Que el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa ha experimentado el escarmiento ideológico es algo que él mismo ha iluminado con el paso de los años y que ahora pone por escrito en La llamada de la tribu (Alfaguara), un volumen que él mismo denomina una autobiografía intelectual. En estas páginas, el autor de La casa verde y La ciudad y los perros relata no sólo su evolución hacia las ideas liberales, sino que describe su tránsito intelectual y político. En sus propias palabras: "el recorrido que me fue llevando, desde mi juventud impregnada de marxismo y existencialismo sartreano, al liberalismo" de la madurez.
Siete autores fueron, asegura Vargas Llosa, fundamentales en sus años de mayor desazón intelectual y política. De ellos habla en este libro
Se reconstruye Mario Vargas Llosa a través de un mapa de las lecturas que fueron importantes en su evolución ideológica, de la que da cuenta a partir de breves ensayos acerca de siete autores: el escocés Adam Smith, el español José Ortega y Gasset, los austríacos Friedrich von Hayek y Karl Popper, el pensador y estudioso Isaiah Berlin, así como Raymond Aron y Jean-François Revel. Esos fueron, asegura Vargas Llosa, los nombres fundamentales en sus años de mayor desazón intelectual y política. De todos y cada uno extrajo una idea básica y el análisis de conjunto que hace de ellos deja muy clara la idea central de este libro y la esencia de su título.
La galería es amplia e ilumina -en perspectiva- los episodios ideológicos más relevantes de los siglos XIX y XX. En su aportación individual y de conjunto, cada uno de los pensadores antes citados permitieron a Vargas Llosa identificar una tradición de pensamiento que privilegiaba al individuo con respecto a la tribu o lo que él identifica como tal: ese efecto aplanador del que se valen las utopías para uniformar a las sociedades, relegándolas a una expresión colectiva que atenta contra el espíritu de libertad que encierra la individualidad, y por tanto la libertad de expresión "como valor fundamental para el ejercicio de la democracia".
La tradición de la retractación
Hay una larga tradición de intelectuales latinoamericanos que se encontraron ante las cáscaras rotas de las ideas en las que alguna vez creyeron. Mario Vargas Llosa es, si se quiere, uno de los últimos integrantes de aquella modernidad -el intelectual como hombre público- en tomar el testigo del escarmiento. Es, pues, el eslabón más reciente de lo que podría llamarse esta genealogía de la decepción. Un aire de familia los emparenta y contextualiza La llamada de la tribu dentro de una dinámica intelectual que ya describió y documentó ampliamente el mexicano Carlos Monsiváis. Ese matiz es importante tenerlo en cuenta al enfrentarse al ensayo de Vargas Llosa. En él habla el hombre de letras que todavía entiende la acción política como parte de un discurso moral. La revisión de una cosa implica directamente a la otra.
Como Vargas Llosa en su momento, también el Premio Nobel Octavio Paz fue un entusiasta de la izquierda. También renegó de muchas de aquellas ideas
Como Vargas Llosa en su momento, también el Premio Nobel Octavio Paz fue un entusiasta de la izquierda, aunque ya en la veintena, tras su visita a Europa –concretamente a la España de 1937, en plena Guerra Civil- comenzó a mirar con escepticismo algunas cosas. El desencanto definitivo ocurrió entre 1939, con el pacto de no agresión entre Joseph Stalin y Adolf Hitler, y en 1949, cuando descubrió la existencia de los campos de concentración soviéticos. Las dudas se convirtieron finalmente en ruptura. Lo mismo le ocurrió a Paz con el PRI, al que atacó duramente en las revistas Plural (1971) –junto a Julio Scherer- y Vuelta (1976), donde se dirimieron los asuntos más urgentes no sólo del quehacer latinoamericano, sino del pensamiento político de toda una época. Vargas Llosa no ha llegado a capitanear cabeceras de este tipo, aunque podría decirse que sus libros reflejan ese espíritu no sólo de retractación, sino de divulgación. Responden a una lógica de debate y pensamiento.
En Vuelta Octavio Paz reunió a autores fundamentales de la disidencia del Este como Milan Kundera o Adam Michnik; divulgó la Carta de los 77 en Checoslovaquia; reivindicó a los primeros críticos del marxismo e incorporó a aquellos contemporáneos que, como él, habían tenido un pasado marxista que sometían entonces a revisión, entre ellos el polaco Leszek Kołakowski o el francés Alain Besançon. Octavio Paz no sólo publicó en aquellas páginas a los filósofos Bernard-Henri Lévy o André Glucksmann, que, como ha contado en varias ocasiones Enrique Krauze, habían roto con Sartre; también los llevó a México. Es justo ese espíritu del autor de El laberinto de la soledad el que emulsiona en las páginas de Vargas Llosa. Con estilos y escalas distintas, pero en una pulsión parecida. NO hay que perder de vista un dato: este libro se publica en los 50 años del Mayo del 68 y eso también ilumina.
Según contó el propio Mario Vargas Llosa, Octavio Paz dio en sus revistas voz al liberalismo en un momento en que la mayor parte de los intelectuales creía solo en la revolución
Según contó el propio Mario Vargas Llosa, Octavio Paz dio en sus revistas voz al liberalismo en un momento en que la mayor parte de los intelectuales creía solo en la revolución. Pero, como decía el propio Paz: ni conservador ni reaccionario. Habría que decir, acaso, libre, alguien que prefería la convivencia civilizada a la sospechosa utopía. Alguien que siempre estuvo contra el poder, aunque algunos crean hoy que es una figura del poder. Porque, en el fondo, Paz era de sí mismo. De más nadie. Cargó contra el PRI, criticó la dictadura de Fidel Castro, el régimen sandinista en Nicaragua y a muchos escritores latinoamericanos, entre ellos a Gabriel García Márquez, por sus posturas políticas.
Sirva esta larga digresión sobre la tradición crítica del intelectual latinoamericano para iluminar el sentido generacional y cultural de ese pesimismo que Vargas Llosa esparce por donde quiera va, acaso más como un acto de preocupación que de descreimiento: en tiempos donde la democracia atraviesa uno de sus capítulos más oscuros, Mario Vargas Llosa -a sus 81 años- da un paso al frente para ofrecer a los lectores una especie de manual -en el sentido estricto de la palabra- de recomposición intelectual que pasa por su propia experiencia como ciudadano y como escritor.
En muchas ocasiones, quien lee La llamada de la Tribu tiene la sensación de estar leyendo al Octavio Paz que se ganó el linchamiento moral de muchos por defender sus propias ideas. Y eso es lo que intenta Mario Vargas Llosa en la más plena tradición de la retractación y la rectificación. No se trata de cuestionar unas ideas o meramente desembarazarse de ellas, sino de iluminar sus costuras para que las contradicciones personales se conviertan en gestos políticos. Ciudadanos. Y eso es este ensayo. Un buen Vargas Llosa. De prosa sencilla y directa, pero de una efectividad didáctica importante.
El desmoronamiento moral de la izquierda que sedujo a Mario Vargas Llosa en su juventud abrió paso a una amarga cadena de constataciones que terminó con su viraje definitivo hacia el liberalismo
El desmoronamiento moral de la izquierda que sedujo a Mario Vargas Llosa en su juventud -en ese periodo que va de la conciencia política más temprana hasta sus años como estudiante en la Universidad de San Marcos- abrió paso a una amarga cadena de constataciones que terminó con su viraje definitivo hacia el liberalismo, a lomos del cual llegó a la carrera por la presidencia del Perú, cuando Vargas Llosa lanzó su candidatura por su partido Movimiento Libertad. Entonces llegó a la segunda vuelta electoral contra el entonces desconocido Alberto Fujimori, oscuro personaje que ejecutó uno de los regímenes más sangrientos en América Latina. En aquellas memorias tituladas El pez en el agua (1993) Vargas Llosa ejecutó un minucioso detalle de aquellos años y explicó las razones por las cuales no retomaría la carrera política.
Desconfiar de la Tribu
La llamada de la Tribu va mucho más allá de aquellas memorias de El pez en el agua, de cuya publicación se cumplen 25 años. No lo parece a primera vista, pero esta entrega de ensaya político es, en su esencia un libro autobiográfico, a pesar del aparato teórico que prima en su estructura inicial. Vargas Llosa reflexiona siempre desde la intuición de la amenaza que delimita la libertad individual en detrimento de esa noción grupal (del bien, de la justicia) que procura la sumisión del ser humano ente una determinada visión utópica por encima de la voluntad de elección y disenso. Ese amalgamiento del individuo en una expresión colectiva de las ideas aloja, según el peruano, una raigambre autoritaria que puede expresarse en cualquier movimiento de corte populista. Esa es la idea que él combate en este libro, a partir de su propia experiencia intelectual y que extrapola en una serie de expresiones concretas: desde el populismo de nuevo cuño hasta causas que, blandiendo un determinado bien colectivo, uniforman acciones y opiniones.
"Descubrí la política a mis doce años, en octubre de 1948, cuando el golpe militar en el Perú del general Manuel Apolinario Odría derrocó al presidente José Luis Bustamante y Rivero"
"Descubrí la política a mis doce años, en octubre de 1948, cuando el golpe militar en el Perú del general Manuel Apolinario Odría derrocó al presidente José Luis Bustamante y Rivero, pariente de mi familia materna. Creo que durante el ochenio odriísta nació en mí el odio a los dictadores de cualquier género, una de las pocas constantes invariables de mi conducta política. Pero sólo fui consciente del problema social, es decir, de que el Perú era un país cargado de injusticias donde una minoría de privilegiados explotaba abusivamente a la inmensa mayoría, en 1952, cuando leí La noche quedó atrás, de Jan Valtin, en mi último año de colegio. Ese libro me llevó a contrariar a mi familia, que quería que entrara a la Universidad Católica —entonces, la de los niños bien peruanos—, postulando a la Universidad de San Marcos, pública, popular e insumisa a la dictadura militar, donde, estaba seguro, podría afiliarme al partido comunista. La represión odriísta lo había casi desaparecido cuando entré a San Marcos, en 1953, para estudiar Letras y Derecho, encarcelando, matando o mandando al exilio a sus dirigentes; y el partido trataba de reconstruirse con el Grupo Cahuide, del que fui militante por un año", escribe para relatar sus primeras lecciones de marxismo. Leyó entonces a José Carlos Mariátegui, Georges Politzer, Marx, Engels, Lenin. Su entusiasmo por Sartre sirvió entonces como factor aislante para prolongar en su repertorio intelectual ideas que comenzaban a resultarle sospechosas.
El entusiasmo duró muy poco. Viajó esperanzado a Cuba en 1962 y esperó, como su generación entera, que la isla se convirtiera en la coordenada de un nuevo capítulo político. No fue así
"Me aparté del Grupo Cahuide a fines de 1954, pero seguí siendo, creo, socialista, por lo menos en mis lecturas, algo que, luego, con la lucha de Fidel Castro y sus barbudos en la Sierra Maestra y la victoria de la Revolución cubana en los días finales de 1958, se reavivaría notablemente. Para mi generación, y no sólo en América Latina, lo ocurrido en Cuba fue decisivo, un antes y un después ideológico. Muchos, como yo, vimos en la gesta fidelista no sólo una aventura heroica y generosa, de luchadores idealistas que querían acabar con una dictadura corrupta como la de Batista, sino también un socialismo no sectario, que permitiría la crítica, la diversidad y hasta la disidencia. Eso creíamos muchos y eso hizo que la Revolución cubana tuviera en sus primeros años un respaldo tan grande en el mundo entero”, escribe. El entusiasmo duró muy poco. Viajó esperanzado a Cuba en 1962 y esperó, como su generación entera, que la isla se convirtiera en la coordenada de un nuevo capítulo político. No fue así. Y en este libro, Vargas Llosa -a través de sus perfiles y ensayos teóricos- lo deja más que claro.
Se reafirma Vargas Llosa en el principio individual que entraña toda capacidad de elección
Se reafirma Vargas Llosa en el principio individual que entraña toda capacidad de elección: desde aquella a la que apelan quienes se desdicen de determinados entusiasmos políticos hasta los otros, los que reniegan de la colectivización de los argumentos, como única forma de ejercicio político realmente la libre. La democracia actúa como hilo de esa larga travesía a lo largo del pensamiento y la teoría política de la sociedad del siglo XX, que se muestra involuntariamente crepuscular que adquieren determinadas instituciones en la descripción que de ellas hace Vargas Llosa. De ahí su mayor alegato y propósito. La razón vital de este libro: "La doctrina liberal ha representado desde sus orígenes las formas más avanzadas de la cultura democrática y lo que más nos ha ido defendiendo de la inextinguible ´llamada de la tribu´. Este libro quisiera contribuir con un granito de arena a esa indispensable tarea."