"Hola, hija. Sí, ya nos han parado. A la altura de Navalmoral de la Mata. Uno lleva una metralleta... Sí, sí, llevo la mascarilla. Hay muchos coches de la Policía y la Guardia Civil. Te cuelgo, te cuelgo, ahora te cuento". A la señora Pilar (nombre ficticio en honor al puente marcado en el calendario) le ha tocado ventana.
Recostada en el asiento de un autobús que partió de la Estación Sur de Madrid a Cáceres a primera hora de la mañana, observa con atención los movimientos de los agentes en la entrada del municipio extremeño. El Gobierno decretó ayer el estado de alarma en la comunidad liderada por Isabel Díaz Ayuso. Corre bien la cortina para no perder detalle.
Son las 10.00 horas y un grupo de seis guardias civiles se reparten entre su autocar -que es el mismo en el que viaja la autora de estas líneas- y otro al que pararon primero. También procedente de la capital.
Los dos vehículos vienen semivacíos y, a excepción de un matrimonio y una madre con su hijo, ningún pasajero comparte fila de asientos.
- "El DNI, por favor".
- Aquí lo tiene.
- ¿Vive usted en Cáceres o en Madrid?
- En Madrid, pero voy a cuidar a mi madre, que es dependiente.
Ante las preguntas del agente responde una señora de mediana edad. Busca nerviosa los papeles que justifican el estado de salud de su madre.
"Estoy de acuerdo con que se justifiquen las entradas y salidas de la ciudad para tratar de frenar la pandemia, pero tiene que responder a unos criterios", comenta a este diario ya en ausencia de las fuerzas de seguridad y con el autobús en marcha.
Se despidieron de los interrogados asegurando que no iban a sancionar a nadie. "Es por una cuestión de estadística. Necesitamos saber cuánta gente de Madrid está entrando en Extremadura", comentó con un tono afable el más joven para tratar de calmar al personal.
"Nos preocupa que venga gente de Madrid"
No habían pasado ni 24 horas desde que el alcalde de Cáceres, el socialista Luis Salaya, divulgase ante los medios que se iban a controlar los accesos a la ciudad "para garantizar que se cumplen las medidas". Se refería al estado de alarma que minutos después iba a imponer Pedro Sánchez a la Comunidad de Madrid.
"Nos preocupa que pueda venir gente de Madrid, es un puente en el que generalmente recibimos mucho turismo, por eso se van a establecer esos controles si la ciudad se cierra", comentó Salaya. La Junta no entró a valorar el anuncio del Gobierno local.
Al regidor no le preocupa igual que los habitantes de Cáceres y de Badajoz, con una incidencia acumulada de casos de covid-19 mucho menor que en Madrid, pero mucho mayor que en otras zonas de Extremadura, salgan en estampida estos días a hacer turismo por todos los pueblos de la región y parte de Portugal.
Lo hicieron también cientos de cacereños el pasado viernes 25 de septiembre. A pesar de que España ya se encontraba surfeando la segunda ola y del auge de los contagios en la ciudad, el Ayuntamiento liderado por Salaya decidió mantener ese día como festivo local en sustitución del 23 de abril. Por aquel entonces, la localidad no pudo celebrar el día de su patrón San Jorge debido al confinamiento. Había que recuperar el puente perdido.
"Creo que las decisiones que se están tomando son más políticas que sanitarias. Ahora mismo uno no sabe lo que se puede y no se puede hacer", comenta una residente en Cáceres que viaja en el autocar. Viene del aeropuerto de Barajas, donde aterrizó en un avión procedente de Guatemala.
Temor a los controles
El autobús se para 15 minutos en una desértica estación de Navalmoral. Los propietarios de la cafetería intentan capear el temporal, pero la comanda no llega a diez cafés. "Puede que haya otro control en Trujillo", comentan un par de conductores en la barra.
No lo hubo. Llegados a Trujillo, tres chicos jóvenes suben al autobús con los auriculares enredados en la goma de las mascarillas quirúrgicas. Aire fresco.
- Este es mi sitio.
- Sí, perdone. Me he puesto aquí porque me había tocado al lado de ese señor. Si puedes sentarte en uno de esos dos que están libres... Así vamos separados.
- Pues sí. Mucho mejor. Así vamos respetando las normas.
Todos los de alrededor asienten con la cabeza. Hay un pacto (no) escrito: mascarillas, gel hidroalcohólico y distancia de seguridad. A la mayoría de los españoles, residentes en Madrid y no, parece no habérseles olvidado su responsabilidad individual frente a una pandemia mundial que no se le puede atribuir a ningún país, pero sí a la Puerta del Sol.
Pasadas las 12.00 horas, el vehículo se adentra en Cáceres. Brilla el sol y un raquítico pelotón de ciclistas lo adelanta. Llevan buen ritmo. Un matrimonio de personas mayores pasea ágil por una zona de pasto. Un camarero está montando la terraza en el bar de la esquina. También me ha tocado ventana y es la primera vez que el día parece una mañana de sábado.
La señora Pilar baja por la escalera con el cuerpo entumecido del viaje. Cojea, pero nadie le ofrece ayuda. "Le ayudaría, pero nadie quiere contacto. Nada es igual. Todo se ha vuelto más frío. Me han llegado a preguntar que por qué traigo a gente de Madrid en el autobús y les respondo que es mi trabajo", explica desde la estación uno de los conductores.
Está en ERTE, pero no se queja demasiado. "Hay compañeros que están mucho peor, solo pueden trabajar una semana al mes", compara. No hay nadie en la cafetería. No hay nadie en los baños. Solo hay un puñado de familiares esperando y un par de jóvenes comprando un billete en ventanilla. No hay besos. Tampoco abrazos. Y parece que saludar con los codos ha dejado de hacer gracia.