Desde el pasado miércoles se proyecta en cines el remake de West Side Story, dirigido por Steven Spielberg. Su fracaso en taquilla en EEUU, sumado a algunas críticas que la han tachado de ser una película woke podrían predisponer al espectador a juzgarla con malos ojos, incluso disuadirle de ir a verla.
No cometan ese error. West Side Story no sólo hace justicia al musical original: en muchos aspectos lo supera. Lo extraño y chocante habría sido que sucediera lo contrario. La película original es un musical con partitura a cargo de Leonard Bernstein, uno de los músicos más brillantes del siglo XX. Un material precioso puesto en manos de un director como Steven Spielberg, ¿qué podría salir mal?
El doblaje. Eso sale mal. Rematadamente mal. La odiosa manía española de doblar las películas no permite, en general, apreciar el séptimo arte en su plenitud. Proyectar en un único idioma una película en la que el choque entre culturas es parte central del guion es un crimen. Un peliculicidio, por usar neolengua. Más aún cuando el espectador domina uno de los dos idiomas del filme, el español en este caso. Esto, evidentemente, no es culpa de Spielberg. Hagan el esfuerzo de verla en versión original subtitulada, me lo agradecerán.
Sentido del humor en 'West side story'
Una de las mayores dificultades a las que se enfrentaba Spielberg era la poca credibilidad de la historia, al menos para el espectador del siglo XXI. La película original se basaba en un musical de Broadway que, a su vez, era una reinterpretación moderna de Romeo y Julieta, siglo XVI. La restricción mental para disfrutar de una historia de este tipo es obligatoria, pues el objetivo central no es retratar el amor romántico en términos realistas.
La versión de Spielberg la distribuye, además, el sello Walt Disney Studios Motion Pictures, que lleva al menos quince años produciendo películas que ridiculizan -y autoparodian- la idea de amor repentino sobre las que se vertebran clásicos como La bella durmiente, Cenicienta o La sirenita. El cineasta le da la vuelta al problema a través del sentido del humor. El fan de Spielberg encontrará simetrías con el estilo de las películas de Indiana Jones. La maestría del director le permite, sin embargo, evitar que estos guiños cómicos caigan en una moralina facilona o en sátira mordaz.
¿Es una película 'woke'?
El empleo acertado de guiños jocosos no es lo único que contribuye a dar más realismo a la historia respecto al original de 1961. En West Side Story (2021) se dedica mayor metraje a profundizar en cada uno de los personajes, de forma que la película gana en credibilidad y, por tanto, en capacidad para conmover al espectador. Quienes no sean muy amigos del género musical puro y duro agradecerán esta innovación respecto del film de 1961 y no lamentarán haber invertido tiempo y dinero en disfrutarla en la gran pantalla.
Cuando María se lamenta ante Tony lo duro que puede llegar a ser inmigrante, este le replica que no está valorando algo que ella tiene: una familia que la acoge y la protege
Uno de los puntos fuertes de esta película radica en su capacidad para volvernos conscientes de lo hastiados que podemos llegar a estar del fenómeno woke. Mientras la disfrutaba caí en la cuenta de cómo la matraca de lo políticamente correcto puede volvernos hipersensibles a cualquier cosa que nos evoque -aunque sea de forma lejana- a los temas que han fagocitado como bandera propia y exclusiva los Social Justice Warriors.
Ahora bien, si nos atenemos a la película original, el remake no introduce con calzador ningún mensaje o temática novedosa para reivindicar causas políticas actuales. Sucede más bien lo contrario: el film de 1961 evidenciaba problemas sociales de su tiempo y, desde la óptica actual, la nueva versión ayuda a poner en perspectiva los que nos aquejan hoy día y poder comprenderlos mejor.
Retrato de la generación 'beat'
Han pasado 60 años desde la primera película en la que no solo se retrataban las dificultades a los que se enfrentaban los inmigrantes hispanoamericanos al llegar a Estados Unidos. West Side Story (1961) retrataba también a la llamada generación 'beat' y los problemas que la aquejaban. El remake redunda en estos últimos, quizá con la intención de recordar al espectador que el haber nacido blanco en EEUU no era -ni es- garantía de una vida plácida y feliz.
Uno de los estragos que el crac del 29 y la II Guerra Mundial causaron en la sociedad norteamericana fueron una cantidad ingente familias pobres y desestructuradas cuyos niños, al crecer, se convirtieron en los despectivamente bautizados como beatniks. La canción original Officer Krupke ya nos hablaba del problema, pero Steven Spielberg decide hacer especial hincapié en este. Cuando María se lamenta ante Tony lo duro que puede llegar a ser inmigrante hispana, este le replica -muy acertadamente- que no está valorando algo que ella tiene, y de lo que él y sus amigos carecen: una familia que la acoge y la protege.
La carencia de raíces y lazos afectivos fuertes es lo que aboca a los jets a crear su remedo de familia, que es de lo que habla -y no es casual que así sea- la primera canción vocal del filme. La amistad entre Tony y Riff la definen ambos con el lema from womb to tomb (algo parecido a “de la cuna a la tumba”). Spielberg incide en los estereotipos hirientes con los que se retrataba a la generación beatnik: delincuencia, violencia sexual y aversión al trabajo. No lo hace, sin embargo, con ánimo de aumentar la mala fama que se vierte actualmente sobre el hombre blanco y heterosexual. Al contrario, expone los problemas que los aquejaban entonces y que, desgraciadamente, siguen siendo tremendamente actuales.
El drama de las familias desestructuradas
No es de extrañar que estos problemas sigan aquejando a nuestra sociedad. La generación beat fue diluyéndose y metamorfoseándose paulatinamente en la que protagonizó el movimiento de Mayo del 68. Si bien el vandalismo fue sustituido por el famoso “haz el amor y no la guerra”, los problemas de fondo no sólo no fueron subsanados, sino que se radicalizaron al convertir un drama en eje ideológico.
Tony representa al beatnik que desea redimirse, convertirse en esposo devoto y padre de una familia feliz, algo que está en las antípodas de lo que Mayo del 68 reivindicaba como bueno y, por tanto, propuesta programática central. Los beatniks provenían de familias desestructuradas por causa del hambre y la pobreza. La mal llamada liberación sexual y sus propuestas abocaron de forma lógica a la desestabilización de la familia, las raíces y los lazos afectivos, considerando todo esto como algo positivo y deseable (a diferencia del filme, que expone las consecuencias dramáticas de esto).
Quizá la clave radique en las últimas palabras de María: “ahora puedo matar, porque ya odio”
Así pues, de lo que nos habla West Side Story en el fondo es de la importancia que tienen para el ser humano los vínculos, afectos y raíces, algo que el Estado no puede -ni debe- proporcionar. No es de extrañar que ambas películas (original y remake) nos muestren a jóvenes que están sufriendo pero que, sin embargo, desconfían de la protección que pueden proporcionarles las instituciones gubernamentales.
Este mismo problema nos aqueja actualmente, pues las circunstancias que vivimos nos están conduciendo a una cada vez más progresiva atomización de la sociedad. Da la impresión de que nos vemos inevitablemente abocados a ser reducidos a meros individuos aislados, cuya única función es producir y consumir. Se nos transmite que el único lugar donde supuestamente podremos encontrar refugio y protección son los organismos y mecanismos estatales. Ya conocen la Agenda 2030, “no tendrás nada y serás feliz”.
Los peligros del miedo desatado
Como todo fenómeno humano, la necesidad primordial de raíces, lazos y afectos puede volverse un problema cuando la amenaza y el miedo acechan, sin importar si los peligros son reales o inventados. De esto también nos habla West Side Story, como ya lo hacía el Romeo y Julieta de Shakespeare. El miedo y la desconfianza son terriblemente poderosos, pues despiertan sensaciones y sentimientos instintivos que pueden desbocarse de una forma asombrosamente sencilla y, sobre todo, veloz. Algo que, por desgracia, estamos viviendo en propia carne a raíz de la pandemia.
La solución, sin embargo, no puede consistir en retornar al existencialismo y supuesto relativismo con el que se intentó poner coto a los radicalismos en la sociedad occidental tras las guerras mundiales. Quizá la clave radique en las últimas palabras de María: “ahora puedo matar, porque ya odio”. Eso sí, de nada sirve tener presente esa frase si no se la medita en profundidad y con rigor
Nuestra sociedad, por suerte, reivindica el amor y rechaza el odio. Nuestro error fundamental hoy día consiste en hacerlo desde las vísceras, y no haciendo uso de la inteligencia y la disquisición profunda en torno a estos conceptos, y muchos otros relacionados. Ahora bien, nunca es tarde si la dicha es buena: sapere aude, amare aude. Y Dios guarde al genial Steven Spielberg durante muchos años.