El Partenón ha sido el símbolo inquebrantable de la cultura occidental desde hace casi 2500 años. Fue levantado en Atenas entre el 447 y el 432 a.C., dando cabida, posiblemente, a la mayor hazaña arquitectónica en la historia del hombre. Este templo se erigió para honrar a la diosa Atenea, protectora de Atenas desde que el rey Crecrops la eligió por encima de Poseidón para ser la patrona de aquella nueva y fulgurante polis.
Ha resistido el paso de la historia, innumerables guerras y el mayor cambio social y religioso de todos los tiempos, que no fue otro que la decisión del emperador Teodosio el Grande en el año 380 de convertir, mediante el Edicto de Tesalónica, el cristianismo niceno en la religión oficial del Imperio Romano. Este proceso duraría siglos, hasta bien entrada la Edad Media. Entre medias, el Partenón siguió siendo la vara de medir y el espejo donde se ha reflejado el avance del conocimiento en la época moderna de la humanidad.
Lord Elgin robó los mármoles
La situación política de Grecia a principios del año 1800 distaba mucho de aquella nación que educó al mundo siglos antes de la venida de Jesús de Nazaret al mundo. El imperio Otomano había conquistado la patria mediterránea, teniendo a la acrópolis de Atenas por un mero arsenal para los batallones allí apostados. Paralelamente, el rey Jorge III de Inglaterra había nombrado en 1798 embajador británico ante el Imperio Otomano a Thomas Bruce, séptimo conde de Elgin.
Si bien es cierto que la misión oficial de Elgin era aumentar la influencia británica en el Mediterráneo oriental sin enemistar a Reino Unido con el sultán Selim III, amo y señor de Constantinopla, además de un gran aliado de los anglosajones en su sempiterna batalla contra Napoleón en Egipto, los anhelos de gloria del conde lo llevaron a otras empresas bien distintas.
Con la excusa de arreglar andamios alrededor del Partenón y moldear la escultura ornamental y las figuras visibles en yeso y estuco, Elgin obtuvo luz verde del sultán para retirar cualquier pieza del templo sin mayor complicación. Así pues, Thomas Bruce robó sin pudor gran parte del friso, unas quince metopas y diecisiete piezas de las esculturas que presidían los frontones del Partenón.
Amén de centenares de piezas más de la Acrópolis, atreviéndose incluso con una de las cariátides del Erecteion. Además, como buenos inútiles, desprendieron todo de forma violenta, arrancando y destrozando todo lo que pasaba por sus manos. Tras el expolio, el inmenso botín cosechado por Elgin y sus secuaces llegó a suelo británico en los años posteriores.
El conde acabó arruinado, pese a que trató de cobrar a los visitantes por los mármoles, los cuales expuso en su propia casa. En 1816, el Museo Británico se los compró por 35.000 libras, una cifra muy alejada de las más de 70.000 que él llegó a pedir. Así se consumó una de las mayores humillaciones culturales de la historia, teniendo que conformarse Grecia con exhibir copias en el Museo de la Acrópolis.
La batalla del Partenón
La nación helena lleva décadas tratando de que Reino Unido devuelva sin condiciones las piezas robadas por Elgin y que lucen en el Museo Británico. Los ingleses, por su parte, negocian un acuerdo con Grecia a cambio de intercambiar los mármoles del Partenón por otras piezas de arte del país. Una negociación que Alexis Tsipras, líder de la oposición griega, ha criticado duramente. Aunque el Gobierno central no confirmaba ni desmentía estas informaciones, las declaraciones de Tsipras desencadenaron un comunicado del Ejecutivo griego negando la jurisdicción, posesión y propiedad del Museo Británico de las esculturas del Partenón.
Esta información sobre el intercambio fue desvelada por el diario británico The Telegraph el pasado 4 de enero, señalando que estos tesoros culturales de 2.500 años de antigüedad podrían ser devueltos "más temprano que pronto" a Grecia en el marco de un supuesto acuerdo con el Museo Británico, que prestaría a largo plazo algunas piezas a Atenas, a cambio de que piezas arqueológicas de la Antigua Grecia se transfieran a Londres.
En la actualidad, este tema se ha convertido en un asunto de estado, lo que ha llevado al primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, ha encargarse personalmente. El gran problema, al margen de la poca intención que tiene Reino Unido de devolver lo robado, es que la ley británica da manga ancha a los museos para decidir qué hacer con sus colecciones, apartando a los diferentes gobiernos de cualquier influencia.
Así, Mitsotakis está hablando directamente con George Osborne, exsecretario del Tesoro y actual presidente del Museo Británico. El perfil más aperturista de Osborne ha cambiado la relación entre naciones. De hecho, el primer ministro heleno pudo debatir sobre los mármoles con el rey Carlos I y el premier Rishi Sunak. Grecia ha dejado clara su postura, que es la de obtener las obras de arte de forma definitiva, sin préstamos de ningún tipo ni concesiones con cláusulas extrañas.
Esta lucha se remonta a 2003, cuando Grecia comenzó las obras del Museo de la Acrópolis, fecha en la que exigió al Museo Británico el retorno de los mármoles robados por Elgin hace dos siglos. Tanto la UNESCO como una amplía mayoría del pueblo británico están a favor de la devolución, aunque es un camino largo que tardará años en dar sus primeros frutos.
El Vaticano firma la paz
Además de Reino Unido, la otra gran nación que poseía piezas del Partenón era el Vaticano. Decimos poseía porque, el pasado 7 de marzo, vaticanos y helenos alcanzaron un acuerdo para que los Museos Vaticanos devuelvan a Atenas tres mármoles pertenecientes al Partenón que custodiaban desde el siglo XIX.
Este acto político encabezado por el Papa Francisco responde al plan de limar asperezas con la iglesia ortodoxa griega y su líder, Jerónimo II. La recepción de estas piezas tuvo lugar el pasado día de 24 de marzo en Atenas, en una bonita ceremonia que contó con la participación de un representante del Pontificio Dicasterio para la Unidad de los Cristianos.
Los tres mármoles devueltos pertenecían a diferentes partes del Partenón. El primero, situado en el frontón occidental, representaba la cabeza de un caballo en la disputa entre Atenea y Poseidón por el dominio del Ática. El segundo, es un relieve del friso que rodeaba la celda, el cual daba vida a un niño que repartía tortas durante las panateneas (celebraciones en honor de Atenea). Por último, la cabeza de un hombre que estaba en las metopas del lado sur, en mitad de una representación de la Centauromaquia.