Como en el caso de Luca, el argumento de su hermana gemela Red (el título original Turning Red juega con un triple sentido del color del panda, enrojecerse y la llegada del período) vuelve a centrarse en el niño más o menos normal que se transforma en un monstruo así porque sí. Los que ya tenemos una edad conocíamos el truco desde, por ejemplo, Teen Wolf (Rod Daniel, 1985) por poner un viejuno ejemplo juvenil, pero el extraño fenómeno se remonta incluso hasta las leyendas vampíricas: gente normal perjudicada por una maldición familiar.
Pero estamos hablando de animación del siglo XXI y, para la ficción animada estadounidense, son tiempos novísimos. Los cuentos de princesitas encerradas han acabado para siempre, desplazados a empujones por una nueva realidad con niños, y sobre todo, niñas como centro de la trama de superación de la adusta vida real. Es el caso de Mei Lee, nuestra protagonista, hija de canadiense y china, de felices e hiperactivos 13 años. En el colegio es una niña aplicada en los estudios y perfectamente capaz de hacer frente a los problemas de cualquier chica de su edad gracias a su 'pandi' de amigas superfieles. Pero un día se levanta convertida en un panda rojo gigante, ni más ni menos. Menos mal que sus padres, cuidadores de un templo oriental en Toronto, ya saben de qué va todo el asunto.
La película de la debutante realizadora y guionista china-canadiense Domee Shi confirma la nueva tendencia del macroestudio Disney-Pixar: los juguetes, insectos, monstruos, coches o peces no volverán nunca a hacernos reír, sufrir o emocionarnos. Son tiempos duros y son las personas, más concretamente la chavalería, las que merecen las risas y las lágrimas en los cines, o en los hogares con macropantallas.
'Red': de objetos a personitas
El relato será cada vez más humano y real, sin alejarse del humor, hasta el punto que el panda rojo de su última película es una más que evidente metáfora de la menstruación, e incluso de la aparición del pelo en el cuerpo y del olor, a la que se enfrentan las niñas de la edad aproximada de Mei Lee. “El panda es el símbolo no solo de la pubertad sino de todo lo que heredamos de nuestras madres y cómo ellas nos enseñaron a sobrellevarlo” declaró hace poco la realizadora, autora del oscarizado cortometraje Bao, de temática parecida.
El resultado es una película irregular, de excelente factura técnica pero supeditada por entero a una sola idea
Ese es precisamente una de las bienvenidas virtudes de Red, la normalización de algo que le ocurre a (casi) todas las mujeres y de lo que nunca se habla en el cine o la televisión. Quizás la comparación sea un poco bruta, casi al estilo sangriento de Carrie, de Brian de Palma, pero los sentimientos de vergüenza de la niña son creíbles, algo exagerados al estilo anime casi de Doraemon. Y es tiempo ya de hacerles frente en la ficción, aunque sea combinados con la algo manida adoración de la niña y sus amigas por una boyband, 4*Town, algo que ya no es de 2022 y que no supera la prueba feminista de la independencia de los patrones masculinos. Pero no hay que olvidar que la película transcurre en 2002, y puede que en Canadá las jpop (bandas pop de chicos japoneses) o fenómenos como One Direction fueran lo más en esa época, o por lo menos, lo más para la directora.
Superado ese escollo tan grande como el propio panda, queda un filme irregular, de excelente factura técnica pero supeditado por entero a una sola idea, estimulante, pero única: la necesidad de las niñas de crecer como personas, de no seguir a la fuerza el destino de sus madres (el padre aquí no pinta nada) y de desarrollarse en sororidad con sus amigas, en este caso multirraciales. Solo por este mensaje, y por secuencias como la de la niña dibujando en un cuaderno los sorprendentes deseos sexuales que siente por un dependiente de una tienda, merecen el visionado familiar de la cinta. Que este realismo veraz y creíble acabe en, de nuevo, un mundo mágico de tradiciones antiguas que solucionan los problemas y que, al final, el segundo objetivo de la familia sea también forrarse de frescos dólares gracias al Panda mágico es, ni más ni menos, otro síntoma de la nueva realidad que nos rodea.