Cara a cara, majestuosos y juntos por primera vez en tres siglos: así presenta la Galería Nacional del Reino Unido los dos autorretratos conocidos de Bartolomé Murillo para celebrar los 400 años del nacimiento del maestro español.
Ambas obras son las más destacadas de un conjunto de pinturas del artista que alberga esta exposición, que se inaugura mañana y que se podrá visitar hasta el 21 de mayo.
La muestra es fruto de la colaboración entre la Galería Nacional británica, una de las pinacotecas más importantes del mundo, y la Frick Collection de Nueva York.
Murillo (1617-1682), fue uno de los pintores más representativos de la Edad de Oro del arte español y aunque se le conoce principalmente por sus pinturas religiosas y su representación de la vida corriente en la Sevilla del siglo XVII, también era un "retratista ingenioso", según explicó hoy Letizia Treves, organizadora de la muestra en Londres.
Solo hay dos autorretratos conocidos del pintor sevillano, el primero datado cuando tenía unos 30 años y que pertenece a la galería Frick, y el segundo completado unos veinte años después, que forma parte de la exposición permanente de la Galería Nacional.
Lado a lado, los dos retratos "evidencian el paso del tiempo", tanto por el cambio de los rasgos del pintor al envejecer como por el avance de las técnicas empleadas en el proceso creativo, agregó Treves.
En el primer cuadro, Murillo se muestra joven, con la pinta "de un caballero, aunque no la de un pintor", enmarcado por una cartela de piedra con los bordes mordidos por el tiempo, probablemente, inspirada en las ruinas romanas que abundaban en Sevilla en el siglo XVII.
Según explicó Treves, el ángulo y los colores con los que Murillo se representó a sí mismo sugieren un sentido "de realismo y vitalidad", a la vez que el contraste con la roca evidencia "una manera de evocar su propia imagen como la de un pintor, cuya fama es capaz de sobrevivir al paso de los años".
El segundo retrato representa al artista unos veinte años después, cuando ya se le consideraba indudablemente como el mejor pintor de Sevilla y, quizá por ello, Murillo decide mostrarse como el "gran pintor que es", rodeado de sus utensilios.
El elemento más representativo de uno de sus autorretratos es que Murillo se dibuja enmarcado por un óvalo de piedra del que sobresale su mano derecha
Sin embargo, el elemento más representativo de esta pintura, añadió Treves, es que Murillo se dibuja enmarcado por un óvalo de piedra del que sobresale su mano derecha, ligeramente apoyada contra el marco como si fuera una ventana.
"Pienso que está intentando demostrar su habilidad como pintor, su capacidad para crear una ilusión y también para romper con ella, quizá alardeando pero de una forma muy sutil y refinada", apuntó la especialista.
Esta manera de representar a un sujeto es "algo completamente innovador, de una inventiva sin parangón, que Murillo se pudo permitir porque se estaba dibujando a sí mismo", precisó Treves.
Junto a estos retratos, la exposición incluye otros diez trabajos, entre los que se encuentran seis obras más del pintor sevillano y otras reproducciones póstumas, como grabados que se emplearon para ilustrar biografías del artista. "Nos pareció muy importante mostrar estas obras en el contexto de otros retratos también característicos de Murillo, lo que permite observar la inventiva que los caracteriza", comentó la organizadora de la muestra.
Por este motivo, se exhiben los retratos de Juan Arias de Saavedra, el de Nicolás Omazur y el del conde Diego Ortiz de Zúñiga, que solo se atribuye a Murillo desde el pasado octubre.
Además, la exposición incluye los famosos "Niño riendo asomado a la ventana" y "Mujeres en la ventana", dos pinturas -que no retratos- que reflejan la intención del artista de crear una ilusión de realidad a través del arte en cualquier persona que las observe.
Esta técnica aplicada a los autorretratos no era, para Murillo, "solo una cuestión de trucar o crear ilusiones falsas, sino de buscar, de forma muy consciente, la mejor manera de representarse como individuo", concluyó Treves.