El ajuste del gasto que se ha hecho en España no tiene precedentes, reitera machaconamente el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. Durante la rueda de prensa en la que presentó los Presupuestos de 2014, incluso dibujó un cuadro en el que sostenía que se había recortado el gasto en 20.956 millones a lo largo de 2012. Sin embargo, los números ponen en tela de juicio las afirmaciones del titular de Hacienda. No se ha hecho lo suficiente. De acuerdo con las estadísticas que arroja el INE, el gasto público alcanza el 47,3 por ciento del PIB entre junio de 2012 y junio de 2013, unos niveles nunca registrados en la historia moderna.
Sin las ayudas a la banca, los desembolsos públicos se sitúan en el 45% del PIB, una cifra igual a la que gasta Alemania y a la misma altura que cuando Zapatero se vio obligado a un recorte drástico en la primavera de 2010. O dicho de otro modo, pese a encadenar un año tras otro de recortes, nos hemos comido todo el ajuste que hizo entonces Zapatero y seguimos cual Penélope encallados en el punto de partida.
De hecho, el INE sitúa el déficit entre junio de 2012 y junio de 2013 en el 7,5 por ciento del PIB una vez excluidas las ayudas a las entidades financieras. Y aunque el Gobierno alega que en estos datos no se ha tenido en cuenta la rectificación que rebajó el déficit al 6,84 por ciento, también es cierto que estos cálculos sí que recogen una serie de medidas extraordinarias como la supresión de la paga extra de los funcionarios o la amnistía fiscal que no se aplicarán en 2013 y que de sustraerse dejarían el déficit más allá del 8 por ciento del PIB, muy lejos del objetivo del 6,5 comprometido con Bruselas.
La situación empieza a tomar el cariz del año pasado, cuando muchos analistas advertían de los riesgos de incumplimiento en la ejecución presupuestaria. No obstante, el Ejecutivo confía en que la leve recuperación de finales de año, el ahorro en intereses y los pagos de Sociedades logren compensar la desviación.
Los PGE 2014: aún más gasto
Es más, pese a haber traspasado estos umbrales de desembolsos respecto a PIB, Montoro insiste en aumentar el gasto en los Presupuestos de 2014 un 2,7 por ciento, muy por encima de lo que crecerá el PIB nominal y, por lo tanto, la riqueza del país. A grandes rasgos, el PIB nominal define el aumento de la renta de una economía y comprende la suma del crecimiento y la inflación, un indicador que para 2014 el propio Gobierno estima en el 2,1 por ciento.
Y otro dato sirve también de ejemplo. A junio de 2013, el ahorro público entendido como la diferencia entre los ingresos y los gastos corrientes asciende a un déficit del 5,3 por ciento del PIB, exactamente igual que en diciembre de 2009. Tras el ajuste emprendido por Zapatero, este déficit se colocó en el 4,6 por ciento del PIB, siete décimas por debajo. ¿Y qué hemos hecho en casi 4 años? Pues hoy retornamos al 5,3 por ciento. O sea, que seguimos teniendo un gasto corriente muy superior a nuestros ingresos. Y ahora hay que volver a empezar de cero después de cinco años de crisis.
Y por el lado de los ingresos, la cosa no pinta mucho mejor. Entre junio de 2012 y junio de 2013, los ingresos se sitúan en el 36,3 por ciento del PIB pese a todas las alzas fiscales en el IRPF, IVA, IBI y Sociedades. Algo que únicamente se explica porque se deprime la economía y una parte de la actividad se desplaza al fraude. Tan sólo en el primer semestre de 2013, las bases imponibles se encogieron un 5,5 por ciento. Y así se da la inmensa contradicción de que las subidas de impuestos apenas consiguen recaudar más, por mucho que Montoro cifre en unos 30.000 millones todos los ingresos que va a recabar de más en 2014 gracias a sus alzas tributarias.
Incluso después de todos los esfuerzos presupuestarios, aún queda un ajuste por hacer de unos 30.000 millones para obtener el llamado superávit primario, ése que se calcula excluyendo el pago de intereses y que mide la capacidad de un país para hacer frente a su deuda porque se supone que los intereses simplemente se van abonando con los crecimientos nominales del PIB, esto es, el crecimiento combinado con la inflación.
Europa no va a atosigar a España para que lleve a cabo la consolidación fiscal de un día para otro, pero el problema es que seguimos estancados casi en el punto de partida a la espera de un crecimiento que difícilmente nos sacará del hoyo en tanto en cuanto sigamos lastrados por la deuda. Demasiadas partidas se presentan cautivas e imposibles de aminorar porque los horizontes electorales se vislumbran cada vez más cercanos. Y todos estos guarismos sencillamente subrayan tanto la incapacidad de nuestros políticos para atajar el gasto estructural como la dimensión del reto que todavía hay que afrontar.