Cultura

La España del siglo XIX, ni país cainita, ni fracaso industrial, ni singularmente violento

El historiador Daniel Aquillué derriba los mitos del siglo XIX español en ‘España con honra’ (Esfera de los libros)

  • Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga, por Antonio Gisbert

La reina Maria Luisa no fue amante de Godoy, y este fue un hombre de Estado; la Armada no se perdió en la derrota de Trafalgar contra los ingleses; la Guerra de la Independencia fue también una guerra civil entre españoles, lo mismo se puede decir de las emancipaciones españolas en América. La desamortización de Mendizabal fue un éxito y no afectó al campesinado, la industrialización del país no fue un fracaso y España fue uno de los países más revolucionarios y modelo y refugio del liberalismo. El siglo XIX español sigue atravesado por una cantidad de mitos superados hace años por la historiografía pero que permanecen en el imaginario colectivo. El doctor en Historia Daniel Aquillué se ha propuesto derribarlos en España con honra (La esfera de los libros) una amena y rigurosa obra que repasa el crucial siglo XIX español.

El historiador enmarca este largo siglo XIX entre 1793 y 1923. La primera fecha por significar la llegada de los efectos de la revolución francesa a la España de Carlos IV, y 1923 con la proclamación de la dictadura de Miguel Primo de Rivera que rompía con casi un siglo de regímenes constitucionales. Los protagonistas del arranque de siglo se encuentran en el famoso cuadro de Goya de la familia de Carlos IV, aunque el político con más poder del momento fue Manuel Godoy al que se le acusó de ser un corrupto y conseguir los favores reales gracias su relación con la reina María Luisa de Parma. El historiador es tajante: “No era más corrupto que otros de la época aunque ambicioso, era leal a la monarquía y un hombre de estado, impulsor de políticas ilustradas”. La imagen de un ser corrupto que conseguía los favores reales de la cama de María Luisa, mientras el bobalicón Carlos IV no se enteraba de nada surgió en buena medida del partido fernandino, la oposición cortesana aglutinada en torno al príncipe y posterior rey Fernando VII. Los liberales de décadas posteriores engordaron esta propaganda de una reina indigna y esposa inmoral que también sufrieron algunas de sus homólogas como la reina de Francia María Antonieta. Espronceda la llegaría a llamar “impura prostituta”. Aquillué insiste en que no hay ninguna prueba que demuestre la relación de Godoy y la reina. 

Se cruzó el 1800, Francia había guillotinado a sus reyes y el país estaba en manos de un emperador que marcó el siglo. España era aliada de Napoleón y ambos sucumbieron ante los ingleses en la batalla naval de Trafalgar, de la que tantas veces se ha dicho que fue el desmantelamiento de la Armada española. El historiador señala que la batalla “no fue una debacle irreparable”.

También destaca que la Guerra de Independencia no comenzó el día 2 de mayo de 1808. Aquel día se produjo un motín popular de violencia antifrancesa como los que ya se habían dado durante el mes de abril y que se habrían cobrado la vida de varios franceses. El historiador recuerda que fueron unos pocos miles de madrileños los que combatieron al francés en una ciudad de unos 150.000 habitantes. Nadie esperaba aquel conflicto que no dejaba de ser un nuevo escenario de la contienda internacional de las guerra europeas.

Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808, de Francisco de Goya.

El siglo XIX fue el de las revoluciones liberales y España fue en varios momentos el modelo para el resto de Europa. Europa lidiaba entre el absolutismo y el liberalismo con revoluciones y contrarrevoluciones que dejaron cruentas guerras civiles, que también desmontan uno de los principales bulos de esta época, el supuesto espíritu cainita del pueblo español. Este ha sido uno de los mitos que siguen repitiendo notables firmas actuales, como si las guerras civiles en la España del XIX fueran una excepción en su contexto y tratando de dotar al país de una personalidad fratricida. Un discurso acientífico que se desmonta solo con repasar el s.XIX del resto de Europa. 

En la mayor parte del siglo XIX el único nacionalismo en la actual España fue el español

Aquillué también desmonta el supuesto fracaso industrial español aportando ejemplos como el espectacular auge de la producción textil catalana, o el de la siderurgia, primero con protagonismo andaluz, y posteriormente en la región cántabra. La gran expansión del ferrocarril en los territorios españoles es otro de los argumentos que juegan en contra del supuesto fracaso industrial, de la economía española que desde 1850 vivió un crecimiento continuando, salvando algunas crisis comunes al resto de Europa, hasta el año 1936. 

Por último también destierra la supuesta débil nacionalización española, en un interesantísimo capítulo que aborda desde la aparición de platos típicos que se convertirían en un símbolo patrio como la tortilla y las croquetas, a la creación y significado de los grandes cuadros historicistas, pintados en esta centuria y que hoy siguen ilustrando los libros de texto de los institutos. Por supuesto, la creación y consolidación del armazón estatal que terminaría vertebrando la nación, el aparato fiscal, la expansión y profesionalización del funcionariado, la división en provincias, la aparición de escuelas públicas, la milicia nacional…

El diecinueve también asentó definitivamente algunos de los símbolos de la nación española, desde la bandera rojigualda, al himno nacional actual que rivalizó durante décadas con el de Riego. “En la mayor parte del siglo XIX el único nacionalismo en la actual España fue el español, al que todos invocaban, ya fueran carlistas, republicanos, liberales o cantonalistas. Diferían en modelos de estado y políticas, pero nadie discutía la nación española”.

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