Cuenta la leyenda que en 1823 el estudiante William Webb Ellis, durante un partido en el colegio de Rugby, "con fina desobediencia de las reglas del fútbol como se jugaba en su tiempo, tomó el balón en sus brazos y corrió con él originando así la distintiva característica del juego de rugby". No queda mucho para que se cumplan dos siglos de aquello. También dos, pero décadas, hace que el rugby claudicó ante el profesionalismo. Por entonces, en 1995, el 92% de los jugadores convocados por la selección inglesa procedían de escuelas privadas. Hoy esos gentleman son pross.
Los Mundiales de rugby son un invento relativamente reciente. Nunca hizo falta saber qué selección era la mejor del planeta. Se sospechaba que los All Blacks, por sus exitosos tours por el hemisferio norte. Sin embargo, esa duda no ha sido resuelta en estas siete ediciones, en las que las grandes potencias del sur se han repartido los títulos: Nueva Zelanda (1987, 2011), Australia (1991 y 1999) y Sudáfrica (1995 y 2007). La edición que resta fue conquistada por Inglaterra en suelo wallaby, la única Copa del Mundo conquistada por un país del norte (2003).
Lejos queda el talento amateur de aquellos primeros equipos que en 1987 pusieron rumbo a Nueva Zelanda para abrir esta competición. Hoy las selecciones son ejércitos de gigantes descomunales. El rugby, tradicionalmente dividido entre quienes pensaban que era un deporte de contacto y los que creían que lo era de evasión, ha devenido en un deporte de combate. Un deporte que ha aparcado el romanticismo y el champagne y en el que gana el que menos errores comete. Se trata, por tanto, de crear situaciones de presión, en las que el rival cometa fallos o tome malas decisiones que penalizar, ya sea con un golpe a palos o posando un ensayo en su zona de marca. Así, con esta mentalidad defensivo-agresiva, comparecen la amplia mayoría de selecciones en este Mundial. Eso se traduce en patadas poniendo en juego a sus backs para disputar la pelota arriba, en luchas encarnizadas por mandar en el breakdown, zona de conquista donde es tan importante ganar la línea de ventaja como mantener la posesión. Algo que hacen selecciones como Sudáfrica, Francia, Irlanda, Inglaterra o incluso Nueva Zelanda.
Será un Mundial gobernado por esos jugadores que forman el llamado tigh five, las cinco posiciones más retrasadas de la melé: segundas, flankers y 8. Elllos son los portadores de balón que trabajan el eje y luchan en la zona de conquista por la posesión de la almendra. De ahí que los protagonistas de este Mundial vistan en su camiseta números que van del 4 al 8. El juego actual ha evolucionado tanto que detalles como el desafío físico entre especialistas de la melé puede llegar a desequilibrar partidos. Aunque en honor a la verdad, los pilieres han perdido protagonismo con la nueva entrada en melé, ganando peso los segundas que aseguran los saques laterales y hacen buenas esas pelotas descargando con velocidad sobre sus medio melés. Existen diferentes tipos de segundas. Los hay sobrios, disciplinados y previsibles, gente cumplidora como Papé, Parling o Charteris. Y están los talentosos y audaces que crean juego a su alrededor, nombres como los de Lawes, Launchbury, Retallick, Lavanini o Eben Etzebeth. Jugadores más modernos, más versátiles. Tipos capaces de correr y placar como terceras. De hecho, hay equipos que alinean hasta cuatro terceras y algunos que prefieren alinear tres flankers 'pescadores', gente con talante defensivo que ataca siempre recto para chocar. Destaca la tercera neozelandesa (Kaino-McCaw-Read), la galesa (Warburton-Lidiate-Faletau), la australiana (con Pocock y Hooper), la irlandesa (Mahony-O'Brien-Heaslip), la inglesa ( y la sudafricana (Alberts-Louw-Vermeulen). Se dice que los partidos los ganan las delanteras y son los tres cuartos los que deciden por cuánto. Y eso tiene que ver con las líneas de defensa colocadas muy arriba, la presión constante al balón, los placajes ganadores, los pescadores a campo abierto...
Nueva Zelanda es la gran favorita (solo ha perdido tres partidos desde 2011) y su gran rival son ellos mismos. Aunque también es cierto que en estos momentos están un escalón por debajo del nivel mostado en 2013, año en que ganaron todos sus partidos demostrando una superioridad que llegó a abrir el debate sobre si se trataba de la mejor selección de la historia. Hoy Nueva Zelanda concurre al Mundial con una mezcla de treintañeros que se despedirán tras esta Copa del Mundo, la llamada Father Army, con McCaw, Carter, Mealamu, Conrad Smith, Nonu, Woodcock... Una generación que alterna con otra de jóvenes exuberantes como Faumuina, Nagolo, Sopoaga, Julian Savea, Nehe Milner-Skudder o Malakai Fekitoa. Una selección que descose a los rivales con el ritmo infernal que marca Aaron Smith y un acusado juego de pateo que pone en juego a sus descomunales tres cuartos. El único problema que pueden tener es el incómodo cruce, a priori, con Francia en el Millenium de Cardiff en cuartos de final (como en 2007) y la semifinal ante Sudáfrica por el mismo lado del cuadro.
Un escalón más abajo surge una tripleta de candidatas entre las que se encuentran la anfitriona Inglaterra, con unos medios que juegan dentro de las defensas contrarias y una delantera que utiliza la fórmula 4+4, con Lawes mutando en segunda-flanker. Inglaterra debe crecer con el paso de los partidos y despejar incógnitas que la rodean porque han jugado poco juntos y hay demasiado nuevo atrás: May, Watson, Joseph, Nowell, Burguess... Están también los australianos, que llegan avalados por el título, con victoria incluida sobre Nueva Zelanda, en el Championship, duelo que evidenció que los terceras pescadores de los aussies (Pocock y Hooper) causan muchos problemas a los kiwis. Tienen rugby en las manos para ganar el título, con un sistema con dos playmakers (Foley de 10 y Giteau de centro) y un cuadro relativamente accesible, si logran pasar como primeros de grupo, que les colocaría en una semifinal ante Argentina o Irlanda. Pero si pierden estarán esperándole los springboks primero y los All Blacks después. Sudáfrica llega con dudas por la cantidad de lesiones y gente joven que trae (12 se estrenan en un Mundial). Pero los boks siempre compiten bien en la Copa del Mundo y prometen una semifinal espectacular con Nueva Zelanda.
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— Rugby World Cup (@rugbyworldcup) September 17, 2015
Entre los posibles equipos revelación, o 'underdogs', como se les llama en las islas británicas aparecen Irlanda y Argentina. Ambos condenados a encontrarse en cuartos de final, como en tantas ediciones previas del torneo. Los primeros tienen un nuevo playbook, implantado por el seleccionador neozelandés Joe Schmidt, que despliega un rugby industrial en el que la pierna de Sexton, las manos de su 9 (Murray) y los riñones de su tercera son fundamentales. Sin O'Driscoll y D'Arcy han perdido magia, pero ahora actúan como una apisonadora en la que los terceras se alejan de la zona de conquista y los centros persiguen garryowens como si les fuera la vida en ello. Argentina tiene algo de lo que pocos puedan presumir: alternativas en el plan de juego dependiendo de si Hernández es 10 o 12. Con El Mago de apertura Argentina es un equipo atrevido, ofensivo, como demostró en Durban ganando por primera vez a los springboks jugando atrás con la llegada de sus centros y alas al apoyo. Pero si Juani retrasa su posición, Nico Sánchez le dará un aspecto más áspero y sobrio al equipo, siendo capaces de ralentizar las pelotas y dejar que la primera de los pumas, con Ayerza y Creevy, imponga su ley. Una selección que además llega crecida de su paso por el Championship, donde ha podido disputar minutos de calidad ante los mejores rivales del mundo.
Sea como fuere, y por más que este Mundial parezca que se va a negociar en la tercera línea, no dejen de mirar por el retrovisor porque concurren tres cuartos que hace dos décadas serían considerados delanteros por sus físicos y sus impresionantes despliegues de potencia. Gente como los neozelandeses Naholo y Savea, el galés George North, el fidjiano Nemani Nadolo, el australiano de padres tonganos Israel Folau, el francés de origen fidjiano Noa Nakaitaci, o los más terrenales Anthony Watson, inglés, y Juan Imhoff, argentino. Ellos deben poner el espectáculo con sus arrancadas, su eslaloms, sus percusiones salvajes... Aspirantes todos al trono de Lomu, el de los tryman que presumen de tener el X-Factor en sus manos y en sus pies. Ellos deben desatascar partidos y resolver situaciones agónicas. Ellos, "con fina desobediencia de las reglas del fútbol, deben tomar el balón en sus brazos y correr" acercando a su selección al sueño de levantar la Copa Webb Ellis el próximo día 31 de octubre en Twickers, Valhalla del rugby, ante su graciosa Majestad y los hijos de la Gran Bretaña.