Las instituciones supervisoras eran perfectamente conscientes de que el mercado de preferentes se había ido de las manos a finales de la pasada década y de las malas prácticas generalizadas. Constituía una bomba de relojería en toda regla, pero fuentes financieras (no sólo cercanas a Bankia, sino a otras entidades) comentan que la prohibición de octubre de 2011 por parte de la CNMV de recomprar estos activos al 100%, o lo más cerca posible, del valor nominal, fue lo que hizo saltar por los aires el mercado.
Hasta entonces, las entidades (todas, no sólo Bankia) habían recomprado las participaciones al 100% o a un descuento razonable que no generara problemas. Por cierto, ese descuento generaba un pequeño gap no computable: si se recompraba al 90% del valor, se vendían de nuevo al 100% y ese dinero iba para la propia sucursal, computando para el bonus, o incluso algunos ejecutivos se lo quedaron para él, lo que generó despidos en su momento.
Pero al obligar la CNMV a Bankia a vender todas sus participaciones a través del mercado secundario, saltaron las alarmas: ese mercado tenía poquísima liquidez y para que casaran las operaciones, era preciso vender a precios muy bajos. Conforme avanzaba la crisis, esos precios iban bajando más.
Comenzaron a escucharse las voces que denunciaban cotizaciones en el secundario al 50%, al 40%, al 30%... lo cual significaba recuperar ese porcentaje de la inversión inicial. Un desastre. A partir de ahí la historia es conocida.
Sin embargo, fuentes cercanas a las redes comerciales de entidades financieras comentan que “habría sido más apropiado imponer un progresivo plan de recompra de estos activos a las entidades, con cierto plazo y haciendo el menor ruido posible”. Tal vez así no habría estallado el asunto.
Pero la crisis financiera se agudizaba, Europa miraba con lupa y pedía medidas concretas en el sector financiero. El regulador aplicó el bisturí pero, por desgracia, no pudo evitarse ya la hemorragia.