La línea divisoria entre frase inspiradora y milonga es delgada. Y si no que se lo digan al filósofo chino Confucio. Su «Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida» ha iluminado a generaciones de profesionales, que han antepuesto la realización personal a través del trabajo a otras contraprestaciones laborales más prosaicas como el sueldo, la seguridad o la conciliación. Ahora, una nueva corriente de pensamiento, encabezada por intelectuales contemporáneos como el también asiático y filósofo, el surcoreano Byung-Chul Han, alertan del ‘engaño’ que encierra esta máxima y del alto precio que pagan quienes deciden seguirla a rajatabla: autoexplotación en forma de interminables jornadas laborales.
La disyuntiva entre “trabajar para vivir o vivir para trabajar” sale con frecuencia a colación cuando el contador de horas dedicadas a las actividades profesionales sobrepasa lo estipulado por contrato. Y la opción "A" suele ser una elección sencilla cuando ese tiempo de más viene impuesto por los jefes o por la política de la empresa. Pero ya no lo es tanto cuando no hay terceros a quienes culpar, sino que es uno mismo quien, por diferentes motivos, opta libremente por apretarse las tuercas. "El trabajo puede ser un gran medio para cumplir nuestro propósito en la vida, pero también puede atrapar una gran parte de nuestra energía y afectar a la vida personal”, avisa Miriam Ortiz de Zárate, socia directora del Centro de Estudios del Coaching.
Abandono de la familia y los amigos, cansancio extremo, problemas de salud o desmotivación son algunas de las consecuencias de empeñarse en batir récords de productividad
Según esta especialista, la necesidad de trascender y dejar un legado está detrás de muchos de estos excesos. “Todos necesitamos sentir que formamos parte de algo, que tenemos un lugar en el mundo y que se nos ve. Por eso buscamos resultados, competir, ganar más, llegar más lejos”, apunta la coach. Los problemas vienen cuando en ese afán por batir todos los récords de productividad se sacrifican demasiadas cosas. Abandono de la familia y los amigos, cansancio extremo que deriva en problemas de salud y, paradójicamente, hartazgo y desmotivación hacia esa profesión a la que habían decidido consagrase en cuerpo y alma son algunas de las consecuencias de ir demasiado lejos en la dedicación profesional.
Aquellos que se declaran ‘enamorados de su trabajo’ son un perfil especialmente peligroso. “Los vocacionales son proclives a no saber parar y no equilibrar su vida con otros aspectos al margen del laboral, y eso acaba pasando factura”, advierte Pilar Jericó, presidenta de Be-Up.
La trampa de la felicidad
Uno de los conceptos que más ha contribuido a impulsar el ‘automachaque’ laboral es el de ‘felicidad’. Desde el momento en el que alguien tuvo la infeliz ocurrencia de poner juntas en una misma frase las palabras “felicidad” y “trabajo”, comenzó a reclutarse un ejército de autoexplotadores que creyeron que el Nirvana se encontraba en la oficina. Pero la propia etimología de la palabra “trabajar” (del término latino “tripalliare”, que, literalmente, significa “atormentar o torturar con un instrumento llamado “tripallium") se encarga de desmentir esta concepción. “El trabajo debería ser un medio para poder vivir, no para ser feliz. Si consigues unir las dos cosas, enhorabuena. Pero si hay que elegir una de las dos, escoge aquello que te permita vivir dignamente y búscate las fuentes de felicidad en otra parte”, aconseja Antonio Pamos, socio director de Facthum Spain.
Detrás del trabajo excesivo también pueden ocultarse carencias. “Te metes en la rueda del hámster y corres para tapar problemas de baja autoestima, miedos o para olvidar que en realidad no te gusta lo que haces”, dice Pilar Jericó. En la misma línea, Ortiz de Zárate recuerda los efectos narcóticos del trabajo. “Hacer muchas cosas constantemente es como una gran anestesia que lo tapa todo y nos impide sentir y pensar. Pero lo que suele haber por debajo de esa hiperactividad es un estado de profunda insatisfacción y vacío que estas personas no saben llenar con otra cosa que no sea trabajar”.
Efecto Covid-19
La pandemia no ha ayudado a rebajar los niveles de autoexigencia. Cuando llegó el confinamiento el teletrabajo, el miedo a ser despedido y demasiadas horas metidos en casa crearon la tormenta perfecta para que miles de trabajadores decidieran adoptar un régimen laboral de 24/7/365… Por si acaso. “La gente se ha tirado tantas horas en frente de un ordenador, sin salir a la calle y sin poder amortiguar esa dimensión laboral con otros aspectos que se ha acabado quemando”, señala Pilar Jericó.
Además, tercia Antonio Pamos, la digitalización, que ya permite trabajar desde cualquier lugar y en cualquier momento, es un arma peligrosa en manos de un autoexplotador. “De una manera o de otra, el trabajo está presente las 24 horas del día. No desconectas y eres incapaz de aparcar para otros momentos las tareas pendientes”.
Cultura de autoexplotación
Países como Estados Unidos o Japón son conocidos por su culto al trabajo. A finales de los años 80, un joven agente de Bolsa nipón, Kamei Shuji, se hizo célebre en su empresa por completar jornadas de trabajo de 90 horas semanales. Aquellos horarios XL no solo no despertaron recelos entre sus jefes, sino que fueron elevados a la categoría de proeza y ejemplo a seguir. Shuji fue promocionado y estimulado para que compartiera los secretos de su portentosa resistencia con sus compañeros. Murió de un ataque cardiaco a los 26 años.
En Europa, en general, la gente se lo toma con más calma, pero en algunos ámbitos la influencia de esas culturas hace que trabajar de sol a sol vaya con el puesto. Incluso se presume de ello. El mundo de las grandes consultoras, por ejemplo, es conocido por sus jornadas maratonianas y sus frecuentes fines de semana ‘de servicio’.
Otro entorno en el que limitarse a trabajar ocho horas ‘peladas’ de lunes a viernes está hasta mal visto es el del emprendimiento. El relato, impulsado por escuelas de negocio y el propio ecosistema emprendedor (a través de gurús, incubadoras, business angels, empresas de capital riesgo, etc.), del joven, dinámico y brillante fundador de startup, enamorado de su proyecto y dedicado al 200% al mismo se ha impuesto como el correcto en el imaginario colectivo. A ello ha contribuido ese halo místico que desprenden referentes como Silicon Valley y su atmósfera ultracompetitiva.
Otro entorno en el que limitarse a trabajar ocho horas ‘peladas’ de lunes a viernes está hasta mal visto es el del emprendimiento
Pablo Mondragón, fundador de Umanyx, es un emprendedor que no cree en ese modelo. “No todos somos de Silicon Valley, pero es verdad que cuando arrancas te faltan horas porque, básicamente, te toca hacerlo todo a ti: las facturas, las gestiones con Hacienda, el trato con los clientes, con los proveedores…”, concede. El problema está en que, pasada esa curva de aprendizaje, para muchos es difícil pisar el freno. El sentimiento de culpa por no estar haciendo todo lo que está en su mano por sacar adelante su proyecto ronda con frecuencia a estos emprendedores. “Te haces reflexiones del tipo: ¿cómo no vas a sacrificar el fin de semana si tienes mucho trabajo acumulado?, o ¿vacaciones? ¡Eso es para funcionarios y asalariados!”, destaca.
Para Mondragón, esos ‘tutes’ de trabajo infatigable no son sostenibles en el tiempo. “Poco a poco vas construyéndote una imagen de Superman que todo lo puede. Pero no es así. De hecho, es contraproducente. Está más que demostrado que para trabajar bien hay que descansar bien”.
¿Cómo se rompe con esa dinámica? “Muchas veces las personas adictas al trabajo tienen que aprender a llenar parcelas de su vida que han dejado tan desatendidas que se encuentran en estado crítico”, comenta Miriam Ortiz de Zárate. Pilar Jericó, por su parte, recomienda obligarse a rebajar el ritmo y tratar de reconectar con uno mismo. “Hay que hacer otro tipo de actividades que aporten equilibrio a tu vida. Y si es necesario, ponerlas en la agenda: pasar más tiempo con la familia, ver a amigos, recuperar hobbies e intentar disfrutar un poco más de la vida”.