El gobierno alemán explosiona y se une a la crisis política que vive su vecino y socio francés. El tándem que durante años se ha querido vender como el motor de Europa, ha dejado de pedalear y hace frente ya - cada rueda por su lado - a otra crisis más grave, la del declive económico y comercial, con una desindustrialización imparable y el fantasma del desempleo aullando a la puerta de las empresas más emblemáticas a ambas orillas del Rhin.
A la Francia campeona continental de déficits y paralizada por una Asamblea ingobernable, donde mandan los extremos, se une desde esta semana una Alemania que sellará un segundo año consecutivo con cifras negativas de crecimiento y la incertidumbre política que supone la convocatoria de elecciones anticipadas.
París y Berlín, que se han regocijado las últimas décadas en dar lecciones a muchos de sus socios en la Unión Europea en el apartado de ortodoxia y respeto a las exigencias fiscales de Bruselas, se disputan ahora un novedoso concurso de eurovisión que debe elegir al nuevo “hombre enfermo de Europa”. Tras años de desprecio a ciertos países miembros de la UE, Francia y Alemania temen que se les señale como los nuevos “Pigs”, o un nuevo “Club Med” que incluiría también al mar Báltico.
Con la locomotora europea a punto de descarrilar, desde Florida Donald Trump se frota las manos y se prepara para desencadenar la gran ofensiva comercial contra lo que el que el inquilino de Mar a Lago denomina “la pequeña China”, por sus exigencias de una apertura comercial que perjudica, según el futuro presidente, a la industria “Made in USA”.
En la foto de familia de la “cumbre” europea de Budapest, que se celebró horas después de la victoria del MAGA, no aparecía Olaf Scholz. Otra euronovedad. El Canciller socialdemócrata alemán hacía pellas en el primer día de reuniones con sus eurocolegas. Necesitaba seguir explicando la autopsia de la coalición que él dirigía con los Verdes y los liberales del FDP, tras haberla matado con sus propias manos.
El fracaso de la “coalición de progreso”
Los tres miembros del semáforo (ampel), por el color distintivo de sus componentes, y autoproclamada “coalición del progreso”, nació en 2021 con la ingenua ilusión y la exagerada pretensión de poner a Alemania sobre los raíles de la trasformación ecológica, la inversión en infraestructuras y, cómo no, “reforzar el Estado social”. Lo de extraños compañeros de cama en la política sigue teniendo validez, pero poner de acuerdo a liberales con ecologistas, en algunos terrenos, y a socialistas con ganas de aumentar gasto con los frugales liberales podía funcionar en un mundo ideal, donde las fuentes de energía eran tan relativamente baratas que Berlín podía permitirse el “ecolujo” de la renuncia al átomo. Y en eso llegó Putin y mandó parar.
La guerra lanzada por el Kremlin contra Ucrania obligó a los miembros de la UE a solidarizarse con las medidas de retorsión contra Rusia. A pesar de las reticencias por lo que ello suponía para sus finanzas, Alemania tuvo que ceder sabiendo que renunciaba, de golpe, al 55% de sus importaciones de gas a bajo precio. Además, el apoyo a Kiev exigía aumentar un gasto militar al que Berlín siempre se había mostrado renuente. Tres años más tarde, el pacto fallece después de atravesar crisis de egos y también errores, como la iniciativa de los ecologistas para que los calentadores individuales de agua y calefacción fueran obligados a funcionar al menos con un 65% de energías renovables. Una iniciativa, por cierto, que una vez aprobada en el Bundestag fue tumbada por el Tribunal de Karlsruhe - el Constitucional alemán -, la corte suprema del país.
“Die Gruenen”, el partido de la histórica dirigente, Petra Kelly, no podía imaginar que su lema, robado a los daneses, “Atomkraft, nein danke”, pudiera un día hacerse realidad. Empujada por los Verdes y asustada por los casos de Chernóbil y Fukushima, la Canciller cristianodemócrata, Angela Merkel, cedió y firmó la sentencia de muerte de la energía nuclear con el aplauso popular. No contenta con ello, presionó a todos sus colegas europeos a tomar la misma vía. Los socialistas franceses bajo François Hollande cedieron en un principio, pero Emmanuel Macron optó por el sentido opuesto y Francia puede presumir hoy de ser una potencia eléctrica que los propios ecologistas alemanes envidian. El vicecanciller verde, Robert Habeck llegó incluso a sugerir una prórroga en 2022 para los tres reactores todavía en marcha - aunque en agonía - para pasar el invierno de ese año. Hoy, la industria del carbón - más contaminante que el petróleo y el gas - vive días de gloria en Alemania. Danke, Merkel y continuadores.
Rigor presupuestario frente a gasto público
La crisis de gobierno la precipitó Scholz, cesando sin mucha delicadeza a su ministro de Finanzas, el liberal Christian Lindner, acusándole de “rechazar todo compromiso”. ¿Compromiso con qué? Esencialmente con el presupuesto para 2025. Con las elecciones previstas para otoño de ese año, las diferencias entre los miembros del tripartito solo podían estallar. Los liberales del FDP quieren volver a mostrarse como los campeones del rigor, mientras ecologistas y socialdemócratas sueñan con relanzar la economía abriendo las compuertas del gasto público. Nada nuevo bajo suelo europeo, pero que en Alemania hace imposible la supervivencia de una coalición heteróclita.
Además, la estrategia electoral se fraguaba desde hace meses. Lindner había publicado un plan presupuestario que proponía la reducción de los objetivos climáticos, la bajada de los impuestos y la reducción de las ayudas sociales. Medidas muy bien calculadas para desligarse del “Ampel”; todo un argumento para la petición de divorcio exprés. Lindner argumentó también que no podía aceptar la supresión del freno al endeudamiento que Scholz le exigía.
El freno al endeudamiento limita la concesión de préstamos al 0,35% del PIB. Las pretensiones del SPD y de los Verdes ya sufrieron un duro apercibimiento del Tribunal de Karlsruhe en noviembre del año pasado, cuando los magistrados vetaron la financiación de decenas de millones de euros de gasto, financiados vía fondos especiales extraparlamentarios. Era la pirueta presupuestaria que permitía a los Verdes financiar la transición energética, y a los socialistas tomar medidas sociales, como el aumento del salario mínimo de 12,40 la hora, a 15 euros. Todo ello se incluirá ahora en los programas electorales de cada uno.
Liberales, al borde del precipicio; la derecha, en cabeza
Los liberales necesitaban también, a menos de un año de las elecciones previstas, desligarse de sus socios para afrontar una nueva campaña que les conceda una mínima esperanza de mantenerse en el Bundestag. De momento, los sondeos no le dan el 5% necesario. El FDP obtuvo catastróficos resultados en los recientes comicios de los “lander” del Este, territorio perdido (Turingia y Sajonia), y destacarán entre sus propuestas la bajada de impuestos, el recorte en gasto social y las subvenciones a la transición ecológica ya mencionados, además de medidas para incitar a los parados a volver a la vida laboral activa – reduciendo la prestación de desempleo - y suprimir el impuesto de solidaridad, pagado por el 10% de los contribuyentes individuales y las empresas.
El FDP insiste también en congelar cualquier nueva reglamentación durante tres años, a fin de limitar la burocracia, y propugnan cambiar las reglas europeas para la lucha por la neutralidad climática, que fija su límite en 2045, para sustituirlas por las alemanas, menos exigentes (2050). En este apartado, no quiere poner fecha al fin del carbón y propone dejar de subvencionar la energía verde.
El SPD, ya libre de su socio liberal, promete un aumento de impuestos a quienes ganen por encima de los 15.000 euros al mes. Eso supondría, según el partido de Scholz, sólo un 1% de los contribuyentes. Los socialdemócratas están de acuerdo con los ecologistas en reducir la factura de electricidad a las empresas y en la creación de un fondo alemán de inversión que exigiría el final del freno al endeudamiento, una medida que exige el voto positivo de dos tercios del Parlamento.
Scholz quiere un voto de confianza para enero, con la perspectiva de comicios para marzo. La oposición conservadora, criatianodemócratas y cristianosociales (CDU-CSU), liderada por Friedrich Merz, prefiere adelantar la convocaría electoral a principios de año, igual que la derecha radical de “Alternativa para Alemania” (AfD) y la formación de izquierda, considerada “populista” por algunos y “rojiparda” por otros, de Sahra Wagenknecht (BSW).
Los sondeos dan por ganador a la derecha, CDU-CSU, con un 32% de intención de voto; AfD, representante de la “ola reaccionaria” que algunos delicaditos denuncian en Europa, se coloca en segundo lugar (18%); el SPD se sitúa en un 15% y los Verdes en un 11%. La “Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), un 8%. El FDP no llega, de momento al 4%.
Paracetamol contra globalización
Olaf Scholz ha cancelado su viaje a Bakú (Azerbaiyán) donde esta semana se inicia la COP29. Prefiere dedicarse a preparar las elecciones y a intentar frenar la desindustrialización que amenaza. Las marcas icónicas, Wolkswagen o Bayer, en cabeza, sufren una crisis que puede afectar su expectativa electoral. En la vecina Francia se multiplican los planes sociales y también sus emblemas históricos, como Michelin o Auchan, entran en crisis y se disponen a cerrar algunas de sus fábricas y centros comerciales. La venta de automóviles ha sufrido un descenso de un 15%. El sector de la construcción se desploma, el del textil agoniza.
La Europa que un día decidió convertir a China en su taller barato para rebajar los precios de producción vive ahora un efecto búmeran. El monstruo asiático ha destrozado buena parte de la industria europea y ya ni siquiera se pueden poner peros a la calidad de sus productos. Una prueba evidente es la invasión de automóviles eléctricos chinos, mientras sus rivales europeos ven caer las ventas de vehículos “verdes” y también, por miedo al ogro reglamentista de Bruselas, a los de motor térmico.
Y si con Pekín los europeos no tienen muchas agallas para defender sus intereses, está por ver el papel que van a hacer ante la subida de tasas aduaneras que prepara la próxima Administración Trump. Ya antes de la llegada del futuro inquilino de la Casa Blanca, Francia ha sufrido un zarpazo del otro lado del Atlántico que, si bien no tiene que ver con lo que vendrá en el futuro, es otra muestra de la debilidad de la industria continental. El célebre medicamento francés, “Doliprane”, un compuesto de paracetamol que los franceses consumen como los alemanes la cerveza y que ha alcanzado el honor de figurar casi como distintivo nacional junto a la “baguette” de pan, va a pasar a manos de un fondo de inversión de Estados Unidos. En París no se oculta que ello supone un golpe brutal al orgullo del gallo francés.
Esperando el hachazo aduanero de Trump
En Alemania, las voces de alerta ante la subida de aranceles que vendrá del Atlántico forman un coro de horror que los políticos escuchan con pánico. “La victoria de Trump marca el inicio del momento más difícil de la historia alemana en el plano económico ya que, a la crisis estructural interna se añaden ahora los masivos desafíos en materia económica exterior y de la política de seguridad, para los cuales no estamos preparados”. Así se expresa Motitz Schularick, presidente del Instituto de Economía de Kiel y profesor en “SciencesPo” de París.
Para el Instituto de Economía de Colonia, si Trump aumenta en un 10% los derechos de aduana a las importaciones, Alemania perderá una parte del PIB estimada en más de 127.000 millones de euros; si el alza es del 20%, como amenazó, la factura será de 180.000 millones.
Fuera del campo teórico y de la investigación, las alertas son similares. Para el presidente de la Federación alemana de Industria, Siegfried Russwurm, “las relaciones transatlánticas están a punto de cambiar de era. Los derechos de aduana aumentarán el valor del dólar y encarecerá las importaciones provenientes de Estados Unidos. Las medidas de retorsión de la UE implicarán un aumento de precios en Alemania”.
Visto así, la ley IRA (Inflation reduction Act) de Joe Biden, que propició la deslocalización de empresas europeas, entre otras, a Estados Unidos, no será nada con lo que se avecina, porque, además, Trump quiere rebajar el impuesto de sociedades del 21% al 15%, cuando en Alemania es del 30-33%. En Francia, el tipo medio es del 25%.
En la reunión europea del jueves y viernes pasado en Budapest, Trump, aunque ausente, fue el protagonista indiscutible. Los miembros de la UE, temblorosos, pero desunidos incluso ante su respuesta al “informe Draghi” sobre competitividad, intentaban calmar los nervios y aseguraban que negociarán “con firmeza” frente a su competidor norteamericano.
Pero bastaba observar fotos y videos de encuentro para comprobar que el único participante con la sonrisa permanente era el anfitrión, Víktor Orban, que reconoció haber brindado con champán por la victoria de Donald Trump y estuvo a punto de provocar un infarto entre algunos de los presentes cuando dejó correr la posibilidad de conectar en videoconferencia con el nuevo presidente de Estados Unidos durante la cena. Europa no está para bromas.