Cultura

'True Detective', la vacuidad de un misterio a granel y el éter como excusa de un fracaso antológico

Terminada la cuarta temporada (y esperemos que última) de la serie de HBO, es momento de analizar las razones que han llevado al espectador de la esperanza televisiva a la más absoluta de las decepciones en estas cinco semanas de emisión

La nostalgia es el peor de los aromas, pues a menudo nos evoca a momentos y lugares donde fuimos felices, pero se suelen disipar con celeridad cuando llega la cruel borrasca de realidad que habita en nosotros. A los fans de True Detective nos ha pasado en el último mes y medio. Hemos pasado del éxtasis al agnosticismo más atroz sin solución de continuidad.

Con motivo del décimo aniversario del estreno televisivo de la primera y maravillosa temporada de True Detective, HBO programó el arranque de su cuarta entrega un 14 de enero, apenas dos días después de la fecha en la que Rustin Cohle y Marty Hart llegaron a nuestros hogares para quedarse por siempre en 2014.

La marca había ido perdiendo fuelle con el paso de los años, de hecho, muchos espectadores se quedarían boquiabiertos cuando las marquesinas fueron asediadas con lonas promocionales de la cuarta temporada.

El proyecto dirigido por Issa López había tirado de chequera para firmar a Jodie Foster, todo en un intento de darle enjundia al desinterés generalizado que provocaba una entrega sin su creador, Nic Pizzolatto, involucrado.

El que escribe estas líneas tiene que reconocer que estaba entusiasmado, ya que cualquier intento de revivir la franquicia me generaba interés. Quitando de la ecuación la perfección del primer volumen, cuya excelencia en ocho episodios difícilmente será replicada en ningún otro producto, he de reconocer que la segunda temporada me fascina por igual.

Sin apenas ver el tráiler o enterarme de elementos de la trama para no estropear mi experiencia, puse en marcha el piloto en mi televisor dispuesto a palpar los sinsabores y angustias filosóficas típicos del género.

True Detective a granel

Tras el fanatismo de Luisiana, el polvo de California y la impureza de Arkansas, Alaska había sido elegida como la nueva y transformadora anfitriona del misterio. El frío, el abandono de Dios a sus habitantes y las secuelas físicas y psicológicas que deja el aislamiento en el hombre introdujeron una múltiple desaparición en la Estación de Investigación Ártica Tsalal.

Liz Danvers (Jodie Foster), jefa de policía en Ennis, región de Alaska donde viven los protagonistas, será la detective encargada de comenzar la investigación junto al resto de su equipo. El piloto, en sintonía con este tipo de series, esboza las líneas maestras por las que va a tratar de sobrevivir hasta resolver su intriga. Ya no hay rituales satánicos ni complejas tramas políticas, ahora el componente sobrenatural quiere impregnar todo.

Como en todo pueblo donde el dinero y el hombre ha dejado su huella, siempre quedan damnificados. En este caso, los inuit. Obligados a abandonar sus tradiciones y modos de vida, los esquimales de Ennis aún rezan a sus deidades por la muerte de Annie K, una joven asesinada hace un lustro y cuyo caso se cerró sin un culpable.

Evangeline Navarro (Kali Reis) es la otra agente que terminará involucrándose en el caso. Sin entrar en spoilers, pues aún es pronto para que todos ustedes la hayan visto al completo, la serie pronto deja al descubierto sus problemas de guion.

Una de las claves que cimentó el éxito de las anteriores entregas, sobre todo la primera, era lo sobresaliente de su misterio. Y es que, cuando un espectador (o lector) afronta un enigma de este calibre, no espera una complejidad u originalidad desmedida. Pues la calidad de un misterio no reside en ello, sino en la lógica con la que se logra su resolución.

Y aquí es donde True Detective fracasa con estrépito en su cuarta entrega. Tras cinco capítulos de ritmo lento, con excesivas escenas de vacuidad representativa, ensalzando la personalidad de unos personajes del todo apáticos, el interrogante se elimina con una presteza impropia del género, dejando por el camino tantos interrogantes y vías sin explicación, que el deus ex machina de la última media hora genera repulsa.

Lejos quedan los planteamientos filosóficos de la primera entrega, donde el ser y la naturaleza establecen una relación directa con Dios, otrora dueño de sus designios. Hay desesperanza, un pasado de culpabilidad y un futuro incierto. Rustin Cohle y Ray Velcoro (Colin Farrell) son hijos de Dios, abrazan sus errores y no desean un mañana sin mácula. Solo buscan respuestas a algunas de las preguntas que su psique genera, no un manual de supervivencia inexistente.

Anteriormente, True Detective usaba el terror humano, los pecados del hombre, para insuflar vida al misterio. Ahora, y de forma artificial, lo sobrenatural colapsa el guion. Sin capacidad de explicación, esta aura acaba decayendo con el paso de los capítulos hasta ser un elemento decorativo, como muchos de sus personajes. La pareja protagonista funciona, incluso te crees sus miserias, pero nada de eso importa cuando la ventisca cercena cada línea de diálogo o intriga.

Cohle decía que para él "la luz iba ganando a la oscuridad" cuando se abrazaba a Marty en la última escena. En Ennis, la oscuridad lo engulle todo. La oscuridad climatológica de la serie, donde el invierno eterno impide la relación entre humanos, deja entrever que hay preocupaciones existenciales y metafísicas en sus habitantes, pero tan nimias que se resuelven como el resto del misterio, a golpe de timón.

Alaska es un lugar donde la soledad puede inducirte al suicidio, pero no puede acabar siendo el fin último de todos los que allí viven, que es poco menos que lo que pretende dejar caer la serie. Si no puedes afrontar una crisis, camina desnudo por el gélido mar hasta que sus aguas te sepulten. Hala, a otra cosa. Cómo harán en Huesca o Palencia entonces para llegar a primavera. Ojalá Issa López sé dé una vuelta por allí.

Por último, los guiños y conexiones con la primera temporada de True Detective son innecesarios y carecen de sentido, solo responden a un chispazo de adrenalina en el espectador. Generar interés, un placebo breve que apenas dura dos o tres capítulos, el tiempo suficiente para saber que están puestos allí gratuitamente.

En definitiva, la serie va de más a menos hasta rozar el umbral de la indigencia. Preguntado semanalmente por un buen amigo, mis respuestas sobre la serie fueron perdiendo entusiasmo, hasta mandarle una nota de voz el pasado martes por la mañana, donde le advertí que si se acercaba a la cuarta temporada de True Detective lo hacía bajo su responsabilidad.

Lo mismo les digo a ustedes. Yo, de momento, volveré a revisitar la primera. Como Juan Preciado, me vuelvo a Comala, a ver si veo a mi Pedro Páramo particular en alguna de sus esquinas.

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