"No se va a hacer lo que se entiende por crisis" de Gobierno. A Rajoy no le seducen los cambios. Siempre del mismo equipo de fútbol, los mismos hobbies, el mismo whisky, los mismos puros... Era su propósito concluir la legislatura con el mismo equipo ministerial con el que saltó al campo, el 22 de diciembre de 2011. Lo que funciona bien, ¿para qué cambiarlo? Tan sólo un día después del terremoto electoral del 24-M, todavía se empeñaba en que estaba "muy cómodo y muy tranquilo" y que el PP había ganado en número de votos.
Juan Vicente Herrera, firme estandarte del PP en la vieja Castilla, le apeó de su inopia y le atizó con un espejo en toda la cara. "Yo le diría que se mirara al espejo antes de presentarse candidato". El estropicio de los cristales rotos resonó en todo el partido. Nadie, ni siquiera Esperanza Aguirre, le habla así al jefe. Unos cuantos barones buscaron la puerta de salida. Rudi, Fabra, Bauzá... Todos ellos presidentes, y todos ellos, perdedores en la noche negra de las autonómicas.
El único que decía estar 'cómodo' era Rajoy, mientras el partido aparecía catatónico, paralizado
No había más que lamentos en el entorno del presidente. El único que decía estar 'cómodo' era él, mientras el partido aparecía catatónico, paralizado. Hasta Cospedal, la dama de hierro, bordeó las lágrimas tras la hecatombe. Finalmente, 72 horas después, Rajoy reaccionó. A su ritmo, a su aire. "Iremos tomando poco a poco las decisiones que creamos oportunas para presentarnos a las elecciones..." Y habló de 'cambios', esa detestable palabra que había despreciado pocos días antes.
Un campo de tortura
Empezó con las llamadas, los encuentros. Rajoy se enfrascó en el diseño de un nuevo cuadro de mandos en el PP para presentarse con ciertas garantías a 'sus' elecciones, las generales. Pensó en un movimiento de piezas, que pasaba por el vértice de la formación. "El futuro de Cospedal será el que ella quiera. El que ella decida". Rajoy lo tenía muy claro. Está en deuda con su 'número dos' desde que estalló el caso Bárcenas. Sólo ella le defendió, le blindó, se enfrentó a la fiera y hasta se inmoló. Hasta ganarle el juicio y perder la presidencia de Castilla-La Mancha.
Rajoy le ofreció una salida digna y decorosa. Abandonar Génova, donde Cospedal ya no se encontraba cómoda, y pasarse al Gobierno. El partido se había convertido para Cospedal en un campo de tortura. Tensiones con Arenas, encontronazos con Sáenz de Santamaría, desprecios de los barones... Ocho años muy duros. Demasiados. El presidente le habló de una cartera, que eligiera la que quisiera, sin problemas. Demasiado tarde. Cospedal había acariciado la idea de saltar al Gobierno tiempo atrás. Ahora era una opción impensable. Aterrizar en el territorio de la vicepresidenta, su enemiga íntima, y en tan precarias condiciones, después de besar la lona en su propio feudo, era un disparate. Y para cinco meses escasos. Ni hablar.
Los cambios de Génova
La fuga de Wert rumbo a París, futura boda mediante con Montserrat Gomendio, quien fuera su secretaria de Estado, abría un hueco en la mesa del Consejo de Ministros. Sólo uno. Pese a las predicciones de los comentaristas, cronistas y analistas, Rajoy no quería introducir cambios en el Gabinete. Una crisis de Gobierno sería el reconocimiento de errores en Moncloa. En la presidencia. Ni hablar. Todos los cambios, en Génova. Es el partido el que ha fallado.
Rajoy también le ofreció la cartera de Wert a Carlos Floriano, única cabeza de Génova que rodó tras el desastre
Cospedal declinó esa salida ministerial y, como un animalito herido, optó por agazaparse en el partido, consciente de que su papel, poder y protagonismo iba a quedar jibarizado. Rajoy también le ofreció la cartera de Wert a Carlos Floriano, única cabeza de Génova que rodó tras el desastre. El exportavoz del PP también declinó el ofrecimiento y se pasó al Congreso, a la vera de Rafael Hernando, el diputado jabalí, jefe de filas de la bancada del PP. O sea, la nada. Rajoy debería encontrar un sustituto a Wert y finalmente lo encontró, rumbo a la cumbre europea de Bruselas. Íñigo Méndez de Vigo volaba en el sillón de al lado. Y se lo encasquetó. Méndez de Vigo, diplomático y caballero, es el hombre del PP en Europa desde tiempos inmemoriales. Amén de excelente amigo de Rajoy. Galleguismo. El presidente le pidió ese sacrificio y el secretario de Estado se puso firme. No como Floriano.
El relevo se anunció el jueves a las diez de la noche. Una hora intempestiva. El decreto se le envió al rey desde Bruselas a Gerona, donde presidía unos actos oficiales. Todo algo heterodoxo. Al ser preguntado al respecto, el presidente, enojado e irónico, comentó: "Si alguien se ha sentido molesto por mis horarios, le ruego disculpas. Si usted quiere, a partir de ahora, lo haré a las doce de la mañana", le espetó al periodista.
A todo esto, Wert se escabulló ese mismo jueves del acto oficial que presidía, y partió rumbo a París. Una deserción que levantó ampollas en el partido y en el Gobierno. "Otro amigo de Mariano que pasa de todo". El presidente, sin embargo, recordó que los ministros también son personas. El amor. Quizás le premie con la embajada ante la OCDE.
Zanjado el asunto Cospedal, Rajoy procedió a cerrar los cambios en Génova. Los principales despachos se llenaron de desconocidos. Jóvenes y experimentados dirigentes de la periferia llegaron a Madrid. El único superviviente era Arenas. Llegaron los Casado, Levy, Maroto y Maíllo, éste último, un zamorano que apareció con los bajos chamuscados por su tránsito en Caja España. Amigo de Ayllón, y por lo tanto, también de Saénz de Santamaría, Maíllo se convertía en el número tres de la cadena de mando del partido. Casado era el único con experiencia en Madrid y en el foco de Génova, donde ejerció de portavoz durante las municipales.
Génova cambia de color
Génova empezó a perder su aspecto azulón y se 'tiñó de naranja', en las palabras que le dedicó Ignacio Aguado a Cristina Cifuentes en el debate de Investidura. Más bien, se disfrazó con la estética de Ciudadanos, fuera corbatas, pantalones chinos o vaqueros... Al cabo, "son los chicos de Rivera los que parecen del PP", comentaba uno de los elegidos. Sólo las canas de Arenas y su cintura escasamente contenida, contrastaba en el nuevo ambiente. Jorge Moragas, nombrado como jefe de éste 'comando' tan juvenil, también chirriaba levemente, pero lo compensaba con sus cabellos desordenados y su mochila. Recién llegado a la cincuentena, Moragas se esfuerza por conservar su aire juvenil. Incluso a veces lo consigue.
El presidente nunca pensó en sustituir a Soraya en la portavocía. Demasiado ruido sin beneficio alguno
La pérdida de confianza
Cospedal perdió la batalla de Toledo. Y luego, inevitablemente, la de Génova. ¿Y Sáenz de Santamaría? Circuló por el partido y por los medios alguna teoría sobre su defenestración. Llegó incluso a darse por hecho que se le retiraba la portavocía del Gobierno. Hubo mucho empeño en colocar a Alfonso Alonso en esa función. Y el ministro se dejaba querer. Y quedó en evidencia.
El presidente nunca pensó en sustituir a Soraya en la portavocía. Demasiado ruido sin beneficio alguno. Pero el presidente ya no le dispensa a su 'pupila' favorita la confianza de hace tan sólo unos meses. El denominado G-7 de los ministros 'amigos' del presidente (hay quien le dice G-8 porque aún suman a Cañete) llevan semanas cantando victoria. Al fin Rajoy les ha escuchado y se ha convencido. El presidente se muestra desde hace semanas mucho más frío y distante con su quien fuera durante años su mano derecha en Moncloa. En eso, el presidente es implacable. Pero nunca pensó en arrebatarle la portavocía. No hacía falta. Quedan apenas un par de meses lectivos antes de las elecciones. ¿A qué cambiar? Líos y tormentas, cuanto más lejos, mejor. "Lo que se entiende por crisis", en el Gobierno, nada de nada. Wert por Méndez. Un mero cambio de fichas, un miniajuste forzado por motivos de amor. Y en el partido, Moragas, con plenos poderes para la campaña. Es decir, su alter ego. Rajoy a dos bandas, Rajoy en los dos frentes. Rajoy omnipresente y omnipotente. Ha nacido el partido de Rajoy. ¿Sobrevivirá?