Si usted pasa por la sala 28 del Museo del Prado estos días es posible que un enorme cuadro de Pedro Pablo Rubens llame su atención. Se trata de la “Adoración de los Magos”, un óleo de casi 5 metros de ancho por 3,5 de alto que el artista flamenco pintó en Amberes en torno a 1609, para después ampliarlo y repintarlo entre 1628 y 1629, cuando el cuadro pertenecía a la colección del rey Felipe IV. La obra está llena de elementos y personajes exóticos y aunque el protagonista es el niño Jesús, situado a la izquierda, el centro visual de la imagen es claramente el rey Baltasar, que mira al espectador.
“Baltasar nos está mirando”, nos explica el historiador de la ciencia José Ramón Marcaida delante del cuadro. “Lleva una capa azul y un vestido que parece de seda por debajo, con una banda adornada con diamantes, un atuendo que nos habla claramente de su estatus”. Pero lo interesante, nos indica, está más arriba, cuando vamos subiendo la mirada hacia a su cabeza. Allí, escondido a plena vista, está una de las criaturas más misteriosas y fascinantes de la historia natural.
“Sobre su turbante vemos un detalle que llama muchísimo la atención: un penacho con unas plumas de varios colores”, señala Marcaida. “Este penacho es bastante especial porque, si nos fijamos, se ve una cabeza y se ve un pico; se ve que en realidad no es un conjunto de plumas, sino que se trata de un pájaro. Y, claro, es un pájaro bastante singular”.
Baltasar y la eternidad
Lo que Marcaida descubrió y publicó en 2013 es que lo que lleva Baltasar en la cabeza en el cuadro de Rubens no es un simple penacho de plumas, sino un ave del paraíso disecada. El detalle, que había pasado inadvertido durante cuatrocientos años para observadores y expertos, no lo descubrió delante de la obra, sino mientras ojeaba un catálogo de Matías Díaz Padrón. “El movimiento al pasar la página hizo que vibraran los colores del cuadro y de pronto aquello no eran unas plumas estáticas”, recuerda. “Volví atrás y me dije: anda, esto es un ave del paraíso”.
Marcaida descubrió en 2011 que lo que lleva Baltasar en la cabeza es un ave del paraíso disecada
¿Y por qué es relevante este detalle? Rubens utiliza esta ave en concreto, proveniente de las islas Molucas y la actual Nueva Guinea, porque representa el exotismo de oriente y el poder. En ese sentido, es otro de los alardes de conocimiento científico del pintor flamenco, que tenía relación directa con los miembros de la Academia de los Lincei, el entorno de Galileo. “Rubens había leído relatos de viajes donde se hablaba que estas aves eran consideradas aves sagradas, dotadas de un gran poder simbólico, sabía que se llevaban como adornos en la cabeza que otorgaban protección en la batalla”, señala Marcaida.
Pero aún más interesante es el hecho de que estas aves se habían convertido en una mercancía muy valorada en la época gracias a un malentendido histórico. “Esta ave es una llamada “maravilla” del mundo natural en la época en que Rubens pinta este cuadro, entre otros motivos porque las aves del paraíso que llegan a Europa en ese momento carecen de patas, lo que da pie a una leyenda que dice que pasan toda su vida volando; están cerca del mundo de los cielos, de lo sagrado, es un ave vinculado no a lo terrenal, sino a las altas esferas del cielo”.
“Dos pájaros muertos muy hermosos”
Tras pasar por universidades como Cambridge y St. Andrews, José Ramón Marcaida trabaja ahora en el Departamento de Historia de la Ciencia del Instituto de Historia del CSIC. Y como especialista en la interacción entre la ciencia y las artes visuales ha rastreado en los archivos la historia de esta ave.
Entre los primeros ejemplares que se conocieron en Europa destacan los que llegaron a España en 1522, con el regreso de la expedición de Magallanes-Elcano. “Se sabe que cuando hacen escala en las islas Molucas uno de los reyes locales les da unas aves del paraíso como regalo para Carlos V y Antonio Pigafetta las describe en su diario de viaje. Y las aves llegan a Europa con los miembros que sobreviven a la expedición”, explica.
“Nos dio también para el rey de España dos pájaros muertos muy hermosos”, describe el cronista en su Relación del primer viaje alrededor del mundo, “tenían el tamaño de un tordo: la cabeza, pequeña; el pico largo; las patas, del grueso de una pluma de escribir y de un palmo de largo”. Y añade un detalle que después sería muy relevante: “cuentan que vienen del Paraíso terrenal, y les llaman bolon divata, que quiere decir, pájaro de Dios”
“Andan volando siempre por el aire sin posar en parte alguna, hasta que, desfalleciendo, caen en tierra muertas"
A pesar de que Pigafetta señala que el ave tiene patas delgadas, la llegada de ejemplares a los que los cazadores locales habían quitado aquella parte de su anatomía alimentó una leyenda que se extendió como la pólvora en occidente.
Sin ir más lejos, muy poco después de la llegada de la expedición de Elcano, Maximilianus Transilvanus, secretario de Carlos V, escribe por carta al arzobispo de Salzburgo que aquellas aves “manucodiatas”, como las llaman, “andan volando, sin que jamás las viese persona alguna asentar en tierra, ni en árbol, ni en otra cosa que en la tierra sea, y así andan volando siempre por el aire sin posar en parte alguna, hasta que cansadas, desfalleciendo, caen en tierra muertas, y no las toman vivas”.
Vuelo y aterrizaje en el Prado
“Del ave del paraíso se empiezan a decir un montón de cosas”, asegura Marcaida. “Como no se pueden posar, se dice que incuban los huevos en la espalda del macho y, como son consideradas sagradas, se dice que no se alimentan de nada terrenal, que viven del aire o del rocío”. Y es por eso que a lo largo del siglo XVII empiezan a aparecer en emblemas y otras representaciones, como símbolo de lo trascendente frente a lo terrenal. Tanto, que incluso se puede hacer un ejercicio de imaginación y seguir a estas aves volando de cuadro en cuadro por el propio Museo del Prado.
Se puede seguir a estas aves volando de cuadro en cuadro por el propio Museo del Prado
Sin salir de la pinacoteca, vemos una de estas aves planear por los paraísos pintados por Brueghel el viejo; servir de cabalgadura y atravesar las “Tentaciones de San Antonio Abad”, de David Teniers; sostenida sobre la mano de una mujer en la obra alegórica “El Aire”, de autor anónimo; o muerta y sin patas sobre la mesa del gabinete de curiosidades de “Las ciencias y las artes”, de Adriaen van Stalbent.
Y, como en un truco final, solo un piso más arriba de la “Adoración de los Magos”, al ave le salen las patas y se posa sobre la rama de un árbol en el “Concierto de aves”, de Frans Snyders, amigo de Rubens y gran especialista en pintura de animales. “Es un buen resumen de un ave que ha tenido un vuelo muy largo y termina posándose y convertida en un ave más”, asegura Marcaida.
El final de un sueño
El final del sueño lo marcó la publicación de un tratado sobre la naturaleza exótica del médico Carolus Clusius en 1605, en el que aseguraba que las aves del paraíso tenían patas. “Clusius dice que es un ave como las demás, porque ha tenido noticia directa de unos ejemplares, que él no ha podido ver pero los navegantes holandeses le han asegurado que tenían patas”, relata Marcaida. Y en ese momento de la historia se ha producido un interesante cambio de papeles entre realidad y ficción: la leyenda del ave del paraíso ha hecho que valgan más los ejemplares sin patas que los que las tienen.
“El propio Clusius habla de cómo los comerciantes le cuentan que ya los nativos lo saben que valen y les quitan las patas”, señala el experto. Y no solo eso: en un trabajo reciente la historiadora Claudia Swan recoge el testimonio de un coleccionista francés que tiene un ave del paraíso y le corta las patas para que no piensen que es una falsificación.
Un coleccionista francés cortó las patas de un ave del paraíso para que no pensaran que era una falsificación.
Por todos estos motivos, el ave que sobresale como un penacho sobre el rey Baltasar en “La adoración de los Magos” de Rubens, en el Museo del Prado, es mucho más que un simple adorno. Como escribió Marcaida en el trabajo de investigación inicial, “pensar en las manucodiata era pensar en el clavo, la nuez moscada, la pimienta; todos los bienes cuya circulación estaba reconfigurando la economía mundial”. Bajo la mirada atenta de Felipe IV, Rubens está tratando de reflejar la grandeza de un imperio que desaparece, en un mundo en el que lo real y lo imaginario aún se están mezclando y la ciencia moderna, como el ave del paraíso, aún no ha terminado de aterrizar.
Referencias: José Ramón Marcaida, Rubens and the bird of paradise. Painting natural knowledge in the early seventeenth century (Renaissance Studies 28:1, 2014) | José Ramón Marcaida, Arte y Ciencia en el Barroco español (Marcial Pons Historia, 2014)