Aventuraba Dostoievski que un día la tolerancia alcanzaría tal nivel que a la gente inteligente se le prohibiría pensar para no ofender “a los imbéciles”. Para el intelectual Alfonso Berardinelli (Roma, 1943), pensar es una de las cosas “más hermosas y emocionantes” que no a todo el mundo le gusta.
Berardinelli estudió Letras Modernas e intervino en movimientos de izquierda asamblearios en su juventud. Colaboró en Milán con Quaderni Piacentini, publicación que dejaría tiempo después para fundar la revista independiente Diario con el escritor y crítico literario Piergiorgio Bellocchio. En el 95, y tras dos décadas como docente en la universidad, Alfonso Berardinelli renunciaba a su cátedra y dejaba la enseñanza.
Atiende en castellano y responde a la entrevista en italiano. Berardinelli es gentil, atento y amable en el trato. Entre la locura colectiva, una mente preclara. La muestra está en sus últimos títulos publicados en España: El intelectual es un misántropo (Ediciones del Salmón, 2015), Leer es un riesgo (Círculo de Tiza, 2016) y Contra el vicio de pensar (Círculo de Tiza, 2021), una obra reflexiva acerca de la degradación de Europa, el racismo, la izquierda, los medios… y el pensamiento crítico. Por si asoman las premoniciones de Fiódor Dostoievski. Vozpópuli charló extensamente con el autor.
Pregunta: Dicen que los ignorantes no sufren, señor Berardinelli.
Respuesta: Es cierto. Ser consciente y sensible con el entorno y con lo que pasa te hace sufrir, pero también alegrarte más. La misantropía no concierne a individuos individuales, sino a la humanidad colectiva asociada al conjunto de comportamientos sociales. El hombre asociado (en grupo, categorías, corporación profesional, partido político…) es casi siempre un poco más estúpido y menos libre que el individuo solitario. La multitud y las masas no son muy inteligentes y responsables. En la sociedad de masas moderna y en las grandes ciudades, aumentan la indiferencia moral y el egoísmo. También se ve en modas culturales e intelectuales: de repente todo el mundo empieza a usar la misma palabra, el mismo concepto, o cita ciegamente a los mismos autores, incluso sin haberlos leído o comprendido. Quieren “ser como todos los demás”, sin pensar en ello, sin juzgar. He notado estas cosas desde que era un niño y adolescente. La gente que canta a coro, que grita en masa, y los grupos donde todos ríen juntos, siempre me han escandalizado y me han asustado un poco.
P: Cuenta que leer es un vicio que no se castiga, pero ¿pensar es un vicio que sí está penado?
R: Pensar es una de las cosas más hermosas y emocionantes. Pero no a todo el mundo le gusta. Se corre el riesgo de comprender algo que puede cambiar tu vida, y esto es inquietante, agotador. Sin embargo, pensar y comprender no es monopolio de los intelectuales. La estupidez específica y profesional de los intelectuales es aún más peligrosa. Los intelectuales a menudo estudian, teorizan, pero no piensan. Se piensa mejor en soledad que como parte de una agrupación profesional. El conformismo de categorías está muy extendido.
P: Dejó la universidad en 1995, señalando, entre otras cosas, la endogamia y el corporativismo. ¿En qué se ha convertido ahora la enseñanza?
R: Saber enseñar es difícil. Es un arte, una vocación. Solo es un placer si aprendes cosas nuevas mientras enseñas. En la universidad conocí a muy pocas personas apasionadas por la docencia. Muchos profesores encuentran una molestia la existencia de estudiantes. Y hoy el peor obstáculo para la enseñanza es la burocracia.
P: ¿Cómo optimizaría usted la enseñanza?
R: No tengo la solución al problema. Lo único que me viene a la mente es optimizar la calidad tanto cultural como pedagógica de quienes enseñan. Pero, ¿quién enseñará a los profesores? Ciertamente no los burócratas del Ministerio, que en Italia han arruinado la escuela. La calidad de la enseñanza es algo que debe quedar patente cada vez que un individuo tiene veinte o cien jóvenes frente a él para hacerles entender algo nuevo.
También es necesaria un poco de hipocresía idealista para controlar la brutalidad de los instintos.
P: ¿Qué opinión tiene usted de que, en el caso de España, se estén eliminando las Humanidades de los programas educativos mientras se mantienen asignaturas religiosas?
R: Los choques de religión son un verdadero desastre, a menudo una tragedia. Evidentemente hay algo en la fe religiosa que paraliza la reflexión y transforma en deber la persecución de quienes pertenecen a otra religión. Así la fe se convierte en pretexto para ejercer la peor misantropía, la sádica, violenta y asesina. Como si pretendieran hacernos creer que Dios quiere un homicidio. Es algo misterioso. ¡Ni siquiera Dios ha logrado mejorar a la humanidad a lo largo de los siglos y milenios! Las humanidades (literatura, artes, ciencias sociales, filosofía e incluso historia de las religiones) deberían contribuir tanto al entendimiento mutuo como a la conciencia crítica.
P: Si un país importa científicos o trabajadores cualificados que han podido leer y estudiar, ¿tendrá este país un futuro más próspero?
Por supuesto, los inmigrantes que han podido estudiar son más útiles para ellos mismos y para los demás y se integran mejor. Pero con ellos debemos tener aún más cuidado de no humillarlos. [Mahatma] Gandhi de joven emigró como abogado y fue maltratado, humillado por ser indio, y esto lo transformó en un gigante del nacionalismo indio.
P: Al contrario, si un país acepta la importación de mano de obra barata que no ha podido leer ni estudiar, ¿significa que va a tener una inmigración sin derechos, con miedo, con más necesidades pero más maleable y, por lo tanto, más esclavos a los que explotar, degenerando el estatus del país de acogida?
R: Esto es exactamente lo que está sucediendo y creo que socialmente es muy peligroso. Crea odio hacia nosotros los europeos.
P: ¿Es válido todo tipo de inmigración para cualquier país? ¿Las puertas de una nación han de abrirse sin restricciones?
R: Sería mejor elegir un conjunto de criterios de selección para facilitar la entrada de un tipo particular de emigrantes. Por ejemplo, es mejor dejar entrar a familias enteras que a hombres solteros. Mejor los que ya tienen familiares que han emigrado al mismo país. Mejor los que conocen un oficio (artesanos, trabajadores cualificados, etcétera). Pero ciertamente cuando se trata de personas desesperadas que lo han perdido todo, indefensas, enfermas, mujeres con hijos, el primer deber es salvarlas de la muerte, del hambre…
P: ¿Es natural el miedo al extranjero? ¿Por qué cree que relacionan el miedo al extranjero con la ignorancia?
R: La desconfianza, si no el miedo, de los extranjeros siempre ha sido bastante natural. También está la hostilidad de los ya inmigrantes contra los nuevos inmigrantes. No es solo por ignorancia que esto sucede. Incluso entre los intelectuales y la clase media de izquierda pretenden no ser xenófobos, pero a menudo es solo hipocresía. Por otro lado, también es necesaria un poco de hipocresía idealista para controlar la brutalidad de los instintos.
P: Le cito la siguiente declaración de su autoría: «Especialmente en sociedades como Europa, donde hay más ancianos que jóvenes, la inmigración provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad». ¿Se han de aceptar inmigrantes que llegan dispuestos a no adaptarse a las costumbres del país de destino?
R: Creo que los inmigrantes tienen el deber de adaptarse en cierta medida a la cultura, leyes y costumbres de los países a los que llegan, viven y trabajan. Es una cuestión de medida. La integración total es rara y quizás incluso injusta, irreal. La identidad cultural es importante pero no debe transformar socialmente a los inmigrantes en un “cuerpo extraño”. La adaptación es un proceso lento. Los chinos y musulmanes, por ejemplo, provienen de culturas fuertes, a las que no pueden renunciar fácilmente. Por eso las sociedades europeas son hoy más inestables y problemáticas. El aumento de la fluidez política también lo demuestra. La cultura de los partidos políticos también fluctúa mucho: es demasiado sólida y rígida, o demasiado líquida e inconsistente.
Recuerdo la famosa frase de Sócrates mientras deambulaba por el mercado de Atenas: "No sabía que existieran tantas cosas que no necesito para nada"
P: Pienso en El odio (Mathieu Kassovitz), en los inmigrantes de segunda generación que viven situaciones desfavorables y ataques y reniegan del país en el que han nacido y reclaman las costumbres y derechos del país de origen de sus padres. ¿Odiamos lo que nos da la vida porque idealizamos lo que se la ha "quitado" a nuestros padres?
R: Sí. El resentimiento social, que puede convertirse en odio, a veces surge del recuerdo de una injusticia sufrida en el pasado por la propia familia. No me gusta el 'odio de clase', pero nacer y criarme en una familia de clase trabajadora que había sufrido el desempleo, la pobreza, la humillación y la explotación, me hacía sentir en la juventud una fuerte hostilidad hacia la burguesía, los ricos y los que estaban en el poder. Por esta razón, quizás, no quería 'hacer carrera' o formar parte de la clase rica y ejecutiva.
P: ¿Ha cambiado de idea?
R: No he cambiado mucho de opinión. Más que una idea, es un sentimiento de lo que es la honestidad intelectual sin poder. Quizás también esté en mí el antiguo mito del filósofo pobre, solitario y desarmado, o el artista incomprendido. Creo que la verdad no es muy útil socialmente; la gente en general prefiere vivir tranquila, sin muchos problemas mentales. Un intelectual, en cambio, también ha aprendido a 'jugar' un poco con los problemas mentales complicados: este juego le hace estar más tranquilo, más en sintonía consigo mismo, porque siente que pertenece más a una larga tradición cultural que a una clase social o categoría profesional de hoy. Personalmente, me siento en una especie de vacío social. Es decir: no pertenezco ni a la clase alta ni a la clase baja, ni a los que tienen poder y privilegios y ni al llamado pueblo, que a estas alturas no se sabe muy bien lo que es. Sin embargo, este vacío social me hace sentir más libre. Recuerdo la famosa frase de Sócrates mientras deambulaba por el mercado de Atenas: "No sabía que existieran tantas cosas que no necesito para nada".
P: ¿Nos autoboicoteamos?
R: Puede que así lo parezca. En realidad, solo he perdido cosas que a muchos les parecen muy bonitas, mientras que a mí no me interesan. Poder renunciar al poder y a los privilegios me hace feliz. Lo siento como un verdadero privilegio.
P: ¿La religión ha “boicoteado” a la Humanidad?
R: No sé. La religión ha hecho muchas cosas, algunas muy buenas y otras malas. Esto depende de nosotros más que de la religión. Lo mismo ocurre con la cultura, que es la única religión actual en Occidente. A veces es bueno y a veces es malo.
P: Habla de ISIS en su libro, de que el enemigo fue Al Qaeda y luego ISIS, de los islamistas radicales y moderados… ¿Michel Houellebecq tenía razón de alguna manera con Sumisión?
R: No he leído Houellebecq… Pero no creo que haya mucha necesidad de religión en Europa. El cibercapitalismo y la llamada sociedad de consumo son una forma de religión, aunque solo sea porque te impiden ser verdaderamente religioso. ¿Hay alguien hoy que piense que la Navidad es la fiesta del nacimiento de Jesús? ¿Cómo lees el Evangelio y le rezas a Dios si pasas todo el día con un teléfono inteligente en la mano?
P: ¿La sociedad acepta la presencia de inmigrantes porque no le queda más remedio o por necesidad?
Por ambas razones, creo…
P: Y si la acepta porque no le queda más remedio, ¿es por miedo a que le tachen de racista o xenófobo?
R: Son los políticos, todos, pero sobre todo de izquierda, los que temen ser juzgados por racistas o xenófobos. La gente generalmente no parece tener esta preocupación.
P: ¿Por qué la gente generalmente no parece tener esa preocupación?
R: Quizás por egoísmo normal, o por falta de imaginación y sensibilidad humana y moral. No es fácil identificarse con la situación de los extranjeros de los que casi no se sabe nada y cuya sola presencia física perturba porque modifica o empeora el entorno. ¡Pero incluso en un restaurante, en un tren, en una playa abarrotada… uno es un poco xenófobo cuando llega un grupo de personas y disminuye el espacio disponible!
Los políticos creen o fingen creer en el progreso, pero yo no creo en él: nunca ganas una cosa sin perder otra
P: Cito un pasaje de su libro (página 109): “Una vez más, si digo que la izquierda se ha vuelto ciega ante la sociedad, hasta algunos amigos míos cercanos se verán tentados de decirme que me he 'vuelto de derechas'”. Se tilda de “fascista” y “racista” a quien critique a la izquierda no con la idea de menospreciar, sino con el objetivo de aportar valores y mejorar, generar crítica constructiva. ¿Se ha corrompido la definición de “facha” y “racista”?
R: Sí. “Fascista” y “racista” son insultos que se utilizan a menudo para terminar la conversación. Pero en países que han tenido regímenes fascistas, o que han sido colonialistas, siempre existe la fobia a que el pasado pueda regresar en alguna nueva forma. Sin embargo, es cierto que las grandes migraciones de las últimas décadas han fortalecido o dado lugar a organizaciones de derecha tanto moderadas como radicales en Europa. Pero [los europeos] somos más democráticos que los estadounidenses y menos dictatoriales que los rusos y los chinos.
P: ¿Por qué el voto a las organizaciones de derecha (tanto moderadas como radicales) puede ser criticado y, sin embargo, el voto a la extrema izquierda es aceptado?
R: Esto se debe a que Europa Occidental ha conocido los fascismos pero no ha conocido el comunismo. En Europa del Este lo han conocido bien, lo odian, pero no pueden deshacerse de sus métodos.
P: ¿Los políticos de izquierdas son libres para responder o están coartados por su propia corriente de mercadotecnia y, por lo tanto, siendo hipócritas?
R: La izquierda marxista siempre ha idealizado teóricamente a la clase trabajadora, pero los trabajadores occidentales suelen ser racistas. Votaron a la derecha cuando la izquierda defendía el bienestar económico pero no la seguridad y la estabilidad social. Los trabajadores no son solo trabajadores, también son personas y ciudadanos como todos los demás; quieren serlo y sienten que tienen derecho no solo a las buenas condiciones de trabajo, sino también al orden público.
P: ¿Considera usted que la clase obrera se ha sentido tan defraudada por la izquierda que ha terminado dando su voto a las derechas?
R: Me parece que ya no existe la idea ni el sueño de una 'revolución obrera' en Europa. La clase trabajadora de [Karl] Marx ya no existe y la idea del comunismo se ha convertido en una fantasía de unos pocos filósofos confusos e ilegibles que “teorizan” y encantan a los estudiantes con sus fórmulas, pero no piensan ni ven la realidad: tipos como Toni Negri y Alain Badiou, o como mi antiguo amigo Giorgio Agamben, un místico heideggeriano que olvida el nazismo de [Martin] Heidegger pero ve el totalitarismo en un policía que revisa una licencia de conducir o en un médico que fabrica una vacuna. En nuestras democracias, que prometen mucho y luego no cumplen sus promesas (es parte de la fisiología democrática), el verdadero totalitarismo es el de las tecnologías de la información, la tecnología y los mercados que todos aceptan con entusiasmo.
P: ¿Es realmente la política sinónimo de progreso?
R: Los políticos creen o fingen creer en el progreso. Yo no creo en él. Nunca ganas una cosa sin perder otra. La inteligencia artificial nos hace perder partes de nuestro cerebro y estamos contentos con eso. Se puede hablar de avances concretos individuales, por ejemplo en legislación o medicina, no de progreso general de la humanidad.
P: Revisitar el pasado conlleva reinterpretarlo, ¿derribar estatuas de descubridores y navegantes europeos en América a día de hoy tiene sentido? ¿El hecho de vivir en el 2021 nos hace capaces de entender 1492?
R: Podemos, debemos interpretar el pasado y también juzgarlo. Pero borrar sus huellas, destruir monumentos y testimonios es tan estúpido como borrar los errores que hemos cometido de la memoria personal. Hoy en día, la “cultura a medias” es a veces peor que la ignorancia.
P: ¿Estamos condenados a no entendernos?
R: Puede ser, desafortunadamente. También por eso soy un poco misántropo.