Cultura

Roca Rey contra la pesadilla del purismo exhibicionista

El diestro peruano irrita por su talento y arrojo a los aficionados más talibanes de la fiesta

  • Roca Rey, a la izquierda, y Francisco de Manuel, a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas

Madrid, Día de la Hispanidad, cuatro y media de la tarde. Ambientazo en la calle Almería y alrededores, donde se ha reunido la tribu taurina para templar el sistema nervioso antes de una de las citas taurinas más esperadas del año. Cientos de madrileños con un botellín de Mahou en la mano y una sonrisa infinita en sus caras pululan por la zona. En la puerta del bar El Ruedo pasean algunas figuras clave de la derecha mediática española (Carlos Herrera, Carlos Cuesta…) pero el respetable solo se agita cuanda aparece José Luis Martínez-Almeida camino del coso. El político es recibido entre vítores y aplausos, pero al final retumba un grito de reproche: “Alcalde, arréglenos ya la plaza, que se nos cae a pedazos”. Murmullos de aprobación, aunque los legos como yo no acertemos a encontrar decadencia alguna en Las Ventas, seguramente por no haber venido en su etapa gloriosa.

Varios aficionados entrados en años comparten trucos para acceder usando el “Abono joven” de personas que no vienen porque han decidido pasar el día de fiesta con sus amigos. “Vale con tapar la palabra ‘joven’ y que no te toque un ‘puerta’ muy puñetero”, explican. “Alguno te puede quitar el pase, pero lo normal es que te dejen entrar aunque la vean”, rematan. Recordemos que nuestra Fiesta Nacional no anda sobrada de público y lo raro es que se cuelgue un “No hay billetes” como el de esta tarde (además en corrida fuera de abono). El motivo de este subidón de interés tiene nombre y apellidos: Andrés Roca Rey, el torero peruano que triunfa esta temporada, cortando orejas al ritmo de un protagonista de Tarantino (pero con mucho más arte, aunque algunos lo disputen ferozmente).

Roca Rey no tuvo el miércoles su tarde más gloriosa, aunque saliese por la puerta grande. Lo que nadie puede negar es que estamos ante un torero valiente hasta la inconsciencia, adictivo para cualquiera con sangre en las venas y entregado por completo a su misión. A pesar de todo, se le insultaba desde la grada, con frases como “ya está el circo”, “esos pases para los pueblos” y “voy a tener que bajar yo”. Costó que se encontrara con su primer toro, ya que se devolvieron dos bichos a los corrales por inválidos para la lidia. En el definitivo se volcó por completo, electrizando el ambiente.

Durante su segunda faena arreciaron las críticas de los puristas, que eran pocos pero vocingleros, especialmente un señor que no callaba ni debajo del agua. “¿Es que no hay nadie que le vaya a dar dos hostias?”, exclamó un aficionado unas filas más abajo de mi asiento. Mientras los hombres debatían de sus cosas, una señora fan fatal de Roca Rey confesaba a su amiga que “no puedo seguir viendo, me pone mal cuerpo”, por los riesgos constantes que asumía el torero (realmente impresiona su valentía kamikaze). Roca Rey se lesionó una mano y hubo dudas de si torearía su segundo. Lo mejor de la tarde fue la faena donde el joven Francisco de Manuel, 22 años, cortó dos orejas y puso en pie a los 25.000 asistentes al festejo.

Roca Rey, primera figura actual

En realidad, esto no es una crónica de toros, sino una constatación de que todos los debates entre puristas y populistas se parecen un poco. El purista o presunto purista muchas veces tiene que expresar su rechazo de manera teatral y escandalosa, ya que más que cuestionar a un artista lo que quiere es exhibir su criterio incorruptible para que los demás lo admiren. Pasa con los reproches a Roca Rey como pasó con los que les dedicaron al Camarón de La leyenda del tiempo o al Enrique Morente de Omega. El purismo es una posición cultural que puede ser razonable, pero aquí hablamos de un tipo de purista que no quiere aportar sino autolegitimarse.

Algunos esperaron hasta el final para gritar “sinvergüenza” a Talavante mientras desfilaba hacia la Puerta de Arrastre

“Mira esos que abuchean, si son cuatro chavales sin pelos en los huevos”, soltaba alguien a mi lado. Hablamos de aficionado muy jóvenes que quieren sonar como veteranos por la vía más rápida posible o de veteranos que -en realidad- defienden su estilo favorito del toreo como el único que merece la pena verse (suele pasar en esta vida lo de confundir preferencias con obligatoriedades). “Lo que les molesta es que un torero contrario a su estilo sea hoy el número uno indiscutible del escalafón”, zanjaba un veinteañero espabilado de mi fila de asientos. Seguramente tiene razón.

El punto más bajo de la tarde fue el segundo de Alejandro Talavante, que recibió tres avisos y no fue capaz de matar a la res. Sobre esto puedo contarles poco, ya que volver de comprar dos cervezas el encargado de la puerta me la cerró en las narices con gran delectación por su parte (Las Ventas tiene la sana costumbre de no permitir trasiegos de público, una vez empezada cada lidia). El percance me permitió confirmar como algunos empleados de la plaza son más divas que los propios toreros, por ejemplo los encargados de las puertas o los camareros que sirven en los descansos, tan solicitados que se pueden permitir rituales despóticos, entre ellos servir primero a los que vienen con el efectivo justo o soltar perlas como “si no se quiere usted perder el toro, vuélvase al sitio sin su gin-tonic”. La faena de Talavante fue tan mala que algunos aficionados esperaron hasta el final para gritarle “sinvergüenza” mientras desfilaba hacia la puerta de arrastre.

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