La refriega política a cuenta de la catastrófica DANA de la que se cumple hoy un mes en la provincia de Valencia sigue en su momento más álgido. Esa búsqueda de 'culpables' viaja en paralelo a la vida de decenas de miles de valencianos que diariamente sufren entre un paisaje de lodo en calles y garajes, coches amontonados, escombros e incluso aguas fecales que se vierten descontroladamente por el colapso de colectores y red de alcantarillado.
El balance de víctimas un mes después es desolador: 222 víctimas mortales y 4 desaparecidos. Es la peor cara de la catástrofe natural. Da una idea de la magnitud de esa brutal avenida de agua que ha cambiado la vida de miles de valencianos, muchas de ellas rotas y vacías de esperanza.
En estos 31 días desde que el río Magro, el río Turia y el barranco del Poyo se desbordaron, las Administraciones han centrado sus actuaciones en conseguir que mejore la movilidad de los ciudadanos con la puesta en servicio del AVE, los trenes de Cercanías y el Metro, las carreteras, la reparación de puentes o las vías principales de los municipios.
Es el único avance realmente perceptible. Ahora bien, miles de valencianos tienen que llegar en autobús hasta la ciudad de Valencia que hacen de lanzadera ante la ausencia de algunas líneas de Cercanías y de la red Metro que en el área metropolitana del sur de la capital del Turia no estará en funcionamiento hasta el próximo verano.
Un drama
En su casco urbano y en el término municipal de Torrent, Picanya, Paiporta, Sedaví, Catarroja, Aldaia, Chiva, Benetússer, Alfafar, Utiel, Sot de Chera, Algemesí o l'Alcudia, entre muchos otros, sigue siendo un drama para sus vecinos.
El silencio, el abandono y la falta de luz en muchas calles de pueblos de l'Horta Sud forman parte del paisaje diario, tal y como ha comprobado Vozpópuli esta semana. El lodo aún está presente y un mes después sigue por encima de muchas aceras, parques, jardines, viviendas y garajes.
Está solidificado con especial fuerza en el interior de la red alcantarillado y se vuelve volátil cuando sopla el viento, convirtiendo los problemas de salud en una preocupación real.
Ese barro instalado en los bajos de muchas viviendas y en garajes particulares (donde la ministra de Defensa, Maragarita Robles, tenía recientemente un agrio intercambio de pareceres con los vecinos) está poniendo en peligro las estructuras de las viviendas por la humedad acumulada.
Casas inhabitables
Más de 140 casas van a tener que ser demolidas y otras 1.600 son inhabitables en estos momentos, aunque los daños por la riada han afectado a muchas más porque sólo en el área más dañada –como siete veces la ciudad de Madrid– ya se han apuntalado cerca de 200.
La humedad presente en el interior de las casas representa un serio riesgo para la salud. Hasta que no se sequen no pueden comenzar las reformas y ya se han llevado por delante alguna vida.
Es el caso que ha podido conocer este medio de un hombre de avanzada edad que ha fallecido en un hospital de Valencia como consecuencia de una infección respiratoria por una bacteria derivada de la humedad existente en su inmueble de un municipio de l'Horta Sud.
La extracción de lodo de garajes privados ha comenzado esta semana y se ha puesto el foco en más de 660 que están casi en el mismo estado en el que quedaron tras la riada. La cercanía al barranco del Poyo ha provocado severas inundaciones en sótanos de las ciudades que atraviesa o rodea, pero igual pasa en el recorrido del río Turia por pueblos relativamente cercanos a la capital.
El dinero que no llega
La dura travesía burocrática para solicitar ayudas es el día a día para muchas familias. Primero llegó el momento de recuperar la documentación básica, luego la valoración de daños y posteriormente la reclamación de las ayudas.
La lentitud para recibir dinero por parte de las Administraciones es exasperante y aunque la Generalitat ya ha transferido dinero a 3.000 familias son muchos quienes no tienen a día de hoy muebles, ni recuerdos recogidos en fotografías u ordenadores; tampoco coches ni negocios que antes eran el sustento familiar.
Los vecinos afectados por la catástrofe han visto como todavía no han podido siquiera que muchos de sus hijos (casi 10.000) regresen a sus colegios. Siguen arrasados y van realizando periplos por otros centros educativos de manera provisional. Mientras, no hay parques en los que pasar las horas porque están todos llenos de escombros.
Junto a los niños, las personas mayores son las grandes damnificadas de esta hecatombe que se vive en Valencia. Muchas de ellas con problemas de movilidad no pueden bajar desde hace semanas a la calle porque los ascensores no funcionan y tardarán semanas o meses en poder ser reparados.
Falta de medios
La solidaridad de los vecinos les permite recibir los alimentos y cuestiones básicas en sus casas. Nadie que viva en la provincia de Valencia puede negar que los medios desplazados para ayudar a los vecinos son insuficientes.
La incredulidad es absoluta para las víctimas que siguen viendo a muchos soldados acuartelados (8.000 militares sobre el terreno son como una gota en un océano de destrucción), lo mismo que provoca estupor que no se desplieguen y coordinen todos los efectivos necesarios de Bomberos y Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.
La respuesta del Estado, según los vecinos cuestionados por este medio, "no es acorde al primer mundo". Dejar que esa percepción se extienda y arraigue es un fracaso que la clase política debería revisar por la erosión que puede suponer para la creencia en el sistema establecido.
La Generalitat afirma que ha desplegado "todas sus capacidades". Con eso y con la ayuda pedida al Gobierno (porque no hay proactividad por parte de Pedro Sánchez para enviarla) se ha demostrado que no alcanza para mantener unas condiciones mínimas de bienestar.
Montañas de coches
Otra foto persistente del escenario tenebroso de las zonas que resultaron inundadas son las montañas de coches acumulados en parques, campos de fútbol y campas improvisadas. Esta semana han comenzado a ser retirados en un goteo lentísimo que augura muchas semanas de permanencia porque son 126.000 los vehículos siniestrados.
La pista de Silla es un ejemplo de ese vestigio de la brutal riada en un recorrido que miles de valencianos realizan a diario y que les recuerda que siguen faltos de ayuda. Es como si un madrileño transitara por la M-30 viendo coches apilados en cuatro o cinco alturas a ambos lados de la autovía durante kilómetros.
Es tal el descontrol que muchos vecinos que estacionan sus vehículos en la calle, ante la imposibilidad de utilizar sus garajes, colocan en el interior carteles donde se puede leer: "Este vehículo funciona". Lo hacen para evitar que sea confundido con los que han quedado inutilizados, ya que se han dado casos en los que han sido retirados por la grúa a recintos donde se amontonan unos encima de otros.
Las compañías de seguros también están desbordadas y muchos profesionales no pueden ni desplazarse a los domicilios para valorar los daños de las viviendas por lo que acaban realizando su trabajo a través de videollamadas con los inquilinos.
Aguas fecales
Y el olor. Ese olor que queda durante meses inundando el ambiente por el propio barro (que se lo digan a los habitantes de la Ribera que sufrieron la pantanada de Tous en 1982) y por toda la suciedad que arrastró la riada. Es percepetible desde que uno se adentra por el puente de la Solidaridad desde Valencia hacia la pedanía de la Torre (muy afectada pero, aún así, de las primeras poblaciones en poder volver a la normalidad).
A ese olor fétido, con el que conviven los vecinos, contribuye el colapso del alcantarillado que ha provocado la subida de aguas fecales a viviendas de hasta un segundo piso. También el desbordamiento de colectores como el que baja de Torrent y que ha dejado vertidos en el barranco del Poyo procedentes de la segunda ciudad más poblada de la provincia (ahora empiezan a repararlo con canalizaciones provisionales).
Casi una decena de depuradoras han quedado inutilizadas y han sobrecargado otras como la de Pinedo que apenas puede evitar vertidos a la Albufera y al mar. Habrá que ver cuánto tiempo durará la provisionalidad de todas las infraestructuras que se han ido reparando y de todas las que quedan por poner en funcionamiento.
La sensación de abandono
El dolor y las condiciones de vida alejadas de una España del siglo XXI conforman el escenario apocalíptico con el que conviven los valencianos un mes después del paso de la DANA por una larga lista de hasta 78 municipios.
La recuperación en industrias, pymes, polígonos y actividades como la agricultura va a costar años: la factura económica superará ampliamente los 31.000 millones de euros.
La reparación social y sentimental para Valencia y sus habitantes avanza a paso de tortuga. Ahora que los voluntarios van mermando; los recursos técnicos, humanos y maquinaria especializada siguen escaseando; y el foco mediático empieza a virar: los valencianos siguen sintiéndose como hace un mes, olvidados y abandonados.
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