Un hombre posa la mano en una de las paredes de la central nuclear abandonada. Percibe un zumbido, algo eléctrico, pero también humano, voces en medio de la nada… Una joven pareja se instala con una niña en un pueblo de la España vacía, un pueblo junto a un pantano que se apaga entre los despojos de sus sueños: una central nuclear desmantelada, urbanizaciones sin acabar, anuncios descoloridos de una ciudad del ocio que nunca llegó a ser. Es uno de tantos pueblos que está muriendo entre promesas de sueños de abundancia. Ruinas de una infraestructura y ansias de pelotazos, que quedaron en nada y que ha dejado un pueblo del que la gente no se marcha, la gente huye. El escritor José Ovejero acaba de publicar Vibración (Galaxia Gutenberg), una novela de misterio que resuena en las actuales tractoradas, en las protestas de los pueblos que se quedan sin agua y en los que desaparecen sus montes bajo placas solares y gigantescas sombras de aspas de molino. “Promesas de futuro que revierten poquísimo a esos lugares, que a menudo se presentan en época electoral como fuentes futuras de riqueza”, señala el autor en una entrevista con Vozpópuli.
La Vibración de la novela también transmite la violencia de estas tierras en las que las injusticias siguen resonando como una cámara de eco. “Llevan en la sangre toda la furia de esas tierras, igual que otros heredan la propensión al Alzheimer o al cáncer de colon”. Pero esta misma tierra genera una placentera tranquilidad a otros a los que la ciudad expulsa como la pareja protagonista, cuya hija, sin entender muy bien lo que le rodea, es capaz de percibir…
Pregunta: Cuando empezó a escribir el libro, ¿tenía claro qué es lo que quería contar?
Respuesta:
No, no tenía ni idea. De hecho, fue una de las partes difíciles del libro, que no tenía historia. Tenía temas, pequeñas historias, impresiones que me interesaban mucho, pero no tenía historia. Tenía vagamente una pareja y una niña, pero no sabía muy bien qué pintaban en todo esto. Primero me dediqué a escribir todas esas historias que tenía en la cabeza, a hacer esa especie de trabajo de arqueología, de ir buscando restos materiales y psicológicos y sociológicos, y escribir historias una detrás de otra sin ocuparme de qué iba a escribir de verdad. Más de un año después, ya me puse a pensar qué tiene que ver esta pareja que estoy imaginando, qué hace en ese pueblo, y cómo me ayuda a enlazar todo ese pasado.
R:
Porque de alguna manera, no solo metafórica, las vibraciones nos unen. Y no lo digo en un sentido esotérico, sino los sonidos que van de una persona a otra, que atraviesan el tiempo, y las vibraciones de esos sonidos que están ahí, incluso cuando no podemos oírlos, porque ya no entran en nuestro rango auditivo. Me parecía que era una buena metáfora para hablar del pasado, de la historia, de lo que heredamos, de lo que nos sigue uniendo con el pasado, aunque no nos demos cuenta de ello, de la herencia, de las deudas... Había un montón de temas que podía relacionar un poco con esa idea de que las vibraciones están ahí y no las percibimos a menudo.
R:
Es una zona que podemos decir que está en la Siberia extremeña, que la utilizo sin ningún afán localista, es decir, que para mí podría estar en muchos otros sitios, pero donde se concentraban toda una serie de historias que me interesaban mucho. Algunas las conocía de niño, pero yo me fui muchísimos años, no había vuelto al pueblo en 20 o 30 años. Al regresar, porque mi madre volvió allí, me di cuenta de que todo aquello que había allí y que yo no había visto nunca. Me daba cuenta también de que incluso los habitantes de esos pueblos no conocían toda una parte. No sabían, por ejemplo, que había habido un campo de concentración franquista. Muchos no sabían que había un dolmen, que había una necrópolis de la Edad de hierro bajo el pantano. Entonces me di cuenta que todos esos vestigios estaban ahí y, sin embargo, no los mirábamos.
R:
Lo digo también metafóricamente, si tú metes una vibración, un sonido en una habitación de la que no puedes salir, tarda mucho más en desaparecer. Rebota, se entrecruza, se vuelve irreconocible, pero sigue allí. En campo abierto se difumina mucho más. La ciudad es campo abierto. Quiero decir, la gente se mueve de un lugar a otro, hay muchos más espacios, hay muchas más unidades, y muchos más grupos sociales, comunidades… Por ejemplo, se difumina más las violencias que atraviesan la historia de cualquier lugar y de cualquier país, que en los pueblos, donde las generaciones, a pesar del éxodo rural, continúan conviviendo. Cada uno sabe lo que hizo la familia del otras generaciones atrás. Entonces la vibración es mucho más fuerte.
R:
Eso es, y además sabemos incluso las casas donde sucedieron. Eso le da una presencia mucho más inquietante, mucho más fantasmagórica. Por eso digo también que Vibración es un libro de fantasmas, aunque no al uso de la literatura fantástica.
R:
En muchos pueblos lo que hay es un abandono brutal, es una explotación brutal, utilizamos sus recursos y no solo agrícolas, ganaderos, hídricos, ahora también la energía, todo eso que necesitamos para las ciudades, lo sacamos de allí a muy bajo precio y prácticamente no dejamos nada. Dejamos una especie de vertedero del que tienen que huir muchísimos. Existe ese movimiento de huida porque es una España defraudada, es una España a la que se le han hecho muchísimas promesas y no se ha cumplido casi ninguna, y, sin embargo, es donde están las raíces de muchos. Hay gente que vuelve allí y a pesar de que el pueblo haya cambiado, de que mucha gente haya muerto, se haya ido, hay algo que los une y que les da esa paz del regreso.
R:
Sí, esas promesas de futuro que revierten poquísimo a esos lugares, que a menudo se presentan en época electoral como fuentes futuras de riqueza. Pero no solo ahí, yo he atravesado muchos pueblos en los que las promesas de riqueza se han quedado en ruinas.
R:
Muy poco, porque no las entendemos. A menudo desde la ciudad se entiende muy poco lo que pide la gente del campo y, además, la gente del campo no es uniforme. Quiero decir, no es lo mismo tener mil hectáreas que tener diez. No es lo mismo tener una pequeña ganadería extensiva que una gran macrogranja. A menudo cuando hay gente, políticos, que dicen que ellos defienden el campo y ahora mismo hay toda una parte de la derecha que enarbola ese discurso, en realidad, no es verdad. Defienden intereses muy específicos del campo y luego disfrazan ese descuido histórico por parte de todos los partidos defendiendo las tradiciones culturales, los toros o la caza, que es algo anecdótico. Sí, los oímos, oímos el ruido de los motores, los vemos cortando calles, pero a menudo tengo la impresión de que no se entiende lo que está pasando y no se entienden las décadas de abandono y de hacer promesas que luego solo sirven para una élite campesina que también existe.
Desde la ciudad se entiende muy poco lo que pide el campoPregunta: Usted lleva cinco años instalado en un pueblo. ¿Qué ha aprendido en esta experiencia?
Respuesta:
Mucho, mucho. El simple hecho de conversar con mis vecinos esperando a que venga la camioneta del pan, porque no hay aquí panadería, me va dando mucho. Una idea muy interesante de la sensación de abandono, de la sensación de que no les entienden, de la sensación de que sus valores, que tampoco es que sean algo uniforme, pero vamos a resumirlo así, se desprecian, de que no se entienden cuáles son sus problemas reales, de que se crean políticas, como la política agrícola común, que deja atrás a muchísimos de ellos... Ayer iba con uno de mis vecinos, que íbamos a cortar leña, y me iba hablando del problema de los tractoristas y me abría mundos. Es curioso, pero yo creo que sabemos mucho más cuando llegamos a una capital europea, una gran ciudad europea, los que venimos también de capitales y grandes ciudades, que en el campo, de lo que sucede en el campo, a 50 kilómetros de nuestras casas.
R:
Sí, eso es. Yo he intentado alejarme de lo pintoresco, de lo bucólico y también del tremendismo fácil, de lo escabroso. Y por supuesto, si estás haciendo esa especie de historia de un lugar, tienes que examinar sus violencias. Pero he intentado que no sea La familia de Pascual Duarte, que no sea esa mirada a la España negra. No es una España negra, es una España que lo ha pasado mal. Me decían hace poco que si la violencia en estos lugares era una enfermedad, me preguntaban y yo decía que no, que era un síntoma. Es muy distinto, es un síntoma de todo lo que va mal.
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