Estar dotado de talento para el engaño es algo de lo que debe presumir todo escritor, pero en Elena Ferrante el engaño forma parte de su esencia literaria misma. La ocultación lo es todo en su obra. Desde su nombre, un pseudónimo literario del que se sabe poco y alrededor del cual se especulan cualquier cantidad de cosas, hasta los otros personajes que sobrepasan al que ella misma ha creado.
La ficción de Elena Ferrante está repleta de mentirosos y personajes empujados por las ganas y la ausencia, gente que fabula o esconde, como es el caso de Lenú y la Lina, las protagonistas de su saga Dos amigas. Ya maduras y templadas por el sufrimiento, las dos que viven mintiendo o aceptando la mentira, una porque vive con un tipo que le es infiel y la otra con un hombre a quien no ama, pero con el que se lleva bien.
Las falsedades protegen, mitigan el sufrimiento y en La vida mentirosa de los adultos (Lumen) el engaño lo es todo. En las páginas de la más reciente novela de Ferrante, que Lumen publicará el 1 de septiembre, la autora vuelve a ese barro ardiente de lo familiar y lo íntimo del que ella se vale, esta vez para mostrar que crecer supone aprender a mentir, y así lo dice su protagonista, Giovanna, una adolescente que sirve de visor de un entramado de historias no dichas, asuntos familiares o amores intensos y a la vez que entumecidos, extintos acaso. Ferrante no renuncia a la intriga y procura utilizarla, una vez más, y aunque tiende al exceso despliega siempre encuentra una manera de contener lo que está a punto de derramarse.
Si las novelas de la saga Dos amigas (La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida) se ambientaban en un barrio violento y pobre de Nápoles, La vida mentirosa de los adultos transcurre en una versión burguesa y acomodada de la ciudad. La opción del retablo que componen Lina y Lenù, en este caso alcanzan la dimensión del tríptico, a las que vuelve a acompañar de un coro de voces urgentes, empujadas por el ímpetu de aquello que desean o han perdido.
El paisaje, siendo parecido, cambia de naturaleza. El padre de Giovanna es profesor en una prestigiosa escuela secundaria y un aspirante a intelectual marxista. Su madre enseña griego. Sus mejores amigas, Ángela e Ida, son las hijas de los ricos Mariano y Costanza, un matrimonio cercano a sus padres. Las niñas juegan la carta ‘ferrantiana’ de la amistad. Juntas componen una ganzúa, ese garfio de la iniciación para comprender la adultez. O acaso anticiparla.
“Me estaba volviendo como su hermana, una mujer en la que encajaban a la perfección la fealdad y la maldad”
En esta novela todos parecen contentos con su felicidad burguesa, aunque esté rota desde la primera línea de la novela cuando Giovanna, que entonces tiene 12 años, escucha a su padre decir en una conversación con su madre que es fea. “La adolescencia no tiene nada que ver, se le está poniendo la misma cara que a Vittoria”. Es ahí cuando realmente arranca esta historia, porque Giovanna descubre que se trata de algo peor: “Me estaba volviendo como su hermana, una mujer en la que encajaban a la perfección –se lo había oído decir desde que tenía memoria- la fealdad y la maldad”.
Giovanna intuye que detrás de la tensión sobre la figura de su tía Vittoria hay una historia de agravios “cometidos y soportados”, que ella desconoce. Sólo está segura de una cosa: tiene que comprobar si en realidad se parece a aquella “tía terrible” que ella misma percibía como “un espantajo de la infancia”. “Si quería salvarme, debía ir a ver cómo era realmente la cara de la tía Vittoria”. Giovanna acude a conocerla. Abandona su casa, ubicada en la cima de la colina más alta de Nápoles, y se dirige hasta el barrio industrial donde vive Vittoria.
El descubrimiento de la tía abre la ventana a un mundo hasta entonces oculto para ella. Giovanna escucha con atención mientras Vittoria le cuenta la historia de su amor por un hombre casado y con tres hijos, Enzo, cuya relación acaba boicoteada por el padre de Giovanna. Las mentiras se juntan en ese primer asalto: las versiones moralizadoras de su padre versus las erotizantes fábulas de su tía sobre un amor fosilizado. Aunque Vittoria se convertirá en el revulsivo que introduce a Giovanna en la vida, es al mismo tiempo una contestación al padre.
La manera en la que mienten los adultos le resulta a Giovanna burda y falta de elegancia. Esa búsqueda de sí misma dentro del mundo familiar termina expulsándola hacia la ciudad, la sexualidad, la amistad y la vida. El extrañamiento por el padre e incluso la que siente por sí misma se parece a la decepción que retrató Flaubert en casi todos sus personajes, que luchan para adaptar sus propias fantasías e ilusiones a un mundo empeñado en llevarles la contraria.
En esta novela todos parecen contentos con su felicidad burguesa, aunque esté rota desde la primera línea de la novela
Ferrante recurre así al amor y la atracción como una segunda forma de sublimación, ocultación y fabulación cuando Giovanna conoce a Roberto, un chico que está comprometido con una atractiva, aunque insípida chica, y con el que desarrolla una especie de sublimación del que se enamora a solas, un afecto no del todo correspondido o no plenamente bello para merecerlo. En ese mundo de celosías, bragas y pulseras –¡ay, la pulsera que pasa de mano en mano!– se despliegan los sentidos, el cuerpo y los trenes hacia Milán.
Giovanna descubre su cuerpo al mismo tiempo que lo oculta, pero también el placer de evocador de las palabras, que le permiten reconstruir todo cuando escucha o presencia: desde los encuentros amorosos entre Vittoria y Enzo hasta sus propias fabulaciones. Para sus amigas Ángela e Ida lo que Giovanna les cuenta sobre Roberto y su novia Giuliana supone un repiqueteo de placer, un territorio de la iniciación que se remata con la aparición de un primer amante torpón e inexperto.
Lo mollar en esta novela no es la idea de crecer o la decepción que entraña, sino del engaño implícito que supone. Lo que tiene sentido de este libro, más que la idea de la mentira es el peso que adquiere en todas las versiones que damos de nuestra propia vida y la de quienes nos rodean, y cuyo engaño se sofistica o no. Son las mentiras de quien escribe, del que lee o fabula, lo que realmente teje y concede belleza y estropicio a un mundo poblado de adultos que mienten mal.