Velocidad. Esa es la sangre que mueve el sector de las telecomunicaciones. Todo gira en torno a ella. Del 2G, al 3G, del 4G, al 5G. Y habrá un 6G, un 7G... En los 90, el principio de los tiempos de Internet, descargar una foto era cosa de horas. Del RDSI se pasó al ADSL, y de ahí, a la fibra óptica. Todo en aras de una mayor velocidad y capacidad de descarga para ofrecer nuevos servicios que justificaran la factura de los operadores y de quienes hacen negocio sobre sus redes.
Llegó después la era de la nube, de los data centers. Tus datos ya no están en casa, sino en inmensos silos situados a lo largo y ancho del planeta, con servicios que requieren a los cuales puedes acceder desde cualquier lugar del globo: Instagram, Google Maps, Spotify, Dropbox, Wetransfer...
El 5G es un pisotón más al acelerador. En una era marcada por la inmediatez, el hecho de que algo tarde media milésima menos o más marca la diferencia. Aunque no lo percibamos, cuando accedemos a nuestro correo electrónico y ejecutamos la orden 'recibir', pasa algo menos de un segundo. Esa orden ha viajado a cualquier lugar del mundo a través de nuestra línea de fibra óptica, cruzando océanos a través de kilométricos cables submarinos hasta los servidores.
Allí recoge la información solicitada y emprende el camino de vuelta hasta el monitor del usuario. Todo en menos de un segundo. Aunque para el común de los mortales menos de un segundo es sinónimo de inmediatez, para determinados servicios es toda una eternidad. Veamos en según qué casos.
Se habla del 5G como la clave para el desarrollo del coche autónomo o las operaciones a distancia a través de robots manejados por cirujanos a kilómetros de distancia. Es aquí donde entra en juego la latencia. Básicamente esto es el tiempo que pasa desde que se da una orden hasta que esta se ejecuta. Si hablamos de pedir un taxi -levantar la mano- o de recibir un correo electrónico, este concepto no parece crítico.
Pero en una autopista por la que circula un vehículo sin conductor y un ciervo se cruza en la carretera esa velocidad es la diferencia entre la vida y la muerte. De la velocidad con la que los sensores de la carretera y el vehículo detecten el ciervo, lo comuniquen al coche, se realicen los cálculos para evitar la colisión y este gire el volante puede depender la vida de quienes viajan en el vehículo.
¿Cómo reducir al máximo estos tiempos? Es ahí cuando entra en juego la llamada nube de borde o edge computing. Un concepto que se maneja desde hace pocos años pero que crece exponencialmente. Consiste en acercar los servidores en los que se debe procesar la información allí donde se produce el servicio, donde se encuentran los datos.
La nube evoluciona al edge computing
El médico que opera desde Madrid a un paciente en Bangladesh a través de 5G necesita de igual manera que cuando dé la orden al bisturí de que seccione en un punto concreto de la anatomía del paciente el corte se produzca tal y como quiere que se produzca. El edge computing es lo que permitirá que este milagro se produzca.
Los grandes del mundo de la nube, caso de Google, Amazon, HPE, IBM saben que el futuro está en la nube de borde porque así lo demanda el mercado. Hasta Telefónica se ha desprendido de sus grandes centros de datos para comenzar a abrir data centers (de momento un total de diez en España) de edge computing, tal y como publicó en exclusiva Vozpópuli.
Un ejemplo con el volcán de La Palma
Un dron pilotado a distancia como los que estas últimas semanas graban las imágenes desde el cielo de la boca del volcán de La Palma está sometido al riesgo de ser derribado por las piedras incandescentes que salen despedidas a través del cráter.
Si estos drones fueran autónomos y se dotaran de sensores capaces de detectar la trayectoria y cercanía de estas rocas se podrían establecer cálculos para que la aeronave se mueva en una u otra dirección y evite los impactos. Es más, mediante Inteligencia Artificial podrían establecer modelos que prevean cuándo se va a producir una expulsión masiva de rocas, para anticiparse y evitarla.
Es algo comparable los clásicos juegos de marcianitos. Las colisiones se evitaban en función de la velocidad de reacción, pero hablamos de un ser humano. Un sistema computacional es infinitamente más rápido que el cerebro humano para realizar cálculos y convertirlos en decisiones. Ahí está la clave, porque todos estos cálculos se hacen en tiempo real, desde la nube. Si este proceso de computación se ejecuta cerca del lugar en que se encuentran los drones las probabilidades de que los drones sean derribados descenderán considerablemente. Hay tantas aplicaciones en torno a la nube de borde como permita la creatividad, como imaginación se tenga.
La necesidad de las empresas de ofrecer servicios más rápidos y fiables es tal que un estudio de la consultora IDC establece un ascenso de la inversión en la nube de borde hasta los 24.000 millones de dólares, con un crecimiento sostenido hasta el año 2025. Entre los servicios que impulsan el sector se encuentran los ofrecidos por tecnologías como Internet de las Cosas, drones, Inteligencia Artificial, Realidad Aumentada o Realidad Virtual.
"En el trimestre más reciente, las ventas de soluciones de Edge Computing de HPE aumentaron un 27% con respecto al mismo período del año anterior alcanzando los 867 millones de dólares con un número récord de nuevos pedidos y una previsión cinco veces mayor a la de hace un año", explica Daniel Macarrilla, estratega de Tecnología de Hewlett Packard Enterprise.
Además, añade que "si se dispone de potencia de cálculo en el extremo o las distintas ubicaciones distribuidas de una empresa, los datos pueden ser analizados en tiempo real y sin latencias. Las decisiones rápidas realizadas en el lugar donde la actividad toma lugar son absolutamente imprescindibles para muchos casos de uso", concluye.