puede intuir desde un principio lo que más tarde la ficción desvelará sobre este hombre treintañero.
Esta miniserie se ve rápido y tiene cierto ritmo adictivo, porque consta solo de siete capítulos de alrededor de media hora en los que la tensión va in crescendo, pero por mucha pirueta y salto mortal que haya en el guion no parece que las buenas artes de los cerebros de esta serie sean las únicas armas que hayan conseguido situarla donde está. ¿Por qué entonces Mi reno de peluche, que ha llegado a la parrilla de la plataforma de la manera más discreta posible, está donde está?
Porque uno piensa, a priori y desde su sofá, que resulta demasiado sencillo librarse de una potencial acosadora, de una chiflada que aprovechará cualquier descuido o debilidad del protagonista para fijar su atención. La mezcla de curiosidad por saber qué le lleva a dejarle espacio en su tiempo de trabajo, una especie de compasión a ratos y en otros auxilio, y de incomodidad por ser testigo de cómo sobrepasa límites que uno no sería capaz de cruzar, pueden estar detrás del éxito de Mi reno de peluche.
Mi reno de peluche: vergüenza, soledad y deseo
No hay duda de que también es una serie arriesgada por la mezcla de géneros, una comedia oscura que recurre al disfraz del humor para ocultar una tragedia que acaba aflorando, el drama detrás del suspense y el estudio psicológico de su protagonista, que se abre en canal ante el espectador sin rubor y aparentemente sin calcular las consecuencias. Para ello, recurre también al horror, a primeros planos inquietantes y ángulos, que solo consiguen que el espectador entre en un estado de desconcierto y curiosidad que no deja de aumentar.
La verdadera estrella de esta ficción es Jessica Gunning, la actriz que interpreta a Martha, un personaje incómodo, que despierta a ratos ternura y en otros momentos resulta espeluznante
Si bien el trabajo de su creador y actor protagonista, Richard Gadd, es encomiable, la verdadera estrella de esta ficción es, para esta redactora de Vozpópuli, Jessica Gunning, la actriz que interpreta a Martha, un personaje incómodo, que despierta a ratos ternura y en otros momentos resulta espeluznante, en ocasiones resulta cruel y otras veces es solo una víctima. Es este el papel más complicado, más difícil, más duro de entender y con el que cuesta tanto empatizar, pero que al mismo tiempo es magnético porque resulta tremendamente humano. Puede, incluso, que sea esta extraña atracción uno de los motivo del éxito de esta serie tan libre de estereotipos.
Puede, quizás, que lo que el espectador haya premiado sea una historia real que con las mejores herramientas de la ficción resulta demasiado sincera, más de lo que uno está acostumbrado a ver. La historia que aquí se cuenta no trata de maquillar la verdad de su protagonista, un relato de persecuciones y un trauma pasado, con la que aprovecha para abordar asuntos tan interesantes como las enfermedades mentales, la soledad, la dependencia, la autoestima, el deseo o la vergüenza, por citar solo algunos. Es probable, incluso, que Mi reno de peluche resulte demasiado breve y que el espectador se quede con ganas de más.