El síndrome del intestino irritable (SII) es un trastorno crónico que afecta al intestino grueso y al sistema digestivo, y se caracteriza por la aparición simultánea de una serie de síntomas, como dolor abdominal, hinchazón y cambios en el ritmo intestinal. Esta enfermedad, aunque no es mortal, puede tener un impacto significativo en la calidad de vida de quienes la padecen.
La dietista Margarita Martín Barroso, del Servicio de Nutrición y Dietética del Hospital Quirónsalud de Toledo explica: “Se trata de un trastorno funcional, es decir, no se observan anomalías estructurales evidentes en el intestino de los pacientes”.
Los síntomas pueden variar ampliamente de una persona a otra, pero los más comunes incluyen el mencionado dolor abdominal, dolor pélvico, moco en las heces, irritabilidad, estreñimiento con cuadros de diarrea y, en el caso de las mujeres, también afecta a sus ciclos menstruales.
Un porcentaje elevado
El SII afecta a un porcentaje elevado, entre un 10 y un 15 por ciento, de la población mundial. Según datos de la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD), se estima que alrededor de 3,5 millones de personas en España podrían estar afectadas por esta condición. Es más común en mujeres que en hombres y suele diagnosticarse en menores de 50 años, aunque puede producirse a cualquier edad.
Según datos de la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD), se estima que alrededor de 3,5 millones de personas en España podrían estar afectadas por esta condición
Las causas exactas del SII no se comprenden completamente, pero se cree que confluye una combinación de factores diversa. Entre ellos se incluyen alteraciones en la motilidad intestinal (es decir, los movimientos que realiza el tracto para mezclar y propulsar los alimentos), sensibilidad visceral o factores psicológicos diversos porque, en efecto, el estrés, la ansiedad y la depresión son comunes en personas con SII, y pueden exacerbar los síntomas. También influyen las alteraciones en la microbiota intestinal o desequilibrios en la alimentación y la dieta, ya que ciertos alimentos pueden desencadenar o empeorar los síntomas. Los más comunes son los alimentos grasos, el alcohol, el café y algunos tipos de carbohidratos.
El diagnóstico del SII es clínico, basado en los síntomas y en la exclusión de otras enfermedades. Se utilizan frecuentemente los criterios conocidos como Roma IV, las pautas marcadas desde hace años por un grupo de expertos internacionales que se dedica a desarrollar y actualizar los criterios diagnósticos para los trastornos funcionales gastrointestinales.
Los criterios de Roma IV (cuarta versión de los criterios establecidos por estos profesionales) especifican que el dolor abdominal debe estar presente al menos un día por semana en los últimos tres meses, asociado con dos o más de los siguientes factores: relación con la defecación, cambio en la frecuencia de las deposiciones o cambio en la forma de las heces.
“Si estos criterios se dan, apunta la dietista Martín Barroso, se entiende por lo general que el síndrome está presente y el tratamiento se enfoca en aliviar los síntomas y mejorar la calidad de vida del paciente”.
No existe una cura definitiva del SII, pero varias estrategias pueden ayudar. Por ejemplo, la dieta FODMAP, que limita ciertos tipos de carbohidratos fermentables, ha mostrado ser efectiva para muchos pacientes. FODMAP son las siglas o acrónimo en inglés de oligosacáridos, disacáridos, monosacáridos y polioles fermentables y contienen los alimentos que hay que descartar o disminuir drásticamente por parte de los enfermos de SII. Son, básicamente, las grasas, las harinas refinadas y los lácteos.
La dieta FODMAP, que limita ciertos tipos de carbohidratos fermentables, ha mostrado ser efectiva para muchos pacientes
Resultan, en cambio, recomendables las harinas o los hidratos de carbono sin gluten, las verduras, la mayoría de las frutas (dependiendo de la cantidad de fructosa que contengan) y, en general, todo tipo de carnes y pescados, así como huevo.
En caso necesario, y bajo control médico, se pueden utilizar antiespasmódicos, laxantes o antidiarreicos según el tipo de SII. En algunos casos, los antidepresivos pueden ser útiles, así como algunas terapias psicológicas que han mostrado beneficios en la reducción de síntomas.