Desde hace año y medio, el filósofo y escritor Antonio Escohotado vive en Ibiza. Se marchó allí a pasar lo que le queda de vida, que, dice, desea que sea poco. Asegura que debería llevar dos años muerto —sí, dos años; ni más ni menos— y que se acuerda del momento exacto en el que lo supo, pero a los que lo admiramos no nos da esa sensación: pareciera que siempre tiene otro libro que escribir, algo nuevo que decir, otra historia que contar.
Ahora, a los ochenta años, su vida en Ibiza no es como algún día fue. Escohotado ya no es un pelut, ni parece querer fundar otra discoteca. Tampoco reside en una comuna, sino en una casa rural en la que, por cierto, los dueños lo cuidan como si fuese familiar suyo y él, agradecido, les corresponde. Porque a pesar de su apariencia —ya de anciano venerable— y sus ganas de morir; a pesar de estar cansado de tantas visitas ("desde que se sabe donde vivo esto se ha convertido en una especie de lugar de peregrinación como Fátima o Lourdes, pero muchísimo peor, porque a quien se viene a ver es a mí", dijo riendo), el filósofo madrileño conserva intacta su lucidez y su amabilidad, que le permiten deleitar a todo aquel que lo trata. Y nosotros, claro, no fuimos una excepción.
La noche en la que llegamos, Escohotado nos invitó a cenar quesos, foie y una mantequilla excelente, de esa que sabe a vaca en lugar de a fábrica. Nos recibió en la cocina y se alegró sinceramente de vernos. A mí, que no me conocía, y a mis acompañantes —el senador Jacobo Robatto y el escritor Jano García—, con quienes le une ese cariño, casi paternal, que el maestro profesa a sus discípulos. "Para morir tranquilo, necesito veros a vosotros dos y a Juan —Juan Ramón Rallo— en puestos de responsabilidad", confesó con una sonrisa. "Y tú, Jacobo, vas por buen camino", añadió.
Entre Hegel y el Madrid
Esa primera noche hablamos sobre las dos almas que Vox reúne en su seno: la liberal y la antiliberal. A Escota, como lo llaman sus allegados, le parecen contradictorias, incompatibles, y por eso admira que el joven partido haya sabido unificarlas: "Es algo que no había conseguido nadie". Pero la política, como tantas otras veces, dio paso al fútbol: "La victoria en liga del Atleti el año pasado se explica sólo por un motivo: Marcos Llorente. Yo no sé cómo dejamos escapar a ese chico; no sé de quién es la culpa; no sé por qué no se dieron explicaciones". También contó entusiasmado que este verano ha conocido a José Ángel Sánchez ('Jas', para él) y a Florentino Pérez, y que el segundo le robó la frase que tenía preparada para cuando se encontraran: "Florentino es la persona a la que más me apetecía conocer". El presidente del Real Madrid la dijo, sustituyendo su nombre por el de Antonio, y él se lo recriminó: "¡Oye, que eso era lo que te iba a decir yo!", recuerda entre risas. "Vinieron a comer y estuvimos tan a gusto que Florentino llamó al piloto de su avión para decir que retrasara la vuelta a Madrid". Desde entonces, su relación con ellos es inmejorable.
Al que me ayude sin que se lo pida, le doy", exclama defendiendo su autosuficiencia
Nuestra primera velada, en cambio, no se prolongó en exceso: Escohotado valora su descanso más de lo que lo ha valorado nunca. Nos citó al día siguiente a la una de la tarde, botella de Baileys en mano, y acudimos puntuales. Nada más llegar utilizamos el Baileys para preparar su cóctel favorito —creación suya, por cierto—, que bebió al tiempo que apuraba la primera cerveza del día. Así, se generó un ambiente propicio para un diálogo que nos hubiera gustado que fuese monólogo: Escohotado estaba ágil, fresco, con una fuerza impropia de su edad que le permitió charlar sobre filosofía, teología, economía, derecho y política indistintamente. Recuerdo que subrayó el papel del cristianismo en tanto que elemento civilizatorio recurriendo, entre otros, a Hegel, y que contrapuso la escuelas iusnaturalista y positivista para explicar la importancia de que el ordenamiento jurídico esté fundamentado en el derecho natural.
También habló de la filosofía griega cuando Jacobo le pidió que le firmara un ejemplar de Hilos del sentido, un libro complejo del que había entendido menos de lo que quisiera. "Es el único libro en el que no he hecho concesiones al lector", confesó Escohotado antes de hacer un sucinto recorrido por algunas de las cuestiones que lo vertebran. Y antes de que cambiásemos de tema —saltábamos de uno a otro de manera espontánea— le pregunté por la vigencia del Teeteto, el diálogo en el que Platón niega precisamente lo que algunas corrientes contemporáneas arguyen, a saber, que el conocimiento pueda reducirse a percepción. Su conclusión fue definitiva: "Platón tenía razón. De hecho, precisamente por eso Aristóteles tenía el doble de razón".
Estudio y felicidad
Con esa afirmación rondándonos la cabeza, hicimos una breve pausa para comer y para que Escohotado durmiese la siesta: un par de horas más tarde tenía que atender una entrevista con Juan Ramón Rallo. Presenciamos la entrevista detrás de la cámara, como si las respuestas fuesen también dirigidas a nosotros, y procuramos que Escohotado tuviese todo lo que necesitara a su alcance a pesar de sus advertencias: "Al que me ayude sin que se lo pida, le doy". A él le gusta sentarse solo, moverse solo y apoyarse en su bastón, pero permitió a su discípulo favorito —Jano García— preparar el micrófono y la cámara. Aseguró no saber nada sobre el manejo de aparatos electrónicos, pero no cree que sea un conocimiento desdeñable. "Eso no está bien; tienes que aprender, que tú eres joven", le dijo a Jacobo cuando éste confesó su falta de aptitud para todo lo que sea susceptible de enchufarse.
La entrevista fue entretenida y a nosotros, espectadores privilegiados, se nos antojó un cierre perfecto para las casi veinticuatro horas que pasamos con Antonio Escohotado. Especialmente el final, cuando Rallo le preguntó sobre la felicidad y la libertad, sobre los consejos que daría a los jóvenes ("que jamás infraestimen la potencia de su espíritu, que siempre se exijan lo máximo y que no olviden que conocerse a sí mismos es lo primero") y sobre cómo quiere ser recordado. En esta última respuesta, el filósofo madrileño nos regaló una frase de epitafio que resume su vida, tan intensa y peculiar: "Intenté ser valiente y descubrí cómo estudiar".
En definitiva, Antonio Escohotado nos acogió con los brazos abiertos. Charló con nosotros, nos invitó a beber, nos invitó a cenar. Y con su conversación, sus gestos y su cariño nos demostró que existe una diferencia, casi un abismo, entre aquel que acumula conocimientos y aquel que es un verdadero sabio.