Tres años después de ganar un premio Oscar con su película Drive, considera por muchos una obra maestra, el director japonés Ryûske Hamaguchi llega a los cines españoles con El mal no existe, una suerte de parábola ecologista de una belleza apabullante con la que reflexiona sobre la voracidad del capitalismo a partir del choque entre la vida sosegada del campo y el ritmo frenético de la ciudad.
Esta película, que ganó el premio del público en la pasada edición del Festival de Venecia, nació de forma paralela a otro proyecto gemelo, Gift, un filme mudo con música en directo de Eiko Ishibashi, compositora que ha trabajado en Drive my car. Suya fue la idea y la invitación al realizador japonés, que desarrolló la historia ordinaria que iba a acompañar a las imágenes de aquella performance y que finalmente avanzó también en una película tradicional, un proyecto paralelo que recurre a la sutileza y a la belleza de la naturaleza para evocar algunas de las grandes preocupaciones del ser humano en la actualidad.
En esta historia, la vida tranquila de Takumi y su hija, Hana, en un pueblo cercano a Tokio, se verá perturbada por los planes de construcción de un glamuroso camping para que los habitantes de la ciudad hagan escapadas cómodas a la naturaleza. Esta puesta en escena, según ha explicado a Vozpópuli en una entrevista por videoconferencia, parte de las tensiones que ha observado en su país natal, Japón, pero que también existen en el mundo entero.
"De alguna manera, la ciudad es el lugar donde se intenta demostrar el éxito de la sociedad capitalista sin que importe demasiado lo que pasa fuera de la ciudad. Este es un tema común a todos nosotros y el peligro está en que la sociedad actual parece que los problemas los va dejando siempre para la siguiente generación", ha lamentado este director.
Hamaguchi recurre al "glamping", término que se utiliza para referirse a la nueva tendencia de camping con todos los lujos, como un elemento perturbador para la comunidad rural y el ecosistema, con una connotación que viaja por todo el mundo. "Una de las primeras cosas que hice fue visitar la zona y hablar con la gente de allí sobre los problemas que tenían. Casualmente, uno de esos días tuvo lugar una reunión explicativa con los vecinos sobre un proyecto de glamping exactamente igual que el que aparece en esta película. Asistí con ellos y pensé que podía ser un tema que simbolizara muy bien la historia que quería representar", cuenta.
"Esta voracidad de la sociedad, empeorada además por el envejecimiento y la crisis económica, está llegando a un punto en el que la naturaleza, incluida la que llevamos dentro, ya no va a poder ser capaz de regenerarse"Ryûske Hamaguchi, director
Aunque su intención con esta película nunca ha sido abordar las consecuencias de la sociedad de consumo y los efectos del hedonismo por encima del bienestar y el equilibrio del medioambiente, Hamaguchi reconoce que es algo que le preocupa a "nivel personal" y también en cuanto a lo que supone "para la sociedad japonesa", porque está convencido de que "se está llegando a un límite en el que no hay vuelta atrás".
"Esta voracidad de la sociedad, empeorada además por el envejecimiento y la crisis económica, está llegando a un punto en el que la naturaleza, incluida la que llevamos dentro, ya no va a poder ser capaz de regenerarse. No es que quisiera dar este mensaje en la película, pero a título personal sí que me preocupa", ha señalado.
Hamaguchi y el espectador
En El mal no existe llama la atención el tono abrupto con el que consigue llamar la atención del espectador. Por un lado, a través de cortes en la música con los que pretende impedir que su interés en las melodías que suenan se centre solo en este elemento que considera parte del paisaje, para lograr que aterrice de nuevo en la historia. "Me da la sensación de que a veces determinados temas son demasiado atractivos y el público puede perderse en la música y no prestar atención a las imágenes, por eso en ocasiones corto abruptamente la música para que la gente recupere la conciencia de que está viendo una película", reconoce este cineasta japonés.
Por otro lado, el final de esta película le obliga a poner los pies en la tierra casi a la fuerza. "No era mi intención sorprender al espectador. Busco quedarme conforme y permanecer en su memoria. Me preguntan mucho por este final tan abrupto y extraño, pero cuanto más se ve más se entiende", se justifica este director, que no solo ganó el Oscar a la mejor película internacional con Drive, sino que aglutinó otras tres nominaciones con este título: mejor película, mejor director y mejor guion adaptado. "Todo el mundo está interesado ahora en producir una película mía, pero seguiré fiel a mi estilo con las películas con las que yo esté conforme y me interesen", avisa.
Sin_Perdon
Harto de hipócritas. No niego que el capitalismo tiene sus desviaciones, que algunos afortunados pueden disfrutar de lujos muchas veces estrambóticos, pero la realidad es que una gran mayoría (la cada vez más exigua clase media) se conforma con poder tener una buena vida con alguna alegría excepcional y hasta ahí. A todos estos apóstoles de la "nueva conciencia" habría que examinarles en su vida personal para ver si realmente PRACTICAN LO QUE PREDICAN. Este señor fue a la gala de los Oscar, una mastodóntica puesta en escena que cuesta millones de dólares y donde el despilfarro y el esnobismo es la seña ¿Fue en vaqueros o se enfundó el correspondiente esmoquin? ¿Acudió en transporte público o en limusina? ¿Vive en un pequeño apartamento o en una buen casa? ¿Disfruta del producto de su buena carrera o lo dona para que otros menos afortunados pueden tener una mejor vida?. Aquellos que hablan de lo mal que está la sociedad simplemente recordarles que la esperanza de vida (Japón es donde mayor es en todo el mundo) es la más alta de toda la Historia de la Humanidad, que la mayoría de la población mundial vive mejor, con mejores experiencias, más comodidades y más tiempo libre para poder hacer actividades que nunca antes se tuvo. Sin embargo aquí están los de los mensajes apocalípticos, porque resulta que intentar hacer una urbanización para que gente que vive encerrada en ciudades durante la semana pueda ir y desconectar durante un fin de semana a un entorno tranquilo y desestresante es un horrible ataque a no se sabe bien qué. Los habitantes de los pueblos disfrutan de los adelantos de todo tipo que consiguen los que trabajan en las ciudades, pero parece ser que estos no tienen derecho a disfrutar un trocito de lo que aquellos poseen. Bien, si les quitaran las carreteras, centros médicos, tecnologías, medios de transporte,... que otros les han suministrado, igual suplicaban que la Civilización volviera a ellos y no les importaría compartir lo poco bueno que tienen.