En el adelanto del libro de Pilar Urbano sobre el 23-F, titulado La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar, ha causado sorpresa la intención de Adolfo Suárez de retirar su dimisión en cuanto él y los demás diputados salieron libres del Congreso, a lo que el Rey Juan Carlos se negó.
Este asunto ya era conocido desde hace años. La propia periodista algo decía en su anterior libro sobre el 23-F, Con la venía… yo investigué el 23-F. Pero no se trata de una revelación inédita hasta ahora.
Leopoldo Calvo-Sotelo, sucesor de Suárez, lo cuenta así en sus memorias, publicadas en 1990:
“(…) algo le dije a Suárez a la mañana siguiente, cuando salíamos del Congreso: le pregunté si él, que todavía conservaba en las manos los hilos y los mimbres, había pensado en reconsiderar su dimisión. A lo mejor Suárez, maestro en ese género de ilusionismo, era capaz de sacar conejos de la chistera del golpe. No me dijo nada; luego supe que había dado vueltas a la idea el 24, buscando apoyos que no encontró. El 26 se fue a [la isla de] Contadora.”
Ni una mención a una reunión con el Rey en La Zarzuela.
Luis Herrero, en Los que le llamábamos Adolfo (2007), ya introduce al Rey en el rechazo a la propuesta.
“Así pues, la idea de quedarse estaba en marcha el 24 de febrero por la mañana. Adolfo me contó una vez, con todas las letras, que en efecto él se ofreció para continuar en su puesto, pero que Felipe González se opuso. Otras fuentes posteriores, muy cercanas a Adolfo, me dijeron sin embargo, que el que se opuso a la continuidad de Adolfo no fue Felipe, sino el Rey. ”
Por último, Gregorio Morán, en Adolfo Suárez. Ambición y destino (2009), también cita al Rey.
“Las condiciones estaban dadas para esta salida: primero, porque Adolfo Suárez había solicitado al Rey Juan Carlos continuar en la presidencia, petición que estaba en su derecho y conforme a derecho, y más teniendo en cuenta que Calvo-Sotelo, su eventual sustituto, le había propuesto renunciar a la investidura «porque la situación ha girado ciento ochenta grados», según expresó al propio Suárez y a bastantes más en la cúpula del Gobierno y del Estado. Pero bastaron unas horas para comprobar que nada había cambiado tras el 23-F, que todo seguía igual para él, y que incluso para muchos de los suyos –y no digamos de sus enemigos- era el primer causante del estropicio. Adolfo Suárez, con su manera de ser y con su política, ¡y con su dimisión inexplicada!, había sido el provocador por excelencia del 23-F.”
Un libro posterior, El fracaso de la Monarquía, escrito por Javier Castro-Villacañas y publicado en 2013, recoge los dos últimos testimonios dentro de su análisis del juancarlismo y de las relaciones del Jefe del Estado con sus presidentes de Gobierno.
A la vista de estos testimonios y de que nos falta la lectura completa de La gran desmemoria, Urbano sólo aporta el diálogo entre el Rey y el ex presidente, en el que ambos se cruzaron insultos y amenazas. ¿Qué credibilidad hay que darle a esta reconstrucción? La que cada lector considere, conociendo los antecedentes de la periodista, biógrafa de la Reina, del ex juez Baltasar Garzón y del terrorista Mohamed Atta.