Una persona en edad adulta respira entre 12 y 20 veces por minuto. Esta frecuencia aumenta en los bebés hasta 30 o 60 respiraciones cada 60 segundos, lo que supone, si las matemáticas no fallan, más de 23.000 respiraciones al día. Respirar es una función imprescindible para vivir y lo hacemos de forma inconsciente. Cuando respiramos introducimos en el organismo oxígeno (O2), imprescindible para que las células vivan y puedan suministrar la energía necesaria a los diferentes órganos del cuerpo, y expulsamos dióxido de carbono (CO2). Quien se encarga de transportar el aire que contiene oxígeno desde el exterior hasta la sangre es el aparato respiratorio, cuyos órganos, la nariz, la garganta, la laringe, la tráquea, los bronquios y los pulmones, participan en la respiración. La mucosa de las vías respiratorias está cubierta por cilicios (pelillos diminutos) que atrapan y eliminan los restos de polvo y gérmenes que hay en el aire para evitar la entrada de elementos que puedan provocar alguna infección. Los pulmones están en el tórax, a ambos lados del corazón, protegidos por las costillas, son huecos y están cubiertos por una membrana llamada pleura. El pulmón izquierdo es más pequeño que el derecho porque es donde está el corazón. Debajo de los pulmones está el diafragma.
Cuando respiramos introducimos en el organismo oxígeno (O2), imprescindible para que las células vivan y puedan suministrar la energía necesaria a los diferentes órganos del cuerpo, y expulsamos dióxido de carbono (CO2)
Cuando un germen, ya sea un virus, una bacteria o un hongo llega hasta los pulmones provoca neumonía, una infección en el tejido pulmonar. La neumonía es una de las enfermedades más comunes entre la población infantil. Por lo general no es grave, pero es importante reconocer los síntomas a tiempo para iniciar el tratamiento y evitar complicaciones. Puede afectar a un pulmón o a los dos, y hace que los sacos de aire de los pulmones (alveolos) se llenen de pus o de líquido, lo que hace que respirar sea difícil y doloroso. Los síntomas de esta afección suelen ser, tos, fiebre y dificultad respiratoria. “En pediatría las causan más habituales de neumonía son los virus y las bacterias, en los más pequeños, lo más normal son las enfermedades provocadas por virus como el Virus Respiratorio Sincitial (VRS), el virus de la influenza que afecta a la nariz, la garganta y en algunos casos a los pulmones, la gripe y otros menos frecuentes como el adenovirus y bocavirus”, explica la doctora Inmaculada Bodegas, Pediatra del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid. La bacteria que provoca la neumonía suele ser normalmente el neumococo pero también el estafilococo.
En invierno las casas, las escuelas o los comercios se mantienen con las ventanas y las puertas cerradas, lo que hace que el aire no se renueve lo suficiente y los gérmenes y virus respiratorios se transmitan con mayor facilidad
El invierno es la estación preferida de los virus respiratorios. Las casas, las escuelas o los comercios, se mantienen con las ventanas y las puertas cerradas, lo que hace que el aire no se renueve lo suficiente y los gérmenes y virus respiratorios que se lanzan con las toses y los estornudos se transmitan con mayor facilidad, favoreciendo las infecciones. Virus como el VRS o y el de la influenza, pueden provocar inflamación pulmonar y causar una infección más grave. Sin embargo, la neumonía no requiere ingreso hospitalario, excepto si el niño, sobre todo si es lactante, presenta dificultad para respirar o fiebre alta. “La neumonía puede complicarse como consecuencia de gérmenes agresivos, si está producida por neumococo o estafilococo pueden complicar las cosas y provocar una neumonía necrotizante o derrame pleural que necesita de un antibiótico específico que no se puede administrar en casa” añade la doctora Bodegas.
Para diagnosticar una neumonía, hay que atenerse a los síntomas y a la edad del niño. Si el paciente se encuentra escolarizado, tiene tos, fiebre y “ruido” en los pulmones, lo más seguro es que tenga neumonía, pero para confirmar el diagnóstico el pediatra pedirá una radiografía de tórax. El tratamiento, si la neumonía es bacteriana, será con antibióticos que no son necesarios, pues no son efectivos, si la causa es viral. El pediatra será quien indique la dosis, la pauta, la duración del tratamiento y llevará a cabo un seguimiento en la consulta para asegurar la recuperación total de la infección.
Si el niño presenta fiebre o dolor se pueden administrar antitérmicos, pero siempre bajo la supervisión del pediatra, y evitar los medicamentos que frenan la tos ya que es un mecanismo que favorece la eliminación de las secreciones de las vías respiratorias. Es aconsejable mantener un ambiente humidificado, sin humo y ventilar la habitación con frecuencia, además, los niños suelen perder el apetito cuando están enfermos, así que es bueno que beban líquidos que ayudan a reducir la mucosidad. Llevando este control de la enfermedad, el proceso puede durar una semana o diez días si el tratamiento es con antibióticos y, si no existen complicaciones, en la mayoría de los casos, no deja secuelas.
Al ser una infección producida por virus y bacterias, la neumonía es muy contagiosa, por eso es importante seguir unas sencillas pautas de higiene para evitar contagios. Lavarse las manos con agua y jabón o con soluciones alcohólicas, utilizar, si alguien está acatarrado, pañuelos de papel y tirarlos en cada uso, no compartir cubierto, toallas o ropa de cama, ventilar la casa con frecuencia. Y, por supuesto, si el niño está malo, no llevarle a la guardería o a la escuela. También existen vacunas que protegen frente a ciertos gérmenes que causan la neumonía vírica, como es la vacuna de la gripe que está indicada en los meses de otoño en niños desde los 6 meses hasta los 5 años. La vacuna contra el neumococo forma parte del calendario de vacunas en las distintas comunidades autónomas y protege frente a ciertos tipos de bacterias que causan la neumonía.