Francisco Granados fue cesado fulminantemente de la secretaría general del PP de Madrid por Esperanza Aguirre. Su caída en desgracia que empezó conforme Rajoy subía en las encuestas. Así, primero se cayó del Gobierno madrileño, donde era superconsejero de Presidencia, Justicia e Interior y hace pocos días, concretamente dos después del histórico triunfo del PP en las Generales del 20N, fue sacado casi a empujones del sillón de mando del PP madrileño.
Dicen los mentideros que se debe a que Granados ha ido demostrando cada vez más sintonía con Génova, lo que permitía que se filtrara cierta brisa azul en las filas madrileñas, que Aguirre quiere más prietas que nunca. O más claro: son muchos los que dicen sin titubeos que la presidenta defenestró a su anterior secretario general por sus excesivas simpatías con Rajoy, ya que el próximo presidente del Gobierno, tiene ganas de empezar a colocar personas de su confianza en Madrid. Que no en vano, las ramas madrileñas suelen dar muchos dolores de cabeza en los grandes partidos.
Granados, descolocado ahora, está pidiendo en Génova “algún puesto” en Interior. No el de ministro, que él mismo asume que es demasiado, ni siquiera el de secretario de Estado, pero sí uno de los escalones inferiores. Alguna direccioncilla general, de esas que hay tantas en la administración.
En este sentido, parece que para el puesto de secretario de Estado de Seguridad tiene ventaja Leopoldo Barreda, un dirigente del PP vasco al que el propio Rajoy ya le ha anunciado que ocupará un cargo de responsabilidad en su ejecutivo. Para ministro, sigue haciendo mérito Cotino y no se descarta a Ana Pastor.