Así como Neruda podía haber escrito los versos más tristes aquella noche, yo podría satirizar las celebraciones por la festividad de San Valentín, dedicar una columna entera a despotricar contra el capitalismo y las múltiples trampas que nos tiende para tenernos consumiendo de forma asidua y diligente. Oh, infame sistema, cómo distraes nuestra atención de la insoportable levedad del ser inventando fiestecitas estúpidas que giran en torno a un concepto tan inexistente como engañoso: ¡el amor!
Como ven, podría. Pero no me atrae demasiado. Aunque sólo sea porque me parece irónico que se denuncie la ilegitimidad de las celebraciones de San Valentín por ser un invento comercial, cuando la propia festividad fue pensada como sustituto de otra tradición, la de las fiestas lupercales. Durante ellas los habitantes del Imperio Romano invocaban fertilidad, ese concepto tan olvidado ahora.
Lo que sí me apetece, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, es recomendar mis películas favoritas sobre la llamada “guerra de sexos”. ¿Por qué? Principalmente porque me parecen divertidísimas, entre otras cosas porque recogen un fenómeno real: las diferencias entre hombres y mujeres. Existen, además, dos motivos de peso para invitar a disfrutar de estos films.
Tenemos el 8 de marzo a la vuelta de la esquina. Vuelve la turra feminista, vuelve la ilusión. Me parece oportuno hablar de estas películas, aunque sólo sea porque nos recuerdan que las diferencias entre sexos escapan al discurso maniqueo que nos cuenta que un hombre es sospechoso mientras no se demuestre lo contrario y, por otro, que las mujeres somos seres de luz, por el mero hecho de serlo.
San Valentín y el feminismo
El segundo motivo va de la mano del primero: las mujeres somos seres angelicales, sí. Hasta el momento en que nos salimos del discurso feminista dominante. Ahí nos convertimos en abejas reina -mujeres privilegiadas, incapaces de entender la opresión heteropatriarcal- o, peor todavía, en TERFs. TERF es el acrónimo inglés para trans-exclusionary radical feminist, o feminista radical transexcluyente, traducido al español. Es decir, feministas que tienen la osadía de defender la delirante idea de que una mujer es un ser humano que presenta cromosomas XX. Poca broma con el tema, no olvidemos la operación de acoso y derribo que sufre la autora de Harry Potter, J. K. Rowling, por no alinearse punto por punto con todo lo que se afirma desde el colectivo oficial de transexuales.
Se nos muestra que los estereotipos de sexo tienen su parte de verdad, pero pueden ser superados precisamente por la complementariedad que existe entre hombre y mujer
Se celebra el amor el próximo día 14, una excusa excelente para contrarrestar todo lo mencionado disfrutando de los momentos tan cómicos como entrañables que nos ofrecen las comedias románticas centradas en la guerra de sexos.
Empecemos por dos clásicos, a cuál más sangrante a los ojos de algunos de nuestros contemporáneos y, quizá precisamente por eso, tremendamente divertidos. En Un hombre tranquilo (1952) el personaje de John Wayne demuestra paciencia infinita con la tempestuosa Mary Kate Danaher (Maureen O’ Hara). Un clásico ambientado en la vieja Irlanda. Disfrutarán ustedes un momento homérico con ella, al igual que si deciden volver a ver (¿quién no lo ha hecho todavía?) Siete novias para siete hermanos (1954), un musical apto incluso para quienes odian el género.
En general las comedias románticas del cine clásico son una delicia, aunque sólo sea porque no enturbian su planteamiento los vertederos ideológicos que nos aquejan en nuestros días. No es esta la ocasión para enumerarlas todas, por lo que recomiendo vivamente una reactualización que se hizo sobre ellas, Abajo el amor (2003), protagonizada por Ewan McGregor y Reneé Zellweger.
Cómo perder a un chico en diez días
Mel Gibson y Helen Hunt son una divertidísima pareja en ¿En qué piensan las mujeres? (2000), aunque no a la altura de la que formó ella con Jack Nicholson en Mejor imposible (1997). Reivindico la primera porque se ajusta del todo al tema de las diferencias -y posteriores reencuentros- entre hombres y mujeres. Gibson y Hunt son dos publicistas enfrentados dentro de la misma agencia, la misma profesión que ejerce Matthew McConaughey en Cómo perder un chico en diez días (2003).
Benjamin (McConaugghey) apuesta con sus compañeras de trabajo que es capaz de mantener una relación con una mujer más allá de encuentros tan apasionados como fugaces. El truco reside en que serán ellas las que decidan qué mujer deberá seducir este galán. La afortunada resulta ser Andie (Kate Hudson), una periodista que tiene que escribir un reportaje sobre todas aquellas cosas que no debe hacer una mujer si no desea que un hombre salga huyendo de su lado. Resulta divertidísimo ver los esfuerzos de ella por espantar a su ligue, y cómo los soporta el otro con gran entereza.
Al final, como todas las películas del género, se nos muestra que los estereotipos de sexo tienen su parte de verdad, pero pueden ser superados precisamente por la complementariedad que existe entre hombre y mujer. Esto mismo lo encontramos en la película Hitch (2005) de Will Smith, que nos habla de un hombre que -desencantado por el carácter voluble y caprichoso de las mujeres en temas de amor- se dedica a enseñar a otros cómo sortear estas dificultades para dominar lo que parece inalcanzable: el arte de enamorar a la elegida.
La pareja más potente
Se han rodado muchas películas sobre este tema, pero todavía no ha habido pareja de cine que haya superado a la que formaron en su momento Spencer Tracy y Katharine Hepburn, quienes llegaron a rodar siete películas en torno a la guerra de sexos, entre otras La mujer del año (1942), La costilla de Adán (1949) y Su otra esposa (1957).
Hepburn y Tracy fueron pareja más allá de las cámaras, a pesar de que nunca lo reconocieron de forma oficial pues él no se divorció nunca de la mujer con la que se casó siendo joven. Los dos actores se quisieron a lo largo de casi tres décadas, hasta el fallecimiento de Tracy con 67 años, apenas unos días después de terminar de grabar Adivina quién viene esta noche (1967) tras padecer una larga enfermedad.
El rodaje fue tremendamente emotivo debido precisamente a la sombra que se cernía sobre el actor, de la que todos eran conscientes. En un momento de la película el personaje de Tracy pronuncia un discurso sobre el amor en el que, entre otras cosas, expresa cuánto ha amado a su esposa (Hepburn) a lo largo de los años. Las lágrimas que derrama la actriz durante esa escena fueron auténticas, motivo por el cuál nunca quiso volver a ver la película. Les dejo con un extracto de esas palabras del actor como forma de celebrar el amor, al margen de que exista quien desea convertirlo en algo comercial y facilón o, peor, de aquellas que se empeñan en sembrar discordia y enemistad entre hombres y mujeres:
“La señora Prentice dice -igual que su marido- que sólo soy un trasto viejo y acabado que ya ni remotamente recuerda lo que es querer a una mujer, como su hijo quiere a mi hija. Por extraño que parezca, ésa es la primera acusación de las que hoy se me han hecho que puedo rechazar de plano. Porque está usted equivocada, equivocada a más no poder. Admito que no había considerado eso, ni siquiera había pensado en ello, pero sé exactamente lo que él puede sentir por ella, y no hay nada, absolutamente nada, de lo que su hijo sienta por mi hija que yo no sintiera por Christina. Viejo, sí. Acabado, sin duda. Pero puedo asegurarle que mis recuerdos siguen vivos. Claros. Intactos. Indestructibles. Y seguirán vivos hasta que llegue a los 110 años.”