Desde hace décadas, los casos de alergias –primaverales, alimentarias, cutáneas…– se han disparado, hasta el punto de considerarse una epidemia mundial en toda regla. Este llamativo fenómeno plantea muchas preguntas: ¿cuáles son los factores de riesgo para padecer alergias? ¿Es positivo infectarse por patógenos para prevenirlas? ¿Influyen los agentes químicos a los que estamos cada día más expuestos? ¿Es la genética la culpable y debemos resignarnos?
Estudios recientes añaden un factor más a la complicada ecuación: la microbiota. Intentaremos aclarar todas estas cuestiones.
La hipótesis de la higiene
En 1989, el epidemiólogo David P. Strachan propuso la denominada “hipótesis de la higiene” para explicar el aumento en la incidencia de enfermedades alérgicas como el asma, la fiebre del heno y el eczema. Tras hacer un seguimiento de 17.414 personas hasta la edad de 23 años, Strachan propuso que crecer en una familia donde conviven varios niños disminuye la probabilidad de padecer alergias. ¿La razón? El aumento de infecciones cruzadas entre los hermanos.
Surgió entonces la idea de que la reducción de las infecciones entre los habitantes de las sociedades occidentales avanzadas debido a la higiene y los avances médicos conllevaba también una disminución de las respuestas inmunitarias tipo 1, las que nos protegen frente a los virus y bacterias patógenas. Y esto acarrea a su vez un mayor riesgo de respuestas inmunitarias tipo 2 descontroladas; o sea, de enfermedades alérgicas. Este último tipo de reacciones nos protegen frente a parásitos helmintos (gusanos), daños físicos y químicos, venenos, etcétera.
Estudios posteriores matizaron dicha hipótesis al concluir que no todas las infecciones previenen de las alergias. Incluso puede ocurrir lo contrario: infecciones con el virus respiratorio sincitial o rinovirus a temprana edad se relacionan con mayor probabilidad de padecer asma.
La importancia de adquirir un microbioma sano en la infancia
Hoy en día se considera que la tolerancia a los alérgenos –es decir, la ausencia de reacciones del sistema inmunitario a elementos que no constituyen un riesgo para nuestra salud– depende de una colonización microbiana y un ambiente inmunoestimulatorio convenientes desde los primeros momentos de vida. Y ambos son, en parte, adquiridos de la madre.
En este contexto, los epitelios (piel, intestino, vías respiratorias, etcétera) reciben los estímulos adecuados (aunque un daño químico puede desbaratar este proceso) para no desarrollar una respuesta inmunitaria adaptativa frente a los alérgenos. Por un lado, esto contribuye a la tolerancia, y por otro, a que se mantenga la integridad física de dichos epitelios, lo que evita una respuesta inflamatoria dañina y mayor riesgo de infecciones.
De hecho, se ha descrito que la dermatitis de más de un mes de duración por reacción al pañal en bebés está relacionado con alergias alimentarias. A raíz de este hallazgo ha surgido la proposición de que la primera exposición a alimentos que desatan frecuentes reacciones alérgicas, como el cacahuete, sea a través de su ingesta. Así induciría tolerancia, como si se le indicase al sistema inmunitario: “esto es un alimento, no un patógeno”. Por contra, el uso de cremas hidratantes con componentes de origen alimentario, como el aceite de cacahuete, promovería no solo la irritación en la piel, sino también la reacción alérgica.
Bacterias relacionadas con el asma
Si no se da la situación homeostática (de equilibrio) entre el sistema inmunitario y la microbiota en los primeros años de vida, podríamos enfrentarnos entonces a una disbiosis o microbiota patogénica. Para profundizar en esta conexión, recientemente se ha estudiado el riesgo de padecer asma y su relación con el microbioma.
En concreto, los investigadores examinaron el conjunto de genes de las bacterias presentes en las heces de mujeres embarazadas en su tercer trimestre y en niños de entre tres meses y un año de edad. Pues bien, los autores del estudio encontraron determinados grupos de bacterias que difieren efectivamente entre los niños con y sin asma. Además, determinaron que el parto por cesárea reduce la presencia del grupo Bacteroides, lo que se vincula a mayores probabilidades de padecer la enfermedad entre los niños de corta edad.
Ratones curados con bacterioterapia
En el caso de las alergias alimentarias, también se ha demostrado que la microbiota sana induce tolerancia a los alérgenos, en gran medida al promover la formación de linfocitos T reguladores (inhibidores de la respuesta inmunitaria). Un estudio llevado a cabo en el hospital infantil de Boston, dirigido por los médicos Rima Rachid y Talal Chatila, encontró disbiosis en niños con alergias alimentarias.
Además, los científicos administraron bacterias (bacterioterapia) de los grupos de Clostridiales y Bacteroidales a ratones susceptibles a padecer alergia por un cambio genético en el receptor de la interleucina-4 (una proteína que cumple funciones muy importantes en las respuestas inmunitarias tipo 2) y observaron que mejoraban. Es decir, la microbiota es muy relevante en el desarrollo de las alergias, pero no debemos olvidar el componente genético.
En este sentido, ciertas mutaciones genéticas ilustran que las alergias son el producto de respuestas inmunitarias tipo 2 “exacerbadas y fuera de contexto”. Dichas mutaciones, que sobreactivan el factor de transcripción STAT-6, producen enfermedades alérgicas muy graves caracterizadas por dermatitis atópica, inmunoglobulina E (IgE) elevada en suero y elevado número de eosinófilos (un tipo de células del sistema inmune), junto a otro tipo de problemas de desarrollo.
En conclusión, conocer la genética que subyace a las alergias permitirá el desarrollo de nuevos fármacos, como bloqueantes del receptor de la interleucina-4. Además, dilucidar cómo es la microbiota “sana” capaz de prevenir esas respuestas desproporcionadas del sistema inmune puede llevar a la creación de tratamientos probióticos que las aminoren y prevengan las reacciones anafilácticas más peligrosas.
Narcisa Martínez Quiles, Profesora titular de universidad en el Área de Inmunología, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.