Las declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, sobre la poca calidad de la carne que se produce en algunas macrogranjas españolas han abierto la caja de pandora de la izquierda a la izquierda del PSOE. Y uno de los grandes daños colaterales del incendio es el supuesto liderazgo de Yolanda Díaz al frente del espacio de Unidas Podemos.
Lo cierto es que los morados cacarean que la vicepresidenta segunda ya es la número uno del espacio y que ejerce mando en plaza en la mesa confederal desde el asiento de Galicia en Común, la amalgama de partidos gallegos de izquierda integrados en la coalición morada. Pero a la hora de la verdad, la autoridad de Díaz en el espacio queda comprometida por una cosa obvia que señala el propio entorno de la también titular Trabajo a este diario: Díaz no tiene poder orgánico alguno en la gran casa morada.
Más allá del asiento que ocupa, Díaz ha sido incapaz de calmar las aguas en Podemos, donde el cabreo por cómo el lado socialista del Gobierno —comandado por el propio presidente— ha disparado sin piedad a Garzón hasta casi abatirle. En verdad, Díaz representa una suerte de liderazgo estricto. En el fondo es ella quien pone la cara a la hora de confrontar con Sánchez.
Liderazgo estricto, no emocional
El problema para los intereses políticos de la vicepresidenta segunda es que no es ella quien ejerce el liderazgo emocional. Ese poder, que vertebra los partidos, lo retiene el eterno referente morado: Pablo Iglesias. El exvicepresidente segundo siguió una línea muy dura e hiperventilada contra Sánchez, a quien acusó de hacer algo "muy grave" desautorizando a Garzón, pese a las llamadas a cuidar la coalición de su sucesora. El talante dialogante y pactista de Díaz no sirvió de nada. Y los decibelios de la guerra en la coalición no hicieron más que subir.
Díaz sabe que cualquier conflicto interno en el espacio que pretende liderar puede dar al traste con sus aspiraciones. Sin ir más lejos, el propio Garzón no ha dejado pasar la oportunidad de aprovechar mediáticamente el lío de las macrogranjas. La exposición del titular de Consumo ha llegado esta semana a cotas inimaginables tras dos años de Legislatura y apenas atribuciones en su ministerio. Y esa exposición debe preocupar a Díaz, quien no quiere lidiar con la carga que suponen los rostros del primer Podemos.
La lideresa in pectore de los morados quiere poner tierra de por medio. No solo de Podemos, también de los colegas que le acompañan en el Consejo de Ministros con bandera morada. Y es que de los cinco ministros que Iglesias arrancó al PSOE en 2019, solo el recién llegado titular de Universidades, Joan Subirats, está designado directamente por Díaz tras la salida de Manuel Castells.
Formas antagónicas de hacer política
Tras la disparidad entre los estilos de Iglesias y Díaz se esconde, en el fondo, una desconexión sobre cómo hacer política. Algo que las fuentes consultadas circunscriben a los medios y no al fin. Y claro, hay ocasiones en las que los medios tienen más importancia, porque por el camino pueden condicionar el objetivo.
Según ha sabido Vozpópuli, en el equipo de Díaz hay malestar con el potencial mediático de Iglesias. El exvicepresidente segundo del Gobierno se prodiga en radios y periódicos para guiar la estrategia de Podemos tras su renuncia a seguir en la política activa por el batacazo de la izquierda en las elecciones madrileñas del pasado 4 de mayo.
El resquemor de Podemos con Yolanda Díaz tiene varios motivos. Uno de ellos es el incierto encaje de la cúpula del partido (Ione Belarra e Irene Montero) en el proyecto político de Díaz, el cual no termina de arrancar pese a haber dicho que lo haría después de Navidad. La vicepresidenta sigue enviando mensajes contradictorios respecto a los de Podemos.
Mientras que la titular de Trabajo ni tan siquiera habla de candidatura o proyecto político, los morados se han erigido en la avanzadilla del devenir electoral de Díaz. La vicepresidente insiste en que en sus planes no está ni construir ni hacer vida de partido. Y claro, Podemos recuerda que sin una organización política fuerte detrás no hay nada que hacer. Todo un aviso. Pero la vicepresidenta insiste: lo suyo no va de partidos.