Ha vuelto a suceder. De nuevo, el cálculo político, apoyado en unas encuestas equivocadamente favorables, ha salido cruz. Y Theresa May ha abocado a su partido a una victoria pírrica que, lejos de reforzar su presencia en el Parlamento, le ha supuesto la pérdida de la mayoría absoluta y 12 escaños menos. Por su parte, Jeremy Corbyn se felicita por haber sabido movilizar, esta vez sí, a más de 3 millones de jóvenes. Sin embargo, el retroceso de los torys y el avance de los laboristas no es ni de lejos lo suficientemente significativo como para sacar a Gran Bretaña de su sonambulismo; al contrario, por más que la izquierda quiera ver una luz al final del túnel, el resultado electoral agrava el desconcierto político y, por añadidura, complica la posición británica en las negociaciones del Brexit añadiendo nuevas contradicciones.
Se vislumbra una crisis mucho más profunda, la de las ideologías, que sigue sin resolverse, ni en Gran Bretaña, ni, en general, en el mundo occidental
En efecto, de fondo, se vislumbra una crisis mucho más profunda, la de las ideologías, que sigue sin resolverse, ni en Gran Bretaña, ni, en general, en el mundo occidental, por más que pueda parecer que en Europa en populismo está controlado. Ocurre que tanto Gran Bretaña como los Estados Unidos lideran esta desazón porque sus democracias están mejor imbricadas en la sociedad y, por lo tanto, reflejan las inquietudes del público con mucha más fidelidad. Además, al contrario que otras democracias occidentales sobrevenidas, disponen del anclaje del mito fundacional, lo que impide a la clase política sustraer el debate y adoptar soluciones tecnocráticas de espaldas a la opinión pública.
El vacío ideológico
En el resto de Europa, en general, no sucede así porque, tras la traumática experiencia del nazismo, que la propia democracia alumbró, los políticos continentales optaron diseñar democracias más indirectas y limitadas, donde la alianza entre democratacristianos y socialdemócratas, junto a la amenaza soviética, actuó como un férreo cordón de seguridad que sigue aún vigente.
La caída del Muro de Berlín y el posterior hundimiento de la Unión Soviética, sin embargo, no hizo sino agravar el vacío ideológico, acelerando el giro hacia el pragmatismo económico. Los marxistas habían creído que, cuando el desarrollo económico alcanzara su límite de elasticidad, el sistema capitalista se convertiría en un obstáculo insuperable para su propio desarrollo. Pero la práctica demostró que, de alguna manera, el progreso humano era capaz de romper las ataduras del sistema social. Y el viejo paradigma izquierda-derecha entró en una crisis sin solución.
A falta de una nueva formulación ideológica, el mundo desarrollado se ha limitado a pivotar entre dos doctrinas económicas: el keynesianismo y el neoliberalismo
Desde entonces, a falta de una nueva formulación ideológica, el mundo desarrollado se ha limitado a pivotar entre dos doctrinas económicas: el keynesianismo y el neoliberalismo. Doctrinas en las que el capitalismo era pieza clave del desarrollo. Por lo tanto, la premisa comúnmente aceptada desde el final de la Segunda Guerra Mundial fue que la vida económica tenía unas reglas que los políticos debían respetar, lo cual dejó muy poco espacio para el debate político.
Así, cuando el 25 de junio de 1980, Margaret Thatcher pronunció su famoso discurso "No hay alternativa", apuntó directamente hacia ese consenso. Y su victoria de 1979 fue interpretada como una victoria de las doctrinas políticas de la derecha. Sin embargo, los acontecimientos de los años 70 y 80 demostraron que las cosas no iban a ser mejores para la derecha que para la izquierda.
El liberalismo tambaleante
A diferencia de los liberales de la primera y segunda guerra mundial, los neoliberales emergieron en un momento en el que la planificación económica ya no gozaba de hegemonía ideológica, y el libre mercado se encontró con un entorno mucho más favorable. El Premio Nobel otorgado a Milton Friedman en 1976 así lo certificó. Sin embargo, este cambio en la opinión pública fue resultado del debilitamiento de los defensores del gran gobierno y la planificación, no de la teoría o la filosofía; de hecho, los neoliberales fueron incapaces de elaborar una narración profunda y amplia sobre su visión de la sociedad, dejando un enorme vació.
No son ya sólo las incertidumbres económicas, sino la percepción del público, equivocada o no, de que el libre mercado y el capitalismo, sea desde una concepción keynesiana o neoliberal, nos abocan a una mundialización inquietante
Desde entonces, el capitalismo liberal ha sobrevivido y, al mismo tiempo, se ha tambaleado. Ha sobrevivido porque, dese el final de la Segunda Guerra Mundial, la economía de mercado ha promovido el crecimiento, permitiendo a las personas mejorar su situación material y disfrutar de una libertad individual sin precedentes. Pero ha carecido de “entusiasmo” y, sobre todo, de la necesaria convicción que tuvieron en su día las viejas ideologías.
Así, el centro-derecha y el centro-izquierda, se han visto desbordados por los acontecimientos. No son ya sólo las incertidumbres económicas y la dificultad para asegurar la equidad, sino la percepción del público, equivocada o no, de que el libre mercado y el capitalismo, sea desde una concepción keynesiana o neoliberal, nos abocan a una mundialización inquietante. Y que la propia dinámica capitalista, como explicó Daniel Bell, con sus constante progreso y transformación social, con su disolución de las fronteras e imparable globalización, lleva a las sociedades occidentales a la pérdida de una identidad cultural que fue precisamente la que alumbró al capitalismo.
El origen populista
Es falso, como defienden algunos, que el populismo es hijo aventajado del neoliberalismo. Muy al contrario, el populismo es el resultado de la secular incapacidad del liberalismo para responder a los retos ideológicos de manera satisfactoria. De ahí que tanto la vieja derecha como la vieja izquierda pretendan aprovechar este vacío y resurgir sucumbiendo a la tentación populista, habida cuenta de que no tienen las respuestas para las preguntas que el progreso nos plantea.
El resultado de estas elecciones, lejos de arrojar alguna luz, no hace sino profundizar en la crisis política británica
Lamentablemente, construir un relato consistente no se logra simplificando los mensajes. De hecho, simplificar problemas extraordinariamente complejos conduce a contradicciones que, más pronto que tarde, se vuelven flagrantes. Por eso Theresa May ha perdido credibilidad en un breve espacio de tiempo. Y por eso, tampoco Corbyn avanza lo suficiente como para convertirse en una alternativa consistente. De ahí que el resultado de estas elecciones, lejos de arrojar alguna luz, no haga sino profundizar en la crisis política británica.
Entretanto los británicos se encuentran a sí mismos, tampoco las cosas pintan mucho mejor en Europa. Las alternativas socio-liberales, como la encarnada por Emmanuel Macron en Francia, no ofrecen un relato que vaya mucho más allá de la promesa de neutralizar al populismo y asegurar el bienestar económico. La estricta supervivencia material parece convertirse en el principal y único valor de la política en Occidente. Demasiado poco para estimular a las nuevas generaciones y afrontar con éxito una crisis cuyas raíces son profundas.
Como afirmó Isaiah Berlín, uno de los principales pensadores liberales del siglo XX, los dioses de ayer han fallado a los jóvenes. Durante décadas temimos a la guerra, al colapso económico y al totalitarismo, pero el aburrimiento y el descreimiento han resulatdo ser a la postre las peores amenazas. De hecho, el populismo es su hijo; y Theresa May, una pésima aprediz de bruja.